10 razones a favor de volver a la oficina... y una (poderosa) para no hacerlo
Vivo en una gran ciudad y trabajo en una oficina moderna, luminosa y repleta de servicios y también desde el dúplex con terraza en el que vivo. Por ello, cómoda en ambos sitios, soy muy consciente de las servidumbres y también de las ventajas que entraña trabajar en cada uno de esos espacios.
La oficina me mata a reuniones, me distrae con conversaciones que no me aportan nada, me obliga a sonreír a gente a la que no soporto, pero también me llena de nuevas ideas, me regala risas, me aporta espacios para la pregunta y me permite aprender de lo que otros hacen.
Sin embargo, parece que ir a la oficina es un “sacrificio” que me compensa.
10 razones para volver a la oficina
La oficina no sólo es un lugar de trabajo que me obliga a ponerme el tacón para salir de casa. La oficina, al menos a mí, me da estructura, rutina, algunos amigos y hasta un lugar al que dirigir mi mal rollo de los domingos por la tarde. La oficina me ayuda a sentirme parte de un grupo aun cuando trabaje sola. Tiene tanto significado que muchas veces la elijo para responder a la pregunta en qué trabajo.
Porque
- Ir a la oficia me ayuda a cumplir otras rutinas. Resulta increíble hasta que lo vives lo mucho que cuesta calzarte o quitarte el pijama cuando nada te obliga a hacerlo
- Ir a la oficina me ayuda a separar el trabajo de la vida personal. Incluso a escapar de ella. Aunque me cuesta madrugar, me encanta cambiar de entorno, pintarme el ojo y sentirme una working girl como las de las revistas.
- Ir a la oficina me obliga a relacionarme con todo tipo de gente. Aun cuando haya algun@o a quien no soporte o que me ponga la cabeza como un bombo, la oficina me obliga a convivir con casi todas las personas de mi grupo.
- En la oficina me es más fácil dejar de trabajar. Porque me parece normal tomarme un café y alargar la charla con el de al lado. En casa, me siento tan obligada a corresponder la confianza que mi empresa me da, que me siento culpable apenas me levanto de la silla.
- Ir a la oficina me ordena la agenda y me pone límites horarios al trabajo. Que apaguen las luces o que quiten el aire es la excusa perfecta para dejarlo. Que el resto se vaya, un empuje a veces necesario para pasar delante del despacho donde aún queda el jefe.
- Ir a la oficina disminuye mi presión por el resultado y la ansiedad por la evaluación del rendimiento. Porque mis jefes me tienen a la vista, coincidimos en mil reuniones y tienen bastantes ocasiones de valorar mi aportación en cada proyecto.
- Ir a la oficina aporta un contexto todo es más fácil. Allí no tengo que preocuparme por si funciona la Wifi ni por el papel de la impresora. Que mi PC deje de funcionar es la mejor excusa para tomarme un largo café, mientras los técnicos se ocupan.
- Ir a la oficina me permite mejorar. Me obliga, aunque sea a costa de muros, a comportamientos que de otro modo yo reconozco que no tendría jamás. A escuchar a gente a la que no me acercaría ni aunque compartiéramos la misma isla desierta. O a apuntarme a actividades de grupo que no me atraen en absoluto pero en la que luego reconozco que lo paso bien.
- Ir a la oficina me ayuda a controlar mejor a los enmarronadores. En la oficina cuanto más a tiro visual te pones, más marrones te caen. De hecho, hubo un tiempo en que odiaba tener jefas porque podíamos coincidir en el baño. En la ofi, me basta con desaparecer de mi sitio para pasar un día más tranquilo. Curioso, pero en casa, me obligo a estar más pendiente del email.
- Ir a la oficina puede ser divertido. Yo me lo paso pipa observando el montaje teatral que tiene lugar en la oficina. Me resulta simpático observar lo desnudos que van algunos emperadores y la retranca que tienen otros para torear con ironía las gilipolleces más supinas. Este balcon40 no habría nacido sin la oficina.
Puede que nadie en su lecho de muerte se arrepienta de no haber pasado más horas en la oficina. Pero yo tengo que reconocer que llevo más de 30 años disfrutando de “ir” al trabajo.
1 sola razón para no volver
Ha sido esta revolución digital la que me ha hecho ver la oficina como una jaula de oro. Muy cómoda, muy acogedora y hasta divertida. Un sitio confortable… que me lastra para volar.
Sin duda, trabajar en un ambiente conocido, me hace comportarme en los parámetros de lo conocido. Para hacer crecer a ese knowmad que hoy sé que llevo dentro de mí, la oficina es, si no un lastre, cuando menos un corsé.
Y es que no hay mayor motivación que el hambre. Que las penurias y la necesidad. Renunciar a la oficina me alienta a mejorar algunas de las habilidades digitales que considero me serán más útiles en los próximos años de mi vida profesional
No volver a la oficina me exige mejorar
- Mi autoconocimiento sobre cuales son mis habilidades y mis carencias
- Mi nivel de autonomía y autogestión
- El entendimiento de qué es lo que realmente me motiva
- Mi red de colaboradores
- Mis habilidades de elaboración de contenidos digitales
- Mi empatía digital
- Mi capacidad de transmitir a través de una pantalla.
- Mi gestión de la ansiedad y mi capacidad para asumir riesgos “sola ante el peligro”.
- Mi marca personal y mis valores diferenciales
- Mi entorno de aprendizaje autodidacta
No digo que no pudiera mejorar allí. Pero reconozco que, el acelerón que te da el de quedarte sola parapetada detrás de una pantalla, es un mejor catalizador.
Tanto que me parece que volver a la oficina fuera casi renunciar a la oportunidad de hacer el mejor máster en esto de ser un profesional digital.
Tú, de poder elegir, ¿qué escenario prefieres?
Post original publicado en Balcon40.com, el blog de los profesionales VALIOSOS en la era digital.
¡Te invito a conocerlo!