Éxito y fracaso
Es curioso como la palabra éxito en el mismo occidente tiene dos significados de una misma raíz. Y cómo el contenido de la misma no siempre representa verdaderamente lo que creemos. Cada palabra tiene un poder especial en su contenido, y en el de nuestra mente.
Originalmente ÉXITO es tomada del latín exire, que significa “salir”, formada por ex “fuera” e ire “ir”; su sentido actual es el de “salida feliz” o “resultado feliz” de algún negocio, emprendimiento, tarea u obra realizada. En inglés, “exit” conservó su sentido original latino: Salir. Para definir lo que conocemos como éxito, los americanos e ingleses tienen otra palabra, “succes”.
Tener éxito connota que los demás se hagan eco del logro obtenido por nosotros. La experiencia demuestra que tener éxito siempre no es posible (ni parece conveniente). Quien triunfa demasiado, o demasiado pronto, tiene el riesgo de confiar en sus fuerzas más de la cuenta y alejarse de la realidad que sale mal. En la vida humana no todo sale bien.
El secreto de una dirección de éxito es acertar más veces de las que uno se equivoca. Es intentar muchas cosas para lograr que algunas nos salgan bien. Parece increíble escuchar a los emprendedores exitosos la cantidad de veces que fallaron, que sintieron frustrarse pero siguieron intentándolo, y en muchas ocasiones reconocen que el fracaso es necesario.
El fracaso hace alusión a un desacierto, malogro, frustración de algún resultado y efecto de tipo adverso de una empresa o negocio. Se trata de un hecho o acontecimiento que de una manera accidental, impensado, súbito, casual y repentino provoca un sentimiento negativo.
El fracaso es doloroso y fuente de pérdida del sentido del propio esfuerzo. Ante este dolor, tiene un aspecto positivo en nuestra vida. El fracaso es necesario para la maduración de la personalidad. La vida humana está tejida de aciertos y errores, de cosas que han salido como se habían proyectado, y de otras que no han llegado a buen puerto. La existencia consiste en un juego de aprendizajes. Por lo general, se aprende más con los fracasos que con los éxitos o, por lo menos, tan importantes son los unos como los otros.
El fracaso es aquella experiencia interior de derrota, consecuencia de haber comprobado que algo en lo que habíamos puesto nuestro esfuerzo e ilusión, no ha salido como esperábamos. Es la consecuencia de no haber cubierto la meta propuesta. La vivencia inmediata es negativa, está surcada por una mezcla de tristeza y desazón interior.
Junto al fracaso hay que mencionar el riesgo y la dificultad que toda decisión conlleva, puesto que no sabemos si alcanzaremos, nosotros y nuestros recursos, el fin propuesto. El riesgo se justifica “a posteriori” por el fin alcanzado, un bien que justifica el esfuerzo previo y el descanso consiguiente. Esta inseguridad acerca del bien que se pretende alcanzar es constitutiva de la libertad y de las tareas humanas
El éxito y el fracaso no serían tan importantes si no nos transformaran a nosotros mismos de la forma en que lo hacen, y si no establecieran una dolorosa diferencia entre lo que queremos y aparentamos ser, y lo que realmente somos. Tenemos la extraña facultad de medir nuestra vida por la opinión de otras. Algunos hombres sienten nostalgia de la opción no elegida, de lo que acaso sacrificaron, a pesar de reconocerse en ello, mientras consideran que nada les dice lo que hasta ahora han alcanzado.
Ambos son las dos caras de una misma moneda, pues para alcanzar el éxito es necesario fallar, pues sin fallas no hay avances, es parte del camino, es parte del logro. La realidad conlleva un contexto donde me puedo desenvolver, y esta situación puede o no influir.
El éxito y el fracaso son algo muy relativo, y ser libre entre ellos presupone una aceptación previa de uno mismo, de la situación que nos ha tocado vivir, de las limitaciones ajenas a nuestra voluntad en que continuamente nos vemos sumidos.
Somos como el fuego que siempre está ardiendo. Es muy difícil apagarlo. Incluso en los peores momentos hay un rescoldo latente debajo de las cenizas. Ahí se inicia el volver a empezar. Quién se ríe de su fracaso, se libera de él, porque deja de tomárselo en serio, lo relativiza, lo ironiza. Amargarse por los propios fracasos es señal de que uno no se conocía como limitado y, por lo tanto, no se conocía en absoluto.
Hay que reírse de un resfriado, de una depresión, de una recaída por cansancio, etc. Incorporar los avatares de lo cotidiano al fluir de la propia vida dándose cuenta de que nada de lo que nos pase tiene visos de ser definitivo. Sólo la muerte es un verdadero problema, pero esto es tema para otra oportunidad.