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Miércoles, 17 de agosto de 2022

A la cárcel por comer jamón

Jaime Rubio Hancock

A la cárcel por comer jamón

/ David Levenson

¡Hola!

Muchas gracias a todos y a todas por la estupenda acogida que ha tenido este boletín. Y gracias también por los mensajes y los comentarios. Hoy quería hablar de la tolerancia y la religión, al hilo del intento de asesinato a Salman Rushdie. Me temo que lo que diré será bastante obvio.

1. El delito

El caso es terrible y absurdo: Rushdie, un escritor británico y ateo, fue condenado a muerte por un líder religioso iraní tras escribir una novela que muchos musulmanes consideran ofensiva. Y ahora, tres décadas después de esa fetua, un fanático ha apuñalado al escritor.

Como escribía el novelista sudafricano J. M. Coetzee en Contra la censura (1996), el caso de Rushdie pone de manifiesto “lo mucho que se ha secularizado la sociedad occidental”. Para los musulmanes, “la cuestión candente ha sido si Los versos satánicos es una obra blasfema y, si lo es, cuál debería ser la suerte del autor. Para la mayoría de los británicos, por el contrario, la cuestión era de jurisdicción: ¿tienen derecho unos extranjeros (y encima clérigos) a dictar sentencia de muerte contra un ciudadano?”.

Es como si el Papa Francisco, que también es jefe de Estado, condenara a un ateo estadounidense a dos años de cárcel por masturbarse, o como si un rabino chileno le pusiera una multa a un católico español por comer jamón.

2. La tolerancia

Esta secularización de la que habla Coetzee ha venido tras siglos de debates, luchas y reformas por parte de pensadores, políticos, escritores y ciudadanos. Entre los logros principales está el de preservar un ámbito de libertad individual para todos, ateos y creyentes, y el derecho a poder expresar nuestras ideas y a vivir siguiendo los valores que consideramos importantes.

Uno de estos pensadores fue John Locke, que escribió su Carta sobre la tolerancia a finales del siglo XVII en respuesta a las guerras religiosas europeas. En este texto defiende el respeto a las creencias y opiniones de los demás. En su opinión, lo que ha provocado "todas las discordias y guerras religiosas en el mundo cristiano" ha sido "el rechazo de la tolerancia frente a aquellos que tienen opiniones diferentes".

John Locke, en un grabado del s. XIX

John Locke, en un grabado del s. XIX

Según Locke:

- El Estado debe quedar al margen de la religión y debe ocuparse de la defensa y el progreso de los “intereses civiles”: la libertad, la salud y la propiedad privada. El gobierno no se puede meter en la salvación de las almas, que es algo que solo depende de cada uno de nosotros.

- Las iglesias a su vez tienen derecho a debatir y a persuadir, pero no a usar la fuerza: “Todo hombre tiene la misión de advertir, de exhortar y convencer a otro de su error y llevarlo a la verdad con razonamientos, pero legislar, ser acatado e imponer mediante la espada, solo pertenece al gobernador”.

- Estas iglesias son sociedades libres y voluntarias. Uno forma parte de ellas porque quiere y las puede dejar también cuando lo crea conveniente; por ejemplo, si encuentra “algo erróneo en la doctrina o incongruente en el culto”.

- Y a nadie se le pueden negar derechos por tener otra fe, incluyendo a “paganos, mahometanos y judíos”, que para la época era un avance más que considerable. De hecho, lo sería en la época actual en países como Irán y Afganistán, por poner dos ejemplos.

3. El pecado

Es decir, delito y pecado a veces coinciden (matar, robar), pero muy a menudo no tienen nada que ver (en España, divorciarse es pecado, pero también es legal). Este es uno de los muchos motivos por los que conviene separar la religión del Estado, aunque en Irán no están aún por la labor.

Como ya apuntaba Locke, el Estado es quien puede imponer penas como multas y cárcel, mientras que los religiosos pueden proponer penitencias en su mayor parte simbólicas y aceptadas de forma voluntaria, con pocas excepciones como la expulsión.

Además, como dice también el filósofo inglés, el pecado solo incumbe a quienes forman parte de la religión. Los musulmanes no pueden beber alcohol, ni dibujar a Mahoma. ni satirizar el islam en una novela. Pero Rushdie y yo sí que podemos. Lo contrario sería como si yo pretendiera que Ebrahim Rasi, presidente de Irán, fuera a misa los domingos.

Esto no ocurre con los delitos: si me pillan robando un banco, no puedo decir que “no creo en la propiedad privada” (aunque no lo he probado; si funciona, avisadme).

4. La blasfemia

Es verdad que la libertad y la tolerancia no son totales ni siquiera en nuestro país, y eso que todo esto lo tenemos más o menos claro. En España existe un delito de ofensas a los sentimientos religiosos (blasfemia, vaya). Cuenta con pocas sentencias y muchos juristas lo consideran innecesario y obsoleto. En mi opinión, es más un pecado que un delito y solo sirve para que los “Abogados” “Cristianos” metan miedo a cómicos y aparezcan en titulares de vez en cuando. Al menos, no contempla la pena de muerte ni se puede aplicar a delitos cometidos en el extranjero. No es una fetua, vaya.

En cualquier caso y por mucho que valoremos el respeto a las creencias ajenas, la religión no está exenta de la sátira y de la crítica, y no debería estarlo tampoco en Irán. Y que algo no nos guste (o incluso que nos parezca de mal gusto) no lo convierte en delito. Y menos aún en un motivo para apuñalar a alguien, claro.

Ya dije que casi todo iba a ser bastante obvio.

Más sobre Rushdie

Salman Rushdie y Larry David con peluca y bigote

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El largo rastro de sangre de Los versos satánicos. La escritora y traductora Nuria Barros habla de la traducción al árabe de la novela y de cómo un error de ida y vuelta desde el inglés facilitó que el título se viera como una blasfemia.

Cultura acuchillada, de David Trueba. “El pensamiento, la cultura, son la vacuna. La amenaza constante a la vida de periodistas, viñetistas, escritores y la exclusión de la información libre en los proyectos políticos hacen visible la enfermedad que nos acecha”.

Quienes aprietan el gatillo no leen libros. Orhan Pamuk, premio Nobel de Literatura y amenazado por radicales, escribe sobre el ataque a Rushdie: "Aquellas personas de los países musulmanes que sinceramente deploran y condenan el atentado solo lo hacen a puerta cerrada y entre amigos, e incluso quienes defienden la libertad de expresión se niegan a pronunciarse".

Escribir cuando ponen precio a tu cabeza. Andrea Aguilar recuerda que hay más de 200 escritores y periodistas perseguidos, como Svetlana Alexiévich y Orhan Pamuk. Y recuerda el caso de Naguib Mahfuz (1911-2006), premio Nobel egipcio, apuñalado en 1994 por extremistas islámicos. Tras el ataque “perdió un ojo y la movilidad de un brazo, aunque logró seguir escribiendo”.

Te culparán por no estar muerto. Roberto Saviano, amenazado de muerte por la mafia, recuerda esta frase que le dijo Rushdie hace unos años. “Rushdie quería decir: no vivas como si ya te hubieran matado, no te obligues a sentirte culpable por no estar muerto, no te conviertas en un mártir que se ha salvado”.

¡Más libros! En Los versos satánicos (en una parte del libro, de hecho), Rushdie juega con las controversias y contradicciones que se encuentran en las propias fuentes islámicas al respecto de la figura de Mahoma, como explica Bruce Fudge en este artículo de Aeon. Otros escritores han jugado de forma similar con los evangelios, como José Saramago (El Evangelio según Jesucristo) y Norman Mailer (El evangelio según el Hijo). Otro ejemplo parecido (y más divertido, aunque menos polémico) es el de Umberto Eco en El péndulo de Foucault, cuando suelta (de pasada) la posibilidad de que los evangelistas se lo hubieran inventado todo:

Mateo, Lucas, Marcos y Juan son una banda de juerguistas que se reúnen en alguna parte y deciden hacer una apuesta, se inventan un personaje, se ponen de acuerdo acerca de unos pocos hechos esenciales, y el resto, que se lo monte cada uno (...). Los libros gustan, pasan de mano en mano, y cuando los cuatro se dan cuenta de lo que está sucediendo ya es demasiado tarde. Pablo ya ha encontrado a Jesús en el camino de Damasco, Plinio inicia su investigación por orden del preocupado emperador, una legión de apócrifos fingen que también ellos están en el ajo…”.

Y para disfrutar del sentido del humor de Rushdie, tenemos la novena temporada de Curb Your Enthusiasm, la serie de Larry David en HBO. En esa temporada, a David se le ocurre montar un musical llamado Fatwa!, basado en la vida de Salman Rushdie. Pero en una entrevista decide que es buena idea imitar al ayatolá, que promulga una fetua contra David. El cómico le pide consejo a Rushdie y el escritor, que se interpreta a sí mismo, le dice que no todo es malo: la fetua es un imán para las mujeres. Como tuiteaba la guionista y columnista Paloma Rando, "es gracioso no solo por que él se atreviera a reírse así de su terrible circunstancia, sino porque seguro que es verdad". Hollywood Reporter contó en 2017 la intrahistoria de esta colaboración, que estaba escrita antes de saber si el escritor se prestaría a actuar en la serie.

Por cierto, el ayatolá Jomeini jamás leyó la novela.

Más filosofía en EL PAÍS

Olga Belmonte: “El precio de ser libres es que podemos hacer daño”. Berna González Harbour entrevista a esta filósofa que forma parte de la Comisión del Defensor del Pueblo sobre abusos en la Iglesia: “Hoy vivimos muy vinculados a nuestras ideas y si alguien las cuestiona lo tomamos como si nos cuestionaran a nosotros. Eso nos impide relacionarnos con personas distintas”.

Rabindranath Tagore, erótica de la percepción. Juan Arnau traza el perfil de este poeta y pensador bengalí, premio Nobel de Literatura en 1913: “Descubrir la verdad es puro goce y supone una liberación. No valen las demostraciones. La mirada empática no analiza, no rompe los objetos en pedazos”.

Esto es todo por hoy. La semana que viene, más y (espero) mejor y no tan largo. Si queréis enviarme comentarios u ordenarme penitencias, podéis escribir a jrubioh@elpais.es o contestar a este mismo correo.

Gracias por leernos

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