Esta obra -rara y difícil de encontrar- del Maestrescula de Catedral de Badajoz, Francisco Javier Sancho y Gonzalez, compone una piedra fundamental para el estudio de la historia local de Extremadura.
Transcribo, literalmente, el capítulo La Feria de Badajoz en 1830.
LA
FERIA DE BADAJOZ DE 1830
Al
Señor D. Regino de Miguel
Si
el movimiento es la vida, según opinaba un antiguo y achacoso
boticario de mi pueblo, que era listo como él solo y buen amigo,
gran vida gozaría nuestra ciudad a mediados del mes de septiembre de
1830: porque desde el Campillo al Chaparral
y desde la Plaza de Toros a San José, no había casa que no tuviera
en revolución todos sus trastos, ni mano de mujer que no moviera la
escoba o el sacudidor de orillos, la caña con el pincel o el pellejo
de oveja chorreando cal o tierra blanca; ni burro de aguador que,
hostigado por la vara, para surtir a las beceras
impacientes por fregar los suelos y quitar las pintas, no corriera,
al son de la esquila, con los cuatro gruesos y grandes cántaros de
la alfarería de la calle Concepción Alta,
llenos de agua revuelta, recogida desde los tablones colocados orilla
adentro del charcón del Guadiana, que baña el lado de arriba de los
estribos del puente de Palmas, correspondiendo así nuestras paisanas
a la fina invitación que las hiciera el señor corregidor de la
ciudad, general D. Francisco Javier de Gabriel, para que los
concurrentes a nuestra feria, que principió a celebrarse el 21, 22 y
23 de septiembre del año anterior de 1829, pudieran admirar el aseo
de las casas y fachadas de nuestra población; qué necesitadas
estarían algunas de limpieza, cuando D. José Velasco, profesor de
lengua española, francesa e italiana que vivía accidentalmente en
la posada del Vino, calle de las Peñas,
11, decía a su patrona: “Me cargan, me encocoran
y me estomagan todos los olores que despiden los frascos de pachulí
y otros mejunjes que compra usted en los comercios y droguerías de
D. Lorenzo Pesini y de D. Gerónimo Orduña, de la calle de San Juan,
así como el chero
que esparcen, para engañar a las narices, los zahumerios
de alhucema
y de incienso, que no quisiera ver quemado sino en los altares;
porque desengáñese usted, patrona, la mujer no debe oler más que a
ropa limpia, y nuestra casa a la cal blanca y al aire puro del
campo.”
Al
compás del ornato y de la limpieza andaban la alegría y la
animación: los labradores, contentos y satisfechos con el precio de
los granos, a 40 reales la fanega de trigo, a pesar de la gran
cosecha que habían recogido, gracias a las abundantes lluvias que
cayeron en los últimos días de abril y primeros de mayo, por la
intersección de Nuestra Señora de Bótoa, cuya imagen, después de
las rogativas que a petición del Ayuntamiento se celebraron en la
Catedral, fue restituida a su ermita en hombros de los labradores
agradecidos y de las lavanderas; los ganaderos y comerciantes
esperaban un gran tráfico, porque la feria se estableció franca de
derechos reales y municipales, circunstancia que favorece la
especulación y llama al concurso; los traficantes y merchanes,
aunque llegara a su noticia que en la noche del 9 al 10 del mismo mes
de septiembre, fue robada la Real Mensajería que hace sus viajes de
esta ciudad a Madrid, en el sitio que media entre la Guía y el
Confesionario, bien podían, aunque con las debidas precauciones,
caminar con sus cintos de torzal
o de cuero, repletos de centines
y peluconas, porque el Excmo. Sr. D. José San Juan, capitán general
de Extremadura, conforme a lo dispuesto por la Real Sala del Crimen,
mandó a todas las Justicias que hicieran saber a los comandantes de
los Voluntarios Realistas que la persecución de los ladrones y
malhechores estaba al cuidado de su fidelidad y buen celo; a la gente
moza como a la entrada en años y a los viejos de buen humor se le
presentaba la ocasión de echar una cana al aire y de divertirse
honestamente, no con batallas de flores, que no las había en
abundancia, porque la Corchuela
era un espeso matorral de coscojas,
encinas y alcornoques, y dentro de murallas sólo había algunos
patios con enredaderas, rosales y azucenas, y en las ventanas y en
los pocos balcones macetas de claveles y tiestos de albahaca; ni con
conciertos hípicos, pues nuestros caballistas sólo de higos a
brevas se divertían corriendo los gallos; ni con partidos de walon
o de foot-ball,
porque en los días de fiestas de guardar se jugaba a la pelota, a la
barra
o a la calva;
pero en cambio, con el superior permiso y si el tiempo no lo impedía,
después de pagar 200 reales de vellón por cada corrida, para el
sostenimiento de la escuela de tauromaquia, fundada en Sevilla y a
petición del Conde de la Estrella, por Real orden de 28 de mayo del
mismo año de 1830, prepararon la plaza de toros con sus tendidos de
