No creo en bandos, en ideologías, ni en etiquetas. Creo en las
#personas. En nuestra capacidad para dar, para sentir, para estar presentes, a veces en silencio, a veces con un abrazo o una mirada o con un cubo y una pala.
Lo único que realmente nos diferencia es nuestra humanidad, esa fuerza que nos impulsa a tender una mano cuando alguien la necesita. Ningún sistema, ninguna inteligencia artificial, ni la mayor de las tecnologías podrá nunca arrebatarnos eso.
Vivimos en un mundo donde lo material es efímero. Un segundo o una ola, basta para que todo cambie, para que todo aquello que pensamos que poseemos se desvanezca. Y lo único que nos sostiene, si tenemos la suerte de sobrevivir, es nuestra humanidad y nuestro corazón.
Sin embargo, seguimos divididos, defendiendo intereses y opiniones, discutiendo sobre quién tiene razón. Son muchos y de todos los colores los que tienen que pagar por tanto dolor. Esto no puede quedar impune.
Pero hoy lo único que importa es alzar la voz por aquellos que ya no pueden. Unirnos por quienes lo han perdido todo. Porque, en el fondo, todos podríamos ser ellos. Todos somos ellos.
Y no se trata solo de hoy. No se trata de ayudar por un momento, por una noticia que se desvanece en el siguiente titular. La ayuda debe persistir, debe ser mañana, dentro de una semana, dentro de un año. Porque el dolor no se apaga cuando los focos se alejan; sigue ahí, latente, esperando. Hay muchas otras vidas esperando en otros lugares que no les ha llegado nada.
Por respeto a todas esas voces que ya no pueden hablar, a esos llantos que aún se oyen, hoy elegimos silenciar nuestra voz, dejar de lado nuestros propios intereses, para que quienes realmente necesitan ser escuchados tengan el espacio que merecen. Que sus voces sean las que se oigan, que no se pierdan en el olvido, porque son ellos quienes más necesitan nuestra ayuda y nuestro apoyo, ahora más que nunca.
Quizás esta no sea la plataforma, o quizás sí, porque cuando hablamos de seres humanos y de vidas, toda plataforma es la correcta.