LOS DEMONIOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL
Juan Manuel de Prada
Una de las frases que más gusta chuperretear al lorito sistémico –lo mismo al que vive en la choza que en el palacio, aunque este último lo dice con socarronería maligna– es aquella que dice, poco más o menos: «La tecnología no es buena ni mala, depende del uso que le demos». Resulta, en verdad, grotesco que mucha gente se crea sinceramente este mito de la tecnología neutra e impersonal, como si sus 'avances' no estuviesen impulsados, inducidos, financiados con inversiones multimillonarias por personas concretas.
Ignacio Castro Rey, autor de 'Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada' (Pre-Textos) sabe, desde luego, que la tecnología nunca ha sido neutra, mucho menos en esta fase terminal y posthumana de la Historia. Frente a los loritos sistémicos que celebran el «enorme potencial» y los «eventuales riesgos» de la inteligencia artificial, Castro Rey descubre en este nuevo ingenio algún potencial específico, en campos especializados, y enormes riesgos existenciales, políticos, éticos y culturales. Frente al tan cacareado peligro de los «malos usos» que los «gobiernos autoritarios» pueden hacer de la inteligencia artificial, Castro Rey nos alerta en su lúcido y penetrante ensayo de los peligros de su uso «progresista y democrático», que ayudará a instaurar un despotismo de nuevo cuño, una 'gobernanza' tecnocrática basada en una vigilancia estatal sin precedentes. Un despotismo que, según nos advierte el autor, ya no se ejercerá desde los centros institucionales del poder, sino que más bien será de naturaleza «ambiental»; y todo ello integrado en una cultura de la emergencia y en una hilera interminable de pánicos más o menos inducidos: sanitarios, económicos, geopolíticos, energéticos, climáticos, alimentarios, etcétera.
La inteligencia artificial nos ofrece, a modo de conocimiento universal consensuado, una mixtura de ciencia vulgarizada y estadística que añade al caudal vertiginoso de datos e informaciones un 'sesgo'; el sesgo 'progresista y democrático' que al poder interesa imbuir en las masas, a la vez que las galvaniza con un eufórico espejismo de 'empoderamiento' redentor. La inteligencia artificial no pretende otra cosa, a la postre, sino instaurar una nueva disciplina de masas; y no sólo –nos advierte Castro Rey– en las cuestiones medulares que interesan al poder, sino también en los asuntos más nimios, para que todos consumamos las mismas marcas y viajemos a los mismos sitios. Se trataría, en fin, de crear una sociedad gustosamente sumisa, que se cree informada pero sólo ha sido formateada en manada; y que, como se halla dispersa (pues la tecnología disuelve los vínculos y nos encierra en su jaula absorta), esa manada se cree formaba por personas únicas con voz propia (aunque sea voz de papagayo).
La inteligencia artificial declara abolido el pensamiento, que desde ahora se convertirá en una mera combinación de datos. Nos exonera de la difícil...