30:03 (historia de un autoexigente competitivo)
El running en mi vida es algo terapéutico. Hace poco probé meterme en un grupo, pero entonces se me empezó a volver una responsabilidad más y preferí abrirme. Me gusta correr solo. Es para mí. Me limpia la cabeza. Arranqué hace unos tres años y ahora ya es casi una necesidad física el salir a correr al menos una vez por semana. El cuerpo y la cabeza me lo piden.
Hace un año me compré un Fitbit (léase "un reloj de esos que se conectan al celu y te miden tiempo, distancia, etc."). Al principio estaba chocho, y luego me di cuenta de que, en lugar de disfrutar la corrida, estaba más pendiente de meter un buen tiempo. Decidí seguir usándolo, pero no mirarlo mientas estuviera corriendo, sino solo al final. Volví a disfrutar.
El finde pasado salí a correr, como todos los findes. Últimamente estoy corriendo 6km, a.k.a. "3 vueltas al lago de Palermo". Por alguna razón, me propuse meter los 6km en 30 minutos (o menos). No sé exactamente cuánto tiempo venía metiendo normalmente, pero creo que andaría en aprox. 38 minutos. Claramente a nadie más que a mi le importaba si cumplía con esa meta, pero la (maldita) autoexigencia apareció una vez más y de pronto se me volvió importante lograrlo. No había dormido del todo bien la noche anterior, pero qué importaba, a por ello.
Sin demasiado plan, arranqué la primera vuelta, ritmo tranquilo, de menos a más. Al terminarla miro el reloj por primera vez y ya iba algo más de diez minutos. Iba a tener que acelerar un poco en las restantes dos vueltas para compensar, pero todavía tenía pista. Segunda vuelta, me exijo un poco y el cansancio acumulado empezó a pasarme factura a las piernas. Termino la misma, miro el reloj nuevamente y ya marcaba 21 minutos y monedas. Seguía mal en el promedio y me quedaba la última vuelta. Hacía frío. Tenía sueño. Pero a meterle se ha dicho. Entro en la última vuelta y en mi cabeza sonaba el "final lap!" del Daytona al que jugaba de chico. Pensé: "si le meto a máxima potencia ahora, 2km enteros a ese ritmo no me la banco". Piso el acelerador a 3/4 de potencia. Faltaba aproximadamente un 1km y decido mirar el reloj. Casi 27 minutos. No llego. Sí llego. Acelerador a fondo, recordando a Paul Walker pisteando en rápido y furioso. La música en mis auriculares acompañaba el momento, pero era difícil meter lo que faltaba en el tiempo que me quedaba. Ya casi termino, faltarían unos 400 metros. En ese momento estaba como Forrest Gump, corriendo como si nada más importara. Cometo el error de mirar nuevamente el reloj. Me mató psicológicamente. Pensé "ahora sí, en serio, no llego" y bajé la marcha. Habrán sido cinco segundos que me duró ese impasse hasta que la autoexigencia volvió nuevamente, como inyección de adrenalina al corazón: "dale que llegás". Sonaba la música de Rocky IV en mis oídos y, todo aquel que conoce el soundtrack de esa película, sabe que cuando necesitás un boost de motivación, es la que va. Termino la tercera vuelta mientas miro el reloj. 30:03. Tres segundos...en una corrida de 30 minutos = 0.17%. No me quedé demasiado enroscado en el tema. Después de todo, no siempre se puede ganar. Elongué y me subí al auto. Puse algo de música y me olvidé.
Pasó una semana. Hoy volví a los lagos. Me había quedado sin batería en el reloj, pero tenía mi celu...quiero revancha. Solo que esta vez decidí encararlo distinto y me propuse llevar un ritmo parejo y promedio desde el arranque. Idea sencilla: al final de la primera vuelta 10 minutos, al final de la segunda 20 y un pequeño sprint antes de terminar y cierro abajo de 30. Yes we can.
Arranco la primera vuelta a un ritmo algo más intenso de lo que estoy acostumbrado. Llego a los primeros 2km, miro el reloj: 09:58. Vamos "bien", dos segundos arriba. Decido mantener la intensidad. Cierro la segunda vuelta, miro el reloj: 19:57. Impecable, me gané un segundo más. Final lap! Mantengo ritmo la mitad de la vuelta, piso a fondo la segunda mitad. Miro el reloj:
Relajo. Freno el ritmo. Meta alcanzada, me saqué las ganas. Elongo, tomo algo y decanto un par de lecciones aprendidas:
- Una buena planificación hace la diferencia entre el éxito y el fracaso. Si uno se deja estar y recién a última hora decide meter quinta a fondo, quizás llegue tres segundos más tarde.
- Hay que aprender a aceptarse tal y como uno es. Yo soy autoexigente y competitivo. Acepto perder alguna batalla, pero al final quiero ganar la guerra. No soy mal perdedor, pero, si pierdo, muy posiblemente buscaré mi revancha.
A nadie (más que a mi) le importó que haya corrido 6km en menos de 30 minutos, pero yo hoy me voy a dormir contento, aceptándome como soy.