2020 de realismo mágico
Creo firmemente que el 2020 es una versión futurista de 100 años de soledad. Y que en esta versión la magia de Macondo se regó por el mundo y empezaron a suceder cosas inexplicables. Si, ya la perdí. Pero si se abstraen un momento coincidirán conmigo en que todo es sencillamente raro. Irreal. Confuso. Abrumador. En las calles no anda ni Dios. El silencio es absoluto, pero todos los días a la misma hora la ciudad entera empieza a aplaudir. Pero no se ve la gente. No se ve nadie. Solo escucha el clap, clap, clap. Y luego se callan. En los mercados la gente evita el contacto visual, como si el virus se fuera a propagar a través de las miradas. Las personas están condenadas a morir en soledad. Todo es de locos, todo es como de realismo mágico.
Llegué a esa conclusión una de las últimas veces que salí a la calle, cuando recordé la peste del insomnio. En esta parte del libro, la joven Rebeca llevó la enfermedad a Macondo y contagió a todos sus habitantes. Lo grave de esta peste no era la imposibilidad de dormir, sino evolución hacia un síntoma más crítico: el olvido. Al no poder descansar, sus cerebros, agotados, empezaron a olvidar sus nombres, luego el lenguaje y luego su identidad.
Recordé una de mis partes favoritas, cuando algunos habitantes empezaron a tomar medidas, y así también el coronel Aureliano Buendía: “Con un hisopo entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared, cama, cacerola. Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco, gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad. Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”.
Uno de mis grandes miedos es que esta pandemia nos obligue a olvidar las cosas sencillas.
Que los brazos son para abrazar, nadar, trabajar.
Que las piernas son para correr, bailar, andar.
Qué a los amigos y a familia se les visita, que en las universidades se estudia, en los bares se bebe y en las fiestas se baila.
Mi gran miedo es que esta peste traspase toda literatura mágica. Mi gran miedo es que estemos condenados a un año de soledad.
Photographer at massimodutti.com
4 añosExcelente Isabella!
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4 añosQue buen primer blog post, que buena analogía. Creo que al final ese aplauso cada día a las 8 de la noche es precisamente para que no olvidemos. 👏