Amenazas para la universidad
En los últimos veinte años, se ha desatado un debate sobre el valor de la universidad. Este debate tiene diversas raíces. En primer lugar, el contexto económico, que se volvió de actualidad principalmente como resultado de la expansión sin precedentes de la educación superior y sus costos.
Una segunda amenaza se refería a la pérdida de la independencia que la universidad había mantenido durante siglos. El increíble crecimiento del intercambio de conocimientos digitales a través de Internet, entre otras cosas, permitió a millones de personas obtener información sobre los resultados científicos, y el afán por publicar que está claro.
Otra amenaza ha sido la de algunos administradores universitarios que intentan legitimar la universidad sobre la base de su valor económico y la productividad. Esta tendencia es generalmente liderada por financieros sin conocimiento del sector académico, en una sociedad con un débil crecimiento económico y ofertas disruptivas de formación patrocinadas por universidades extranjeras.
Pero hay otras más, y no menos importantes. Por ejemplo, la pirámide poblacional se achica en su base y crece en su cúspide. La sociedad envejece a ritmos acelerados, tanto así que, en una década, podría trastocar por completo la cantidad y la composición de potenciales alumnos.
El desempleo juvenil, que alcanza el 17%, cuestiona de gran manera si la universidad vale su precio y genera una demanda por programas cortos muy ligados a las necesidades del mundo real.
En ese caótico contexto que se vislumbra, algunas universidades tendrán que utilizar fórmulas drásticas como cerrar sus puertas, incapaces de hacer cuadrar sus cuentas; otras muchas han tenido que regular su planta de profesores, sin actividad docente; otras han comenzado a rediseñar su oferta educativa para centrarse en aquellas titulaciones que se vinculen mejor a la demanda de la industria circundante y otras han optado por prescindir de materias y facultades consideradas innecesarias. Un portafolio de alternativas, a cuál más, doloroso para el sistema de educación superior. [1]
A todo lo anterior, cabría añadir un par de pequeñas preocupaciones adicionales: la manera en que la inteligencia artificial modificará la educación y la forma en que las instituciones de educación superior la adoptarán y utilizarán, así como la estrategia que los campus universitarios decidan implementar ante la crisis climática y la huella de carbono.
Recomendado por LinkedIn
Y no podemos ignorar el debate legislativo de proyectos que inciden en el comportamiento de la oferta y la demanda de programas de educación superior, en particular de la universidad privada.
El 70% de la educación superior en nuestro país reposa sobre los hombros de la universidad privada y esta ha experimentado un decrecimiento del 46% en su matriculación, con un crecimiento negativo del 1% a partir de 2017. Cualquier crecimiento observable, en un análisis detenido, es a causa del aumento de la educación virtual.
En ese escenario, la universidad privada registra 100 000 matrículas menos que hace siete años en el pregrado, que es una pérdida del 10% de su capacidad —como se pronosticaba ocurriría en los EE. UU. en el 2035—. Con la crisis de ICETEX, que también veíamos venir con la pobre esperanza de que no ocurriera, se perderán otros 200 000 estudiantes, lo que pondría en serios problemas las finanzas de la universidad privada en general.
Sin duda, la universidad atraviesa la tormenta perfecta y no tenemos respuestas definitivas, porque, en nuestro medio, la predicción siempre está lejos de la realidad. No obstante, si atendemos las amenazas anotadas y extraemos algunas consecuencias, la universidad podría no desaparecer, siempre y cuando los administradores y los líderes eviten contribuir a que eso suceda, prestando mucha atención a la realidad y teniendo la capacidad requerida para resolverlas.
[1] The Chronicle of Higher Education September 23, 2024
Docente cátedra en Universidad de Antioquia
2 semanasExcelente artículo sobre el que hay que profundizar