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¿𝗬 𝘀𝗶 𝗹𝗮 𝘀𝗼𝗹𝗲𝗱𝗮𝗱 𝗻𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗮𝗱𝗮 𝗻𝗼 𝗳𝘂𝗲𝗿𝗮 𝘂𝗻 𝗽𝗿𝗼𝗯𝗹𝗲𝗺𝗮, 𝘀𝗶𝗻𝗼 𝘂𝗻𝗮 𝗼𝗽𝗼𝗿𝘁𝘂𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗿𝗲𝗶𝗺𝗮𝗴𝗶𝗻𝗮𝗿 𝗻𝘂𝗲𝘀𝘁𝗿𝗮𝘀 𝗰𝗼𝗻𝗲𝘅𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀? La #soledad no deseada es más que la ausencia de compañía; es un reflejo de cómo hemos diseñado nuestras vidas, nuestras ciudades y nuestras relaciones. Hemos construido sistemas que priorizan la velocidad, la productividad y la individualidad, dejando a quienes nos preceden desconectados y, a menudo, invisibles. Sin embargo, en lugar de tratar esta soledad como algo que resolver, quizás debamos verla como un sistema por transformar, una invitación a rediseñar cómo nos relacionamos con las personas mayores y, en última instancia, con nosotros mismos. El #diseño #sistémico nos ofrece un enfoque para abordar este desafío. Nos enseña que los problemas no existen de forma aislada, sino como partes interconectadas de un sistema más amplio. Para entender la soledad, necesitamos explorar sus raíces, por ejemplo la desconexión intergeneracional, la accesibilidad limitada, el estigma asociado al envejecimiento, y la falta de espacios que promuevan encuentros significativos. Y al hacerlo, no buscamos parches ni soluciones rápidas; buscamos una comprensión profunda que permita intervenciones sostenibles y significativas. Imagino un proceso donde el primer paso sea escuchar. Escuchar a las personas mayores, a sus cuidadores, a sus comunidades. Entender cómo perciben su mundo y qué necesitan para sentirse parte de él. Desde ahí, podemos mapear las relaciones que perpetúan esta desconexión, visualizando cómo factores como la movilidad, la tecnología o el diseño urbano afectan sus vidas. Este mapa no es solo un ejercicio técnico; es una herramienta para identificar los puntos clave donde un cambio, por pequeño que sea, podría generar un impacto significativo. El siguiente paso sería transformar esa complejidad en historias que inspiren y accionen. Historias que conecten a los diferentes actores del sistema, gobiernos, universidades, empresas, comunidades locales y medios de comunicación. Porque la soledad no es un tema individual; es un problema colectivo. Necesitamos narrativas que hagan visible lo invisible, que nos muestren cómo cada decisión —desde cómo diseñamos un parque hasta cómo estructuramos un servicio de transporte— afecta la conexión de una persona con su entorno. Esto no será un camino lineal ni sencillo. Transformar sistemas implica aceptar que no hay respuestas únicas ni soluciones definitivas. Pero en esa complejidad está la posibilidad de redescubrir qué significa cuidar, acompañar y valorar a quienes han sido pilares de nuestras comunidades. Hoy lanzo esta propuesta como una invitación para quienes quieran generar un cambio. ¿Qué opinas? ¿Te unirías a este esfuerzo? Porque tal vez, el primer paso para combatir la soledad es comenzar una conversación.