20 centavos
World Coins - Honduras. Republic AR 20 Centavos 1932. Toned XF

20 centavos

Los que nacimos en los 70’s pudimos conocer el poder de veinte centavos. De niño recuerdo era más que suficiente. En una pulpería cercana podía comprar varias cosas, o chucherías. Los veinte centavos era el límite, la moneda de mayor valor a esta era la de cincuenta centavos y para lograrla requería un evento especial o bien cuando la daba algún pariente lejano y pudiente. En los ochentas, cuando viví los años de escuela, eran los veinte centavos lo que se miraba más en la caseta de doña Mima, nunca supe su verdadero nombre pero si su eterna sonrisa para vender. La coca cola la vendía a dos monedas de veinte centavos, los churritos a cinco centavos, la papa cocida, y luego frita, con repollo encima a treinta y cinco creo, y hasta ahí recuerdo. La caseta estaba al fondo del pasillo, al lado norte. Como muy poco viajaba en transporte público no recuerdo muy bien cuando era su valor en esos años de los ochentas, pero ya en mi tiempo de colegio secundario ese veinte te llevaba de terminal a terminal en bus. En mi caso que tomaba el bus en la terminal de la Miraflores, podía ir hasta dos terminales posibles, una la de Loarque, cerca de donde mi tía Pina vivía, y la otra en Carrizal. La ruta que mayor uso tuve fue la de Miraflores-Carrizal pues cerca de esa terminal está el instituto de educación secundaria donde me formé como técnico en refrigeración. Eran unos catorce kilómetros el recorrido con los veinte centavos. Suena barato y así era. En ese tiempo el tráfico que hoy se mira no existía, mucha gente viajaba en bus y por ello era de mayor rentabilidad, el costo de diesel era como de dos lempiras con cuarenta centavos (en esos años ochenta), o sea que con doce pasajeros el bus pagaba un galón de diesel, las mayores dificultades que un conductor con su cobrador podían tener era la de cambiar una llanta, que muy raro sucedía, o bien detener el bus en un bordillo o pared porque sus frenos le fallaban (esto lo viví en un bus que lo hizo con la pared de la jardinera de la gasolinera Esso que estaba frente al Centro Comercial Centro América, ahí por las oficinas de Hondutel frente a Emisoras Unidas). Durante mi tiempo de universidad todavía pagué veinte centavos por el bus, en ese tiempo tenía que tomar dos buses de ida, uno que me llevaba de Miraflores a Infop, Plaza Miraflores o Emisoras Unidas, según la hora y conveniencia para llegar temprano, y el otro que era el que llegaba a la universidad. Como iba por las mañanas y por las noches a la universidad, requería ocho monedas de veinte centavos por día. No llevaba más que el dinero del bus y en una ocasión que esperaba a que el bus saliera de la universidad me di cuenta que no llevaba ni un veinte. En esa ocasión me bajé y fui de regreso a buscar a alguien que me prestara en la facultad de arquitectura, donde inicié mis estudios, con la suerte de encontrarme a un compañero en la estación a quien le pedí y de muy buena voluntad me pagó el pasaje de veinte centavos. Monedas de veinte centavos, con algunas de cincuenta, son las que caían en unas alcancías de barro que tenía, los regalos monetarios eran en esas monedas y permanecían ahí para posponer el consumo a artículos de mayor valor. Crecí dando un valor considerable a los veinte centavos, hoy es poco uso que hago de esas monedas por utilizar otras formas de pago, pero si tengo recuerdos de su uso y, aunque no fui yo quien viví los momentos en que tuvo mucho mayor valor, si se que la tuvo en generaciones anteriores a la mía. De veinte en veinte centavos me transporté hasta lograr acceder a la educación universitaria y muchos años antes pudo haber sido una sola moneda la que aseguró que naciera y tuviera una vida con lo necesario para salir adelante.