tablas, sobre zoquetes
clavados en la rampa del baluarte y los palcos con maderos, tablones
y esteras,
para celebrar tres magníficas corridas en las que se lidiaran 18
toros, de seis a ocho años, de la acreditada ganadería de Vázquez,
por las cuadrillas de Juan García Núñez, El
Quemado; Antonio Rue, El
Nieves, y Antonio
Montaño, siendo picadores Tomás Muñoz, Juan Pérez y El
Pimiento, de Sevilla;
además, todos los gremios se preparaban para realzar la feria, y, de
seguro, el de zapateros ensayaba su aplaudida danza de los
corcobados;
el teatro se estaba adornando como para fiestas reales, con las
percalinas
de colores y los cortinones rojos, más una colgadura uniforme y
vistosa, guarnecida de ondas de laurel, entrelazadas con rosas, que
cubría la balaustrada de los palcos, y con candeleros de techo en
techo, para avivar, con la luz de cera, el resplandor de las
humeantes candilejas; por supuesto que bien merecían esos
preparativos y adornos no sólo el baile que proyectaba el
Ayuntamiento, gratis et
amore a todas las
personas de ambos sexos que se presentasen en traje serio, los
hombres de frac y las señoras con vestidos y tocados de etiqueta,
sino por las representaciones que se iban a dar en el coliseo; y en
prueba de ello léase el programa de la función del día primero de
feria:
TEATRO.-
Hoy, 21 de septiembre, la compañía cómica ejecutará la divertida
comedia Amor al uso
o Tantos a tantos,
del célebre Solís; a continuación la actriz de cantado del Teatro
Real de San Carlos, de Lisboa, Josefina Tubo, cantará una cavatina
de la ópera Temistocles
y un rondó con variaciones; después un concierto de piano por el
profesor D. Antonio Miró; luego se bailarán las boleras de la
Marica,
terminando la función con el chistoso sainete nuevo nominado El
recluta por fuerza.
Y
como la mayoría de los vecinos y forasteros no podían asistir al
baile del teatro por no tener traje de etiqueta, el Muy Notable y
Leal Ayuntamiento mandó hacer en la Plaza del Rey
un paseo artificial con pinos, en cuyo centro elevó un espacioso
tablado, para que en éste y al son de la música del regimiento de
la Reina, 2º de línea, pudieran satisfacer con honestidad sus
aficiones a los vals,
galop,
rigodones
y contradanzas.
Sólo
una cosa, a mi entender, desafinaba la armonía y universal concierto
de la ciudad en adornos y limpieza, que el reluciente y pegajoso sol
del veranillo del membrillo, por el día, y por la noche general
iluminación de vasos y farolillos de colores, hacían más patente,
a la vista de propios y extraños, el mal empedrado y los barrancos
que había en la Plaza del Rey, o Campo
de San Juan, centro de reunión y esparcimiento de la flor y nata de
la sociedad pacense; y no es que yo me lo haya soñado, sino que lo
he leído en una carta escrita por el Sr. D. Manuel Tomás Sarró, en
la que dice: “Que
paseándose en el Campo de San Juan una de las noches calurosas de
agosto, él, D. Mariano Tiburcio de Castro, síndico personero
del Ayuntamiento, algunos individuos de la Real Junta de Propios de
la Ciudad y los Sres. De-Combes, Marqués, Cajigal y Manso
(y de seguro que estarían tomando el fresco también los Sres. de
Rocha, Saavedra, Tamayo, Laguna, Díaz de la Cruz y Jugo, con sus
familias), se resintieron
de la incomodidad que, para disfrutar de aquel desahogo, sufría la
parte más escogida de la población y el sitio más céntrico de la
ciudad con el peligroso piso que ofrecía, en razón de su desnivel y
mal empedrado; y que estando también en la reunión el arquitecto de
Madrid, D. José García Otero, que por orden del Gobierno de Su
Majestad dirigía la recomposición del puente de Palmas, se presentó
gustosísimo a formar el diseño de un sencillo paseo, que reuniese,
al buen piso, una visualidad agradable, haciendo un sitio de recreo y
cómodo, lo que hasta ahora ha sido destrucción de pies y de
zapatos.” De esta carta
del Sr. Sarró se deduce: que el piso del Campo de San Juan haría
feo contraste con los adornos y limpieza de las fachadas, a no ser
que los pinos y el espacioso tablado para el baile público taparan
los hoyos y barrancos, y además, que no es de extrañar que los
acreditados maestros zapateros D. Jacobo Vega y D. Antonio Toro,
reunieran un capitalito para vivir con desahogo, ni que se pusieran
ricos el comerciante, droguero y librero D. Lorenzo Pesini, y el
droguero y sombrerero D. Alfonso Sanmartín, con la venta de
emplastos para destruir la raíz de los callos que anunciaba en
prospectos que repartía el cartero Luis Álvarez, juntamente con la
de pañuelos de seis palmos, de tisú y de seda cruda de la India, de
las gorras de cerda color de oro, de los sombreros de esterilla de
paja redonda de Italia y de las comedias, a cuatro reales, Contigo
pan y cebolla y A
la zorra candilazo.
