Año Nuevo en casa
Comienzo a sentir el viento del ventilador blanco que cuelga en el techo, y me muevo para buscar la claridad a la que me acostumbré de las mañanas, abro los ojos y encuentro mi cuarto bañado del color verde oscuro por la cortina, mi familiar televisor colgando de la pared me da los buenos días con su pantalla negra que poco refleja mi cama, me muevo hasta encarar la pared, pintada de un color beige, dos rayas rosadas en la mitad, y el resto rosado, vuelvo a dormir pensando que es temprano, busco mi celular en el estante de arriba de mi cama y veo que son las 10 de la mañana, me levanto por el silencio que reina en la casa, excepto por el tic incesante de mi ventilador cuando una de las cuerdas choca con una parte de la lámpara.
Cruzo hacia la izquierda, paso a través de la puerta que separa el pasillo de los cuartos del resto de la casa, llego al comedor, la luz del día que entra desde el balcón ilumina la casa entera, desde la mesa con forma ovalada de madera y sus seis sillas, hasta los grandes y blandos muebles de tela color arena, la mesa de madera está recogida, primeros indicios de limpieza pre-festejo; camino hacia el balcón y la gran ventana con vista hacia el Ávila me da los buenos días con su verde vegetación, en sus faldas, en una montaña más pequeña, más cerca de mi edificio, el barrio José Félix Rivas, con sus construcciones de ladrillo hechas a mano por gente que llegó y construyó su casa allí, por la falta de recursos para encontrar un mejor lugar para vivir; al otro lado de la calle principal, el conjunto residencial Humboldt, con sus apartamentos pequeños y numerosas ventanas, la plaza, también de color ladrillo tiene más rejas que antes; abajo la calle principal está vacía, pasan dos o tres carros y varias motos, en el rato que estoy en la ventana, baja muy poca gente caminando rápido para cuidarse de un robo, o algo peor. Parece 1 de enero, no 31 de diciembre.
Paso por la sala hacia la cocina, cruzo la puerta que separa el pasillo de la salida con la sala y cruzo la puerta de la cocina, no hay nadie, la cocina es un desastre, platos sucios en el fregadero; vasos en el granito negro, en un plato hay unas arepas rellenas con queso guayanés que dejó mi mamá para que mis hermanos y yo, agarro una y voy a mi cuarto a ver televisión. Mi hermano Sabas, 13 años, me dice que mis papás salieron a buscar refresco (gaseosa) para la noche.
A la 1 de la tarde, escucho un llamado lejano, me asomo a la venta y es mi madrina Rebeca, su camisa azul encendido lo confirma, salgo corriendo a decirle a Samuel, 15 años, que baje a abrirle, agarro el bolso negro con una forma de whinnie pooh y busco mis llaves, no están, las encuentro en la mesa, se las paso a Samuel, que sale con su misma camisa y short de pijamas y sale del apartamento, me asomo para revisar que no les pase nada mientras suben las escaleras de entrada del edificio, se tarda un poco, pero suben las escaleras juntos y nada pasa. Mi madrina deja unos ingredientes para hacer pan de jamón y torta más tarde, primero tiene que hacer otras cosas en su casa, le doy un juego de llaves para que no vuelva a esperar abajo sola, Samuel la acompaña, de nuevo me asomo en la ventana y espero a que suba de nuevo.
Son las 6 de la tarde, mi madrina va saliendo de la casa de nuevo para arreglarse y preparar otros dos panes de jamón, corro a terminar de arreglar la sala, pongo un mantel navideño en la mesa, arreglo las sillas ya que el piso estaba seco, voy al baño y me baño, salgo y me pongo el vestido de estampado azul marino, comienzo a hacerme un peinado en el cabello, pero luego de cuatro intentos, por falta de internet, desisto de la idea y dejo mi cabello suelto; comienzo a maquillarme, me pongo unos zarcillos largos rosa pálido, con un entramado dorado, que combinan con mis zapatillas y salgo a la sala.
Todo es como siempre había sido, toda la familia cercana llenando la casa: mis abuelas y abuelos, mis tíos y tía con sus esposas y esposo e hijos pequeños, mi madrina, mi tía embarazada y mi padrino. La decoración navideña aunque escasa y de última hora hace que la casa se vea como se había visto por años llena de la familia.
La cena siempre ha sido motivo de carrera, eran las 10 ya era hora de comer para tener tiempo de hacer el brindis y las pocas tradiciones que podamos hacer, a falta de uvas hay nueces. La primera ronda de seis puestos la ocupan los niños, y luego los adultos.
11:50, sacamos las copas de la cocina y la champaña de la nevera, voy a la sala a decirle a los que están sentados que es hora del brindis y se acerquen a la mesa, llego a agarrar una copa a medio llenar faltando 5 segundos del conteo.
El reloj de la radio marca las 12, mi papá abre la botella y el corcho de la champaña volaba por algún lado de la sala, todos nos abrazamos felices de, a pesar de todo por lo que pasamos, estamos juntos luego de dos años sin pasar unas navidades como se debía, era maravilloso sentir esos abrazos, de tíos, de mis abuelas, de mi primita, que decían todo esta bien, estas con nosotros.
La celebración dura hasta las 2 am, cuando mi familia por parte mi papá se comienza a ir, junto con mi abuela, abuelo y un tío con su esposa e hijo por parte de mi mamá. Quedamos pocos jugando Uno en la mesa de la casa hasta las 6 de la mañana, cuando amanece y vamos a dormir un rato para seguir el festejo más tarde.