Ya con muchos años escuche a don Pedro, como mamá le dice a papá (diré papá en lugar de mi papa que suena muy posesivo) contar una brevísima historia de cuando vino a Tegucigalpa para entrar al seminario diocesano y formarse para ser sacerdote. Vino a dejarlo su abuelo Tomás Euceda, el papá de su mamá Teresa Euceda, única abuela a quien yo pude conocer. Tomás estaba casado con Maclovia Zelaya, vivían en el municipio de Reitoca, por el cerro de “Justina”, y fue ahí donde mi abuela Teresa nació y creció junto a su única hermana Josefa. En esos tiempos era raro una familia con tan solo dos vástagos, alguna causa muy natural fue lo que dió origen a ese control natal. Luego mi abuela se casaría con Herminio Ramírez y sacarían adelante a cinco mujeres y tres varones, uno de ellos papá. La casa de Tomás estaba hacia el sur-oeste, a unos tres kilómetros de camino a pie, o en “bestia” (caballo, burro, mula) de la pequeña ciudad de Reitoca a la que visitaban a intercambiar bienes que producían por otros que requerían adquirir. Al casarse mi abuela se mudó a la otra pequeña ciudad de Curaren, pues cerca de ahí, en Los Llanos de Mandastá, a cinco kilómetros al sur, Herminio tenía las tierras que trabajaba. Con el tiempo, y para cuidar de cerca las siembras, Herminio trasladaría a toda su familía hasta Mandastá. Así fue como conocí el nombre de ese lugar, como Mandastá y tuvo que haber sido en 1980 cuando visité el lugar por primera vez. Recuerdo que no teníamos clases por una huelga del magisterio, Pablo, hermano mayor, seguro estaba en primer grado, yo en kinder. Ese viaje quedó en mi mente por la gran aventura que representó. El viaje fue en una “baronesa”, camión con estructura de madera para llevar pasajeros, se tomaba por el mercado San Isidro, cerca del Cementerio General y por donde la quebrada El Sapo revienta el embaulado cuando se carga de toda el agua que baja del barrio Los Profesores. No recuerdo quien nos llevó a tomar el bus, pero si recuerdo la mucha gente que iba al mercado y los anteojos oscuros de plástico que papá compró para Pablo y yo. El camino de tierra que comienza desde La Venta es terrible aún hoy en día, en ese momento fue la aventura lo que se vivió y, como niño (5 años) recuerdo muy poco de todos los detalles. Los viajes a Mandastá siguieron y de esos otros tengo mayores recuerdos, como el dormir en la casa de la madrina de bautizo de papá en Curaren, quien tenía un hijo que se hizo sacerdote como papá, Alejandrino Munguia, el caminar o ir en “bestia” hacia los llanos, dormir en cama de cabuya con petate (manta rígida hecha con planta llamada tule), ver iluminar las casas con ocote, comer tortillas hechas al momento por mis tías (Julia y Juana) o alguna prima jóven (Estela, Bertina, Norma), el fogón para cocinar, los animales de corral, la cuajada recién hecha en la mañana y lista cuando ya nos levantábamos, las caminatas para conocer los riachuelos cercanos. Claro está que lo que mayor impresión dejó la primera visita fue el saber que las necesidades evacuatorias humanas se hacían al aire libre y había que tener cuidado a los cerdos para no lo tumbaran a uno. En Los Llanos de Mandastá fue donde papá creció sus últimos años hasta que Tomás lo llevó a Tegucigalpa a sus doce años. El recuerda haber vivido en Curaren, pero en Mandastá fue donde tuvo su última residencia de niño. En ambos lugares tuvo una niñez muy feliz y sin duda lo fue porque como padre fue muy paciente con los que crecimos con él, mis dos hermanos, Pablo y David, y yo. Desde Mandastá visitaba a su abuelo Tomás por el cerro Justina, un recorrido de siete kilómetros por cerros escarpados que dice disfrutaba muchísimo por lo natural y libre del entorno, sin cercos y con frutas en tiempos de lluvia. A él le gustaba visitar a su abuelo porque dice era muy sabio, durante los días que permanecía en su casa pudo acompañar a él, y a su abuela Maclovia, a los oficios religiosos en Reitoca. Previo a los oficios religiosos, las personas responsables de ejercer autoridad en el pequeño pueblo, se acercaban a don Tomás para pedirle consejos. “Siempre iba bien vestido, de saco, pantalón, faja, zapatos”, dice papá. Una de las cosas que cuenta papá sobre él era su respeto y devoción a lo divino, recuerda cómo en una temprana mañana se despertó y vio a su abuelo en el corredor vestido y con su rostro de frente a la aurora del día. Con sus ojos cerrados, sus manos juntas a la altura del pecho y en silencio oraba. Quizás esta influencia fue la que hizo tener confianza en emprender el viaje para ser religioso. De la hermana de mi abuela, tía de papá, poco o nada supe y solo un recuerdo tengo para compartir y que fue soltado por papá en uno de sus momentos emotivos cuando habla de su vida hace setenta años. Tomas, el abuelo amado de papá, fue quien lo trajo a Tegucigalpa y venía con alguien más, un primo, hijo de la tía de papá. A lo mejor vinieron otras personas pero eso tiene alguien que preguntárselo a él, yo solo escucho y trato de escribir algo para que otros sepan. Al llegar al seminario donde tendría su nueva vida, la despedida pudo haber sido emotiva como es de esperar, papá sólo tenía doce años, pero algo de esa despedida que papá guarda, y que solo he escuchado decir una sola vez, es que su primo, al momento de que su abuelo hablara algo con quien lo recibía en el seminario, le llamó aparte y de una de sus bolsas del pantalón sacó “veinte centavos” y se los dio, le dijo: “primo, aca tiene”. ¿Cuanto vale para ti hoy esos veinte centavos de lempira?, quizás muy poco, pero en 1948 esos veinte centavos era una gran cantidad de dinero que en un poblado remoto, todavía hoy, solo lo miraban unos pocos. A mi, veinte centavos me llevaban a la universidad, pero quizás para papá significó una motivación para superar la soledad de estar lejos de familia, vivir encerrado, sobrellevar miradas discriminatorias. Veinte centavos fueron sin duda algo más que marcó un camino para que exista Lina, Raul, Pablo, Pedro, David y todos los que devinieron de ellos. Muchos verdad?

No alt text provided for this image

Foto tomada al momento de diaconado. Pudo haber sido por 1956. De Izquierda a derecha, Amilcar Ramirez (hermano), Teresa Euceda (madre), Pedro Ramírez (don Pedro), Herminio Ramírez (Padre), Tomás Euceda (abuelo materno), sin identificar.

Cristhian Serrano Carias

Donor Relations Specialist at International Christian Concern

5 años

Pablo, fue muy agradable haber leído lo que con “veinte centavos” se lograba hacer tiempo atras. Y por supuesto, lo que estos representaron para tu vida en cierta ocasión y para la de papá.

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas