Arriesgar es de valientes
Había una vez una aldea que se caracterizaba por su gran campo de arándanos. Estos frutos daban sustento a sus pobladores en todos los sentidos, los habitantes comían los arándanos y además hacían muchas preparaciones con ellos que vendían a otras ciudades y pueblos. Los arándanos de la aldea eran los más deliciosos del condado y todos quienes los probaban no querían otros que no fueran de ese origen.
Desafortunadamente, llegó una época de sequía que provocó un incendio en los campos de arándanos y eso acabó con casi todos los arbustos de este fruto. Solo quedaron dos pequeñas raíces sanas, que tardarían muchísimo tiempo en lograr reproducirse y volver a cubrir toda la superficie de los campos de producción. Los habitantes de la aldea se encontraban desesperados, sin los arándanos estaban perdidos.
Many, uno de los jóvenes granjeros frustrado por ya no saber que hacer, decidió dirigirse a una tribu de aborígenes que vivían cerca de la aldea, y con quienes muchas veces intercambiaban sus arándanos, y hablar con el anciano sabio, él era quien más sabia de la naturaleza.
-Estamos desesperados- dijo Many al anciano, -solo quedan dos raíces de nuestras plantas de arándanos, y no son suficientes para recuperar rápidamente nuestros campos-.
El anciano reflexionó un momento y le dijo a Many:
- Existe una solución, cruzando el río, a los pies del viejo volcán hay una cueva mágica, todo lo que ingrese en ella puede convertirse en algo mejor, e incluso multiplicarse.
Los ojos de Many brillaron de entusiasmo, yendo a la cueva podría convertir sus dos raíces en arbustos maduros, y además multiplicarlos en un número