Este verano por diferentes motivos no pude disfrutar de las vacaciones. Es por eso que aproveché el puente de Todos los Santos para escapar unos días a las Islas Canarias y desconectar.
Durante mi estancia allí tuve tiempo para reflexionar y recordé una charla con un antiguo compañero de trabajo que dijo tras unas vacaciones "No estamos hechos para este ritmo de vida, a mi lo que me gustaría es vivir en una casita en la montaña y desconectar de todo". Tras recordar esa conversación y observar mi entorno, me animé a escribir esta pequeña reflexión:
Vivimos en una sociedad que avanza a un ritmo vertiginoso, impulsada por el dinamismo del mundo corporativo y la vida en las grandes ciudades. Sin embargo, cada vez más personas sienten la necesidad de desconectarse de esta velocidad, buscando espacios donde el tiempo transcurra de forma más pausada, donde puedan encontrar paz y una conexión auténtica (En mi caso, la isla de Fuerteventura).
Esta tendencia de escapada hacia entornos rurales o pequeños destinos ha crecido mucho en los últimos años, señalando un deseo de desconexión que plantea una paradoja interesante: el sistema actual está diseñado para mantener un ritmo constante de producción y consumo. Pero, ¿Qué pasaría si más personas empezaran a cuestionar este modo de vida y decidieran abandonarlo? ¿Estamos preparados para un cambio de paradigma donde el éxito no dependa solo de la velocidad, la productividad y el crecimiento económico?
Por otro lado, esta migración hacia la tranquilidad tiene sus propios efectos. Lugares que antes eran refugios de paz, están experimentando una saturación inesperada. Irónicamente, quienes buscamos calma en estos lugares a menudo terminamos llevando con nosotros el mismo ritmo que pretendíamos dejar atrás. Surge así un dilema: al ocupar estos espacios, alteramos su esencia y ponemos en riesgo el equilibrio que inicialmente buscamos. Esto nos plantea la siguiente cuestión: si nuestra vida fuera siempre tranquila, ¿apreciaríamos la calma de la misma manera? La paz y el descanso cobran valor precisamente porque son la excepción en nuestra rutina, no la norma. Es la alternancia entre movimiento y reposo la que nos permite apreciar verdaderamente los momentos de pausa.
Tal vez, en lugar de buscar lugares a los que huir, deberíamos aprender a cultivar esa tranquilidad internamente, sin depender de factores externos. Así, la desconexión no sería una simple escapatoria, sino una forma de reconectar con nosotros mismos y de replantear nuestras prioridades.
Al final, quizá se trate de aprender a estar presentes donde quiera que estemos, sin necesidad de huir para sentir que vivimos plenamente.
¿Hasta qué punto la búsqueda de paz y desconexión es una necesidad real, o es simplemente una respuesta a las expectativas sociales de productividad y éxito?
Pd: De la gran cantidad de personas que ven una oportunidad de negocio en la venta de desconexión y libertad y cómo afecta a estos entornos hablaré en próximos post.
Empleado Privado
4 mesesAdoptar estos consejos no solo ayuda a proteger el medio ambiente, sino que también enriquece tu experiencia de viaje, permitiéndote disfrutar de un verano más consciente y sostenible.