Ana Frank regresa
Últimamente, llevo días viendo fotos de visitantes en los campos de concentración, especialmente en Auschwitz, el más trágico de todos. Entre las imágenes, una en particular me detiene: una chica sonriente haciéndose un selfie junto al tristemente célebre marco de hierro que reza «Arbeit macht frei». Me pregunto qué diría Ana Frank si viera esto. Qué pensarían los cientos de miles ajusticiados en este lugar. ¿Es esto recordar? ¿Es esto honrar su memoria?
Han pasado ochenta años desde que Ana Frank cerró los ojos por última vez, pero hoy vuelve. La hago regresar para que vea con sus propios ojos el lugar donde infligía terror en los prisioneros. No como la chica que escribió sobre sueños rotos en su famoso diario, sino como un espectro cansado, cargando el peso de la memoria. Despierta en Auschwitz actual. La brisa no hiede de aquella nauseabunda marea de andrajosos prisioneros que hacían cola para entrar a las duchas, donde los «desinfectarían». No había ladridos de perros aterrorizando a los niños. Ni sádicos guardianes que se deleitaban repartiendo azotes indiscriminadamente. No. Ahora el aire está limpio y el sol brilla. Ana se detiene en el macabro andén donde desembarcaron de esos infames vagones de ganado, en algunos solo bajaban algunos supervivientes. Se le revuelve el estómago. No por el cartel, no por las alambradas, sino por la interminable fila de turistas que esperan para tomarse un selfie con algún lugar emblemático. Una joven con una sonrisa de oreja a oreja posa junto al letrero que dice en alemán: ¡Cuidado! Alta tensión, peligro de muerte, colocados en la alambrada que rodeaba el campo. Tiene una camiseta que dice «Auschwitz Survivor». Ana observa. Se pregunta: ¿Superviviente de qué?
«Infeliz, vives como si la muerte no te tocara, pero ya te consume», murmura.
Camina entre las barracas. Escucha las risas nerviosas de un grupo de adolescentes. Uno de ellos finge cerrar la puerta de una de las celdas y grita: «Soy un prisionero». Sus amigos se desternillan. Ana aprieta los puños, llena de impotencia. Es como si nadie pudiera percibir el peso de la muerte adherida a su piel, ni escuchar los ecos desgarradores que aún resuenan en este aire. Para ellos, esto es solo un escenario. Un maldito decorado, vacío de memoria.
«¿Así es como nos recuerdan?», piensa. «¿Con camisetas y risas?»
Una voz interrumpe sus pensamientos: «Entre 1.1 y 1.5 millones de personas murieron aquí». Ana quiere gritar: «No somos cifras. Éramos personas. Mi madre, mis amigos, yo… ¿Eso es todo lo que somos para ustedes? ¿Solo números?»
El tiempo se desliza lentamente, y su próximo destino la arrastra a Bergen-Belsen, su último capítulo. Este no es un lugar popular. No hay colas de autobuses ni flashes de cámaras. Aquí, todo está envuelto en un silencio pesado, un silencio cómplice que parece tragarse incluso los recuerdos.
Ana camina por el campo. Su hermana Margot aparece en su mente.
«Aquí fue donde todo terminó», piensa. «El tifus no distingue entre los que escriben diarios y los que no. No me llevó solo a mí. Se llevó a Margot. Se llevó a miles.»
Esos días finales: el frío, el hambre, el cuerpo de Margot cayendo al suelo sin fuerza. Siente el peso del recuerdo en sus hombros, como si lo estuviera viviendo de nuevo. Pero aquí no hay risas. Solo unos pocos visitantes caminan despacio, mirando las tumbas marcadas con nombres y con la ominosa palabra: «Desconocido»
Finalmente, Ana se detiene y mira al cielo gris. Se da cuenta de por qué ha vuelto. No es para recordar el pasado. Es para enfrentar el presente. «Esto no puede seguir así,» piensa. «No podemos dejar que la tragedia se convierta en una atracción turística. No podemos olvidar cómo morimos.»
Antes de desvanecerse, reflexiona por un instante. Observa a una pareja que camina en silencio, sosteniendo un ramo de flores, y a un grupo de adolescentes que ríen distraídos junto a una placa conmemorativa. Se pregunta si su mensaje será capaz de navegar por generaciones, si los lamentos de los muertos pueden realmente moldear el futuro. Luego, deja un mensaje. No lo escribe en un diario esta vez. Lo deja flotando en el aire, esperando que alguien lo escuche:
«Si estás aquí, no tomes fotos. No busques likes. Detente. Escucha los gritos que aún resuenan en este silencio, porque en él seguimos nosotros. Si no lo haces, este horror volverá a suceder.»
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13 hGracias por el recordar esta historia ! Esa joven talvez NO leyó el Diario de Ana Frank. Y si lo leyó su corazón NO fue empático ! TRISTE pero eso es lo que está pasando entre nuestros jóvenes, con el paso de las generaciones.. la historia se va perdiendo más y más ! Estas son las historias (consecuencias de las guerras y todo lo que traen las guerras y el odio y sus zonas grises) que deben enseñarse por obligación en las escuelas (NO solo literatura, filosofía, historia, sino una mezcla de todo en uno !). " EL CORAZON DE MUCHOS SE ENFRIARA " cita de Mateo 24:11 (y si lo conocemos como el pequeño Apocalipsis !)\.