Los
particulares también preparaban en sus casas brillantes fiestas de
convite, y se esperaba con impaciencia el gran concierto vocal e
instrumental, recreo peregrino y único en su clase hasta el día en
la ciudad, con el que iba a obsequiar a sus amigos, en su morada
suntuosa del Campo de San Juan, el Sr. D. Gerónimo Patrón. Con este
motivo, el sacerdote de París Mr…..
(no he podido averiguar su nombre), que se estableció en la Plazuela
de la Soledad, número 11, y que vestía con sujeción a los últimos
figurines, no daba a vado a los encargos de los redingotes
con la delantera bien cruzada y abotonada, las faldillas también
cruzadas en su extremidad, a distancia igual de alto a bajo, y los
bolsillos colocados en lo alto de las caderas, cerrados con dos
botones; ni a los fraques
de terciopelo verde, con ancho cuello; ni a los ajustados chalecos de
seda laboreada de color azul o de violeta obscuro; ni a los
pantalones estrechos de cachemir, color de carmelita o avellana.
Lo
mismo le pasaba al maestro peluquero del teatro, José Antonio
Zúñiga; al pobre hombre no le dejaban descansar, y con el bocado en
la boca andaba de casa en casa, dando lecciones de peinado de última
moda, que consistía: en hacer caer sobre la frente una trencilla de
pelo de veinte hebras, alrededor de la cual giraba una sarta de
perlas formando corona, o dividiendo el cabello, en la parte superior
de la cabeza, en tres capullos reunidos, grandes mechones sobre las
sienes, una guirnalda inclinada hacia la izquierda y un rizo sobre la
frente. Pues ¿y el trajín que traían las señoras y señoritas con
las modistas costureras? Ya hacían, para los sombreros o prendidos,
ramos de flores de la vainilla, que presentaban corolas de cinco
pétalos, de un encarnado vivísimo; ya se probaban el vestido de
raso o terciopelo, color siempreviva o verde esmeralda, descuellado y
abierto, de manera honesta, para que se viera el jubón de gro
blanco, de Nápoles, de mangas muy anchas en la parte superior y tan
caídas sobre los codos que parecían como separadas de la manga
ajustada del antebrazo, con faldas de pliegues que, empezando en la
parte inferior de las caderas, bajaban hasta rozar ligeramente los
zoclos
de suela de corcho, forrada de fino cuero, y cubierta de terciopelo
blanco, sujeto al pie con cintas azules de felpilla, las que, por
medio de resortes elásticos se cerraban con broches de acero
bronceado.
