¿Acaso somos importantes?
Durante mi carrera profesional como administrador de empresas, supe trabajar en más de 30 países, teniendo el privilegio de asesorar a centenares de organizaciones del sector social y productivo, ONGs, colegios, negocios de venta al público, fábricas, hasta desarrolladores de software. He experimentado la excelencia en el trabajo realizado por otros y he conversado con esas personas de diferentes culturas acerca de lo que los motivaba a realizar sus tareas con tanta dedicación y entusiasmo. Todas ellas tenían algo diferente que les permitía lograr resultados singulares. Era su actitud ante el trabajo, ante la oportunidad de interactuar con otra persona como ellos y de hacer la tarea de la mejor manera posible, simplemente porque no había un mejor plan.
Cada pequeña cosa que hacemos importa
En nuestras labores, la manera en que saludamos, como hemos elegido vestirnos, el tiempo que demoramos en comenzar, una llamada al teléfono que atendemos, un chat que escribimos, la calidad que buscamos darle a un documento o un video que tenemos que entregar. Nuestra participación en una reunión interna, la visita a un cliente, el diseño que le damos a una página web o un folleto para ayudar a otros a tomar una mejor decisión así como cada interacción que sostenemos con otra persona son acciones que tienen un impacto significativo en un momento particular del día de una o varias personas.
Las creencias acerca de nuestro rol dentro de la organización tendrán un gran impacto en nuestro estado de ánimo. Las palabras que elegimos para comunicarnos, nuestros comportamientos en general, la postura que asumimos frente a las diferentes situaciones y por supuesto las decisiones que tomaremos.
Lo que creemos y que sostiene o fundamenta nuestra “forma de ser”, nace de la historia que desarrollamos acerca de nosotros mismos y de la organización a la cual formamos parte. Aunque también, en gran medida, de lo que otros esperan de nosotros. Con todo esto presente vamos configurando la manera de vincularnos con nuestros colegas, supervisores, beneficiarios o clientes. Es importante reflexionar acerca de lo anterior porque a partir de allí es posible hacer conciente los modos en que tomamos contacto con las personas y convertir esas situaciones en una oportunidad, a veces única, para dejar una marca positiva.
Vale la pena intentar mejorar
Necesitamos ser más fuertes, más sabios, más rápidos y creativos, actuar con determinación y compasión. Tenemos que establecer estándares de comportamiento superiores para con nosotros mismos y, recién luego, para con los demás. El impacto que logramos en cada interacción con una persona u organización depende, en gran medida, de nosotros.
Seguramente, quienes accedan a este artículo se encuentren en una situación privilegiada en muchos sentidos, habitando un entorno que los cuida en mayor o menor medida y que ofrece cierto bienestar. Pero así también tenemos muchos desafíos, porque junto con esos privilegios y derechos llegan responsabilidades.
Cuando nos comprometemos con ser amables, alegres y agradables, mostrando interés genuino en los demás. Cuando nos comprometemos a formarnos, capacitarnos, a buscar la mejora continuamente, a ser apasionados no solo al proteger nuestro trabajo e ideas sino en ayudar a los demás, en hacer las cosas con entusiasmo, mejoraremos todos los aspectos de nuestra experiencia en el trabajo. Nos sentiremos mejor y estaremos más seguros de lo que estamos haciendo.
Irremplazables
Una organización, un grupo de personas centradas en brindar un valor adicional en cualquier interacción, incluso en aquellas que se encuentran automatizadas, puede hacer una diferencia aún mayor. Tenemos que ser optimistas y positivos. Optimistas sobre nuestro potencial, nuestra capacidad de impactar en nuestras comunidades y positivos respecto a que la acumulación de estas acciones tendrá un impacto significativo no solo en la vida de los demás, sino también en el desarrollo de la nuestra y de la organización que representamos.
