Viviendo el sueño
Nací para alcanzar el éxito, y no para fracasar.
Nací para triunfar, y no para agachar la cabeza, derrotado.
Nací para brindar por mis victorias y no para gemir y llorar.
Hace tiempo un buen amigo mío me recomendó un libro. Pese a que los consejos de este amigo siempre me han resultado ser enormemente satisfactorios, y pese a que me lo compré hará como 10 meses, hasta ahora no había tenido la decencia de otorgarme un respiro y leerlo. El libro en cuestión se titula "El vendedor más grande del mundo".
No es la forma de presentar la historia la que me hace recomendar este libro. Ni siquiera la forma de escribir de Og Mandino, la cual es bastante simple lo que hace que el libro sea muy fácil de leer, merece especial mención.Lo verdaderamente interesante de este libro es el mensaje.
Nadie engaña a una persona tanto como ella misma. El cobarde está convencido de que es simplemente prudente y el tacaño cree que practica la frugalidad. Nada es tan fácil como engañarnos a nosotros mismos, puesto que lo que deseamos es siempre fácil de creer. Nadie en mi vida me ha engañado tanto como yo mismo.
No importa que seas de la generación X, Y, Millenial o cualquiera que sea la que vendrá después, absolutamente todos nos sentimos identificados cuando leemos este párrafo. Bien pudo tratarse de una pequeña mentirijilla. O bien pudo ser una gran mentira, como que no podemos ser quienes nosotros queramos. Que no podemos llegar donde nosotros nos propongamos. Que siempre habrá otro que rija mi vida y mis normas, y que eso, es algo que no se puede evitar.
Si nosotros nos valoramos muy bajo, el mundo estará de acuerdo. Y, si nos valoramos como los mejores, el mundo aceptará de buen grado esta valoración.
La verdad es así de simple. Somos nosotros mismos los que nos ponemos nuestras propias barreras en el camino. ¿Como vamos a conseguir algo que ni siquiera nosotros nos creemos que podemos conseguir? Somos nosotros los que nos impedimos mirar mas allá. Si lo piensas fríamente, es una locura.
Me fascina ver como la gente tacha cínicamente de ambiciosos a aquellos que abiertamente expresan su deseo de alcanzar sus sueños. Me fastidia la gente que mira con recelo, y en su fuero interno desean tu fracaso, cuando les dices que vas a vivir en la torre más alta de Nueva York. Pero sobre todo, me repatea la gente que dice: no, eso tú no puedes hacerlo; eso no es para ti, deja que otro lo hagan que lo van a hacer mejor.
Honestamente, dudo que haya alguien que pueda cumplir mi sueño mejor de lo que yo voy a cumplir. Alguien que pueda vivirlo con más intensidad con la que yo lo voy a vivir. Alguien que vaya a vibrar tanto con las victorias y las derrotas que me esperan en el camino de lo que yo voy a vibrar.
Pero, por desgracia, este es el pan nuestro de cada día. Educados por una generación dónde la Libertad Financiera no es más que una utopía nos cortaron las alas de la creatividad. Nos dijeron que nuestros sueños no eran alcanzables y que nuestra labor es en realidad ayudar a otro a alcanzar sus sueños, trabajando para él.
Afortunadamente, nunca es tarde para quitarse la venda de los ojos y ver la realidad del mundo que se abre ante nosotros. Rodearse de la gente adecuada y y andar el camino que de verdad queremos recorrer está al alcance todos. La felicidad nunca debería ser una opción.
Ahora sé que hay tres clases de personas en el mundo. Las primeras aprenden se sus propias experiencias, y son los sabios. Las segundas aprenden de las experiencias de los demás, y son felices. Las terceras no aprenden ni de sus propias experiencias ni de las de los demás, y son los necios.
La pregunta en este punto no es que clase de persona eres tú (eso no tiene la menor importancia ahora mismo y únicamente te hará mirar atrás y descubrir los errores que cometiste, si es que, como yo, cometiste alguno). La pregunta que de verdad deberías poder contestar es,
¿Que clase de persona quiero ser de aquí en adelante?