Todo
Badajoz era, pues, movimiento y vida; y la alegría era tan grande
como sentían el salchichero Juan Lobato y otros vecinos de las
calles de la Rebolla
y del Polvillo,
cuando, en tropel, subieron a la Plaza Alta para cobrar en la
administración de las Reales Loterías los 400 pesos fuertes que les
habían tocado en el número 3.785 del sorteo celebrado en Madrid el
4 del mismo mes de septiembre; y, para no cansar, hasta el público,
anheloso, esperaba aumentar y continuar los festejos de la feria con
fiestas reales, así que el estampido del cañón y el repiqueteo de
las campanas anunciaron el feliz natalicio del heredero del deseado
Fernando, que no se haría esperar, de no marrar la cuenta, puesto
que en el mes de mayo se habían celebrado en la Catedral, presididas
por el Sr. Obispo D. Mateo Delgado y Moreno, ilustre y virtuosos de
Oliva de Jerez, solemnes rogativas por haber entrado en el quinto mes
de su embarazo la bella
Napolitana. Y Dios me perdone mi mal pensamiento; pero presumo que
los gitanos y taberneros eran los únicos que andaban moquicaídos o
si ponían caras de pascua, por el qué dirán, por dentro andaría
la procesión; porque los voluntarios realistas eran los encargados
de vigilar a los primeros, para evitar con sus chalanerías,
fraudes y engaños; y a los segundos porque se les mandó por el
señor corregidor que cerrasen sus establecimientos al toque de la
retreta, bajo la multa de 20 ducados o un mes de cárcel al que no
los pagase, y el general De Gabriel no era hombre que pasaba por
movimiento mal hecho ni hacía la vista gorda.
Como
faltaban tres días para dar principio a la feria, el Muy Noble y Muy
Leal Ayuntamiento publicó un bando en el que se ordenaba y mandaba:
1º.
Las tiendas y puestos de todos los efectos de comercio se colocarán,
desde la esquina del Rastro hasta la de San Atón, incluso la Plaza
del Rey.
2º.
Los puestos de dulces, licores, cantinas, frutas verdes y secas,
buñuelos y demás de masa y sartén y pastas, ocupasen desde San
Atón hasta las casas que dan frente al Cuartel de la Bomba,
por uno y otro lado.
3º.
No se hará novedad en la Plaza Alta, pues que deben continuar en la
misma forma, como hasta aquí, el despacho y venta de los
comestibles, para el surtido de los vecinos y forasteros y con
abundancia proporcionada a la concurrencia de estos.
4º.
El ganado vacuno ocupará desde la Picuriña hasta el Campo de San
Roque inclusive.
5º.
El caballar, mular y asnal se colocará en la suerte de Tinajero y la
parte de San Roque que no ocupe el vacuno.
6º.
El de cerda, desde el puente de Rivilla hasta el Guadiana.
7º.
El lanar y cabrío a la orilla del río y campo lindante.
8º.
Se prohíbe que persona alguna pueda transitar con carruajes y
caballerías en los días de feria desde la esquina del Rastro al
Cuartel de la Bomba, bajo pena de 10 ducados y de ser responsable del
daño que causen.
9º.
Se prohíbe andar con máscaras ni disfraces, proferir palabras
obscenas y ejecutar la menor acción deshonesta que desdiga de la
moral y buenas costumbres del pueblo español, bajo la misma pena
pecuniaria y la personal a que se haga acreedor con arreglo a las
leyes; las penas pecuniarias se ejecutarán en el acto y el que no
pueda pagarla sufrirá un mes de prisión, a la que será conducido
inmediatamente.
10º.
Se recuerda a los vecinos de esta ciudad y forasteros concurrentes a
la feria, la observancia a las Reales órdenes y pragmáticas sobre
juegos prohibidos, en la inteligencia de que los contraventores serán
castigados con arreglo a las mismas sin el menor disimulo ni
tolerancia.
Y
para que llegue a noticias de todos y no puedan alegar ignorancia, se
fija el presente en Badajoz a 17 de Septiembre de 1830. – El
Gobernador corregidor, Francisco Javier de Gabriel.- El Secretario
del Ilustre Ayuntamiento, José López Martínez.