Sí le sumamos calidad a nuestro trabajo, sorprendemos al otro con nuestros resultados, si atendemos las necesidades puntuales de los demás, nos volveremos insustituibles, irremplazables.
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Los emprendedores iniciando su negocio encontraron sugerencias muy útiles de como desarrollar su proyecto.
Por otro lado, líderes de organizaciones con años de existencia, pero que estaban un poco frustrados o con falta de ideas frescas, se sintieron inspirados por el contenido para afrontar los cambios necesarios.
Según el filósofo Friedrich Nietzsche, transitamos nuestra vida sin la intensidad necesaria y sin la pretensión de convertir cada momento en algo maravilloso. Según él deberíamos ser capaces de vivir tan intensamente que, de volver a vivir, haríamos cada día lo mismo, repitiendo nuestras acciones. Desde ya, la sugerencia de que una persona haya vivido o pueda vivir una vida perfecta o inmejorable es algo más que cuestionable y difícilmente alguien lo haya logrado.
La invitación es entonces a pensar que cada momento es una oportunidad de realizar algo especial y que la acumulación de estos momentos termina definiendo la calidad de nuestra existencia y sobre lo que podemos construir.
Si tuviéramos que volver a vivir, infinitas veces este día, esta interacción con esta persona que tengo enfrente, si tuviéramos que repetir una y otra vez esta tarea, ¿lo haríamos de la misma manera? Entonces, ¿lo que hacemos dentro de las organizaciones de las que formamos parte, la calidad de nuestro trabajo, es un reflejo nuestro? ¿Acaso somos importantes? Seguramente nos sentiríamos mucho mejor, más tranquilos y conformes con nosotros mismos, si la mayoría de las veces, pudiéramos contestar de manera positiva.
A partir del momento que tomamos la responsabilidad por todo lo que sucede alrededor nuestro, en ese instante, recobramos el control de nuestro destino. Usualmente pensamos que todo lo que nos sucede ocurre por alguna razón, la mayoría de las veces difíciles de comprender, pero es nuestra responsabilidad y oportunidad encontrar y elegir esas razones. Aquellas que seleccionamos ¿nos hacen sentir bien, tomar las mejores decisiones, aumentan nuestro entusiasmo? o por el contrario, ¿nos hunden, sacan lo peor de nosotros?
En el año 2015, luego de vender la empresa de software que había creado y gestionado por casi 6 años, decidí realizar un viaje alrededor del mundo. En el quinto mes, algo cansado de deambular por Asia, me mudé a Francia. Era el décimo país donde vivía. En Toulouse (Tolosa) trabajé como voluntario para una asociación que se encargaba de organizar a otras, además de brindar apoyo a inmigrantes y refugiados.
Mi trabajo era coordinar a los necesitados provenientes de diferentes regiones, con los voluntarios, en su mayoría franceses, latinos y españoles. Voluntarios que no tenían su realidad resuelta pero que igual encontraban espacios para ayudar a personas que se encontraban en situaciones más desafiantes que la de ellos.
El nivel de compromiso, esfuerzo y entrega que experimentaba de mis compañeros resultó ser algo que difícilmente experimenté en el ambiente de las empresas privadas. Ha sido una experiencia inspiradora que me ayudo a concluir que tenemos un poder enorme y no dependemos del permiso de nuestros jefes o colegas para lograr ese impacto significativo en los demás.
Ese poder está dentro de nosotros. Es nuestra elección hacer una diferencia, tratar al otro como queremos que otros nos traten. Podemos engañarnos o fingir que no lo tenemos. Podemos pensar que los demás no merecen lo mejor de nosotros, pensar que hasta que todo no sea perfecto y las cosas fueran como nos gustarían, hasta que los otros no nos traten mejor, no vamos a cambiar.
O podemos actuar, empezar ahora, desarrollar el hábito y nunca parar de nuevo. Podemos ser excepcionales, extraordinarios y hacer felices a otros, ahora. Somos importantes. Depende de nosotros, de nadie más.