Año nuevo con sorpresa
Era el día de Año Nuevo y toda la familia estaba en casa de los abuelos. En la sobremesa se practicaba el bingo, además de representaciones de películas.
Los dos nietos mayores, de siete y nueve años, jugaban al escondite con los más pequeños, que corrían por el pasillo riéndose a carcajadas, buscándose unos a otros.
Carolina, la madre de uno de ellos, fue la primera en echarle en falta. Su marido, Gustavo, contaba chistes en una esquina del salón, atento también a los cartones de juego.
El griterío de la chiquillería paró de repente, en medio del conteo de números tras haber cantado línea.
Una bebé de tres años tocó a su madre y se hizo entender a duras penas.
— Mi hermano en el baño, mamá.
Carolina corrió sorteando un triciclo y casi arrollando a su cuñada, que portaba una bandeja de dulces navideños. Su hijo chillaba desde el otro lado de la puerta del cuarto de baño, como había medio explicado su hermana, a punto de llorar. Él no podía salir y con sus manitas aporreaba la cerradura y la pared.
—Estoy con los primos y no abrimos, mamá. No se abre la puerta —explicó.
Carolina forcejeó y al punto lo hizo Gustavo, que llegó en seguida, lívido. Él giró el cerrojo en todas direcciones y dio golpes en la puerta arriba y abajo, desesperado, finalmente, de su fracaso.
El abuelo y sus yernos sacaron la taladradora y distintas herramientas de una caja bien surtida. Ninguno solucionaba el problema, aunque todos proponían ideas distintas para la operación de salvamento de las tres criaturas encerradas.
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A la abuela no le importaba que echaran abajo la puerta o que la taladraran, pero temía que sus nietos se asustaran demasiado o no se apartaran lo suficiente cuando se abatiera.
Buscó el camino más rápido. Llamó al teléfono indicado en la póliza de su seguro de hogar.
Era el primer día del año, una jornada de fiesta muy importante y ningún técnico estaría de guardia para solucionar el asunto. Carolina, sin embargo, dio el parte de seguro con aplomo y confianza. En otra ocasión, sábado de madrugada, ella también había llamado a dicha aseguradora porque el vecino de arriba estaba calando el techo, debido a una avería en las cañerías.
El técnico del seguro tardó solo quince minutos en llegar. Lo hizo en medio del alborozo general. Tíos y tías, primos diversos y abuelos se apartaron en el pasillo atestado para dejarle acceder a la puerta del cuarto de baño.
El hombre manipuló el cerrojo hábilmente y en un par de minutos, con mucha eficacia y habilidad, abrió la puerta, donde una niña que andaba a gatas y dos primos más, de cinco y cuatro años, salieron en tromba abrazando a sus asustados y aliviados padres.
La puerta apenas sufrió daños. Toda la familia aplaudió con ganas y ese día de Año Nuevo se recordó como un susto familiar con final rápido y feliz. La abuela suspiró, satisfecha de haber contratado una póliza de seguro que había ayudado de manera evidente y rápida a sus adorados nietos.
(Relato ficticio, actual, basado en hechos reales, respetando la ley de protección de datos)
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