Mañanita
de niebla, tarde de paseo; pero como no era espesa, sino la neblina
propia del Guadiana, la que envolvía a nuestra ciudad al alborear el
día de San Mateo, primero de nuestra feria, la gente se echó a la
calle bien temprano, unos hacia la Plaza Alta, que era un enjambre de
mujeres y hombres, entre estos no pocos encapados y glotones
señoritos, con los cenachos al brazo, estrujándose para ganar la
delantera y escoger lo más apetitoso que hubiera en los puestos y
callejones; otros marcharon a coronar los lienzos de la muralla desde
el Castillo a puerta de Trinidad o el baluarte de las salvas, para
presenciar la entrada de los ganados en el rodeo, el tropel de
feriantes que se acercaban a la ciudad por las carreteras de Madrid y
de Sevilla o la interminable hilera de carros portugueses que,
aprovechando la franquicia, venían a desenganchar en la Alameda
Vieja o en la espaciosa plaza, a la que da sombra la huerta y el
convento de dominicos, antiguo morada del austero e insigne Fray Luis
de Granada; y muchos bajaron desde luego a las cantinas colocadas
desde el cuartel de la Bomba al Parque de Ingenieros, que iban
desalojando los trasnochadores que habían presenciado el encierro de
los toros de la corrida de aquella tarde, para matar el coquito con
tragos de aguardiente y perrunillas, anisetes y ruedas de churros
calentitos, recién sacados de la añeja y chirriante aceite de la
bodega del Seminario de San Atón, preferida, por su buen gusto, por
las buñoleras
de los puestos colocados frente al balcón corrido de la casa de
Cañadas, del taller de carpintería de Faraldo y de la barbería de
Antonio Cabas, célebre, más por las navajas, por su colección de
alondras, que con sus trinos y grajeos alegraban todas las mañanas
hasta a los frailes del vecino convento de Franciscanos. Y mientras
todo esto sucedía, multitud de forasteros, con las caballerías del
diestro, cargadas de mantas y alfombras, repletas de tarros de corcho
con las prevenciones, recorrían las calles, de puerta en puerta,
buscando alojamiento; porque las posadas de Trinidad, del Vino, las
de Caballero, de Vicente Molina y Caballo Blanco, de la calle de la
Soledad, con la del Olivo,
número 21, donde paraban las Reales diligencias de Portugal, estaban
atracadas de gente, y mucho más la fonda de Las Tres Naciones,
Moraleja,
49, propia de Gerónimo Burgos, a pesar de tener cuadras para 100
caballerías, corralones para coches y carros y muchos cuartos a dos
reales por persona sin cama; tres reales con cama y cuatro con cama y
ropas; y hasta D. Melchor Rubio, maestro de 1ª educación, tuvo que
arrendar las espaciosas habitaciones que tenía preparadas en su
colegio, Sal Vieja,
3, para recibir los pupilos del 1º de Octubre; y como era día de
misa, no es de extrañar que todos los templos estuvieran llenos de
fieles, cumpliendo el precepto de la Iglesia, y más especialmente el
de la Catedral, en la cual, la devoción y recogimiento en la misa de
once, hacía más perceptible los agudos y desacordes sonidos de las
gaitas y pitos, el ruido de los tamboriles, panderetas y
chilrraderas,
y el rumor confuso de los feriantes, que después de admirar en la
calle de San Juan, desde la hojalatería de Vicente de la Cruz,
frente a los Gabrieles, hasta el comercio de D. Bernardo Cabezudo,
las abigarradas muestras de género que, a manera de trofeos,
prendían de lo más alto de los hastíales
de todas las puertas, recorrían las tiendas de juguetes, muñecos y
baratijas, colocados enfrente del Ayuntamiento; las tendaleras
de loza basta de la alfarería de Bernáldez, de la fina de Sevilla,
de barriles y tinajas, pucheros y cántaros de Salvatierra, que
rodeaban la Catedral, desde la puerta de la Antigua hasta la esquina
de San Blas; las voces de los dulceros, colocados en la calle del
Obispo, a lo largo del convento de Santa Catalina, pregonando los
turrones de Alicante, caramelos de limón, almendrones, avellanas y
garbanzos tostados, que casi tocaban en la enfermería de San
Francisco, con las banastas de higos chumbos y de rey, de las doradas
uvas de cuelga de Olivenza y camuesas de San Vicente, que con los
grandes rimazos
de sandias y melones de Talavera, ocupaban la fachada de los
franciscanos delcazos, formando contraste con las redes para ovejas,
sogas, serones, esportones y aguaderas de esparto que seguían la
acera del Seminario y del Hospital.
Empujándose
y ronca salía la gente de la plaza de toros, esparciéndose por todo
el Real de la feria y llenando las cantinas y las tabernas,
especialmente la de Francisco Alvarado, Comedias,
1, surtida por el almacén del Campo de San Andrés, que tenía un
vino de superior calidad a cinco cuartos el cuartillo, el café del
Campo de San Juan, el del teatro y el Café Nuevo de la calle de San
Blas, en los cuales entre vaso y vaso de vino, agua de limón,
horchatas, sorbetes de almendra y tazas de café y copas a real y
medio, se comentaba, con calor, el trabajo de las cuadrillas, las
cualidades de los bichos y las peripecias de la lidia, quedando todo
aclarado a la mañana siguiente en un hojita impresa que a la letra
dice así:
“Corrida
de ayer”
1º.
