Asombroso artículo el publicado por el ministro español de turismo Jordi Hereu, que con un lenguaje contundente apela a "neutralizar el veneno de la masificación turística", como si fuera el encargado de una empresa de desratización o un agente policial en persecución de delincuentes. Sorprende el tono "radikal" de su comunicado ministerial, pero sorprende aún más el contenido elitista del mensaje supuestamente redactado a espaldas de la nomenclatura política supuestamente inclusiva a la que pertenece.
Porque en un mundo de fronteras cada día más difusas, el filtrado de las masas que viajan solo puede lograrse mediante el alzamiento de muros, el acoso incesante de fuerzas y cuerpos de seguridad, la construcción de campos de reeducación para disidentes del turismo exclusivo... o el infranqueable acceso al destino que permite unos precios por las nubes de la oferta turística. Esto es, los vuelos en jets privados o la suite de lujo en el finisterre hotelero.
Dígalo con claridad, señor ministro. La democratización del turismo ha sido un veneno para países como España, próximo a alcanzar los 100 millones de turistas internacionales. La popularización de las viviendas turísticas, una ilegalidad para extranjeros en perjuicio de los nacionales. La sobreexplotación de los recursos naturales, un despropósito de la modernidad que conviene revertir para que nuestros conciudadanos habitantes de las urbes sean regresados a su prístina función agricultora y ganadera en un campo de aromas autóctonos y auténticos.
La España vacía tiene visos de convertirse ahora en el paraíso soñado por algunos de nuestros más desnortados gobernantes. No, no puedo estar más en desacuerdo con Jordi Hereu. Si el turismo se ha convertido en la principal fuente de ingresos y trabajo de España es porque históricamente los gobiernos apenas lo han planificado. Gobernar el turismo puede llegar a ser un pecado, señor ministro.