Carmelito: Un poco blando, tomó cuatro varas de Muñoz,
dándole un porrazo, y tres de Pimienta; le pusieron 12 banderillas y
lo mató el Quemao, de una muy buena, que mereció los mayores
aplausos.
2º.
Corsario: Tomó cuatro varas de Muñoz y dos de Pimienta, a
quien mató el caballo: las heridas que recibió en el chiquero no le
dejaron valerse de las piernas, y por eso permaneció receloso y
parado: le pusieron 14 banderillas y lo mató Montaño de una baja.
3º.
Legia: De la antigua casta de la Cartuja, cobarde y parado, lo
que hizo que lastimase los perros que mereció, y único objeto para
que podía servir.
4º.
Navarrito: Tomó cuatro varas de Muñoz y cuatro de Pimienta;
fue blando y se le puso fuego; matándolo Montaño de una baja.
5º.
Jaropillo: Tomó cuatro varas de Muñoz y cuatro de Pimienta,
dando a cada uno un porrazo; fue muy boyante: le pusieron 16
banderillas y lo mató Nieves, de cuatro, dándole una en
regla.
6º.
Vinagrillo: Blando, tomó tres varas de Muñoz y dos de
Pimienta, le pusieron 24 banderillas y lo mató Gaspar Díaz de una
en toda regla, que mereció la aprobación del público.
Los
picadores dejaron disgustado al concurso y hubiera sido de desear en
ellos más arrojo, menos vara y más regla en ponerlas.”
Todavía
se comentaban las estocadas del Quemao
y las varas de Muñoz (y por lo leído nadie se metió con la
presidencia de la plaza), cuando asomaron entre las almenas y en los
ventanales de la torre de la Catedral los históricos farolitos, que
aún se conservan, y poco después todos los edificios públicos,
incluso los conventos y la mayor parte de los particulares, aparecían
iluminados con los vasitos y farolillos a la veneciana, cuyos
resplandores, unidos a los que despedían las arañas, lámparas,
velones y hasta candiles de los puestos y comercios, aunque no
lastimaban la vista, eran suficientes para apreciar en la calle de
San Juan los primorosos bordados en oro, plata y seda, hechos y
expuestos en los establecimientos de los maestros Tadeo Urraca y
Manuel Velasco; la abundancia y buen orden de los diversos géneros
que en todos los comercios se vendían, como por ejemplo, el de D.
Félix Pablo Carrillo, que sobre las cajoneras llenas de arroz,
fraijones, fideos y pastas de la fábrica de la calle Soledad, núm.
15, pimienta colorada y especias para guisar, se alzaban los estantes
con libros al lado de los que contenían piezas de lienzo gallego, de
terliz
para colchones, cajas con pañuelos de seda y de Manila, al lado de
los rollos de bayetas, ceñidores y sombreros portugueses; y, para no
cansar, la de D. Juan Giral, que a los anteriores géneros, menos los
libros, añadía las escobas de palma, los bragueros de lienzo y
orillos, que hacía el maestro Francisco Agudo, de la calle del
Álamo;
las fumigaciones para la curación de las úlceras y el bálsamo
maravilloso de Izquierdo, para diviesos
y quemaduras.
¿Concurrió
mucho ganado al rodeo? ¿Corrió mucho el dinero? ¿Intervinieron en
algunos contratos los escribanos D. Florencio Sánchez Rastrollo o D.
Juan Membrillera? No lo sé; como tampoco si salió airoso el Sr.
Patrón con el concierto, no si fue aplaudida la cantante de San
Carlos ni si resistió el tablado el empuje de los bailadores; y como
estas cosas al cabo de tantos años no se aprenden ni averiguan, ni
aún yendo a Salamanca, haría aquí punto final, amigo D. Regino, si
ni hubiera echado cuenta que me dejaba en el tintero: Que en una casa
de la calle de Afligidos, enfrente del Santo Cristo entraban muchos
hombres y mujeres con cautela y disimulo, porque el genero que en
ella se expendía en aquella era contrabando, circunstancia que
siempre aviva el apetito: explicaban, C por B, a D. Fermín, el
origen y progreso de sus flatulencias y alifafes, y salían, tan
campantes, con los bolsillos llenos de paquetes de las tomas
del vomiz-purgativo y
purgante de la ruá,
en cantidad suficiente para arrojar, como única causa de sus
enfermedades, todo el humor seroso
corrompido, que tenían depositado en sus cuerpos, y dejarlos más
limpios que una patena y tan sanos como una pera de San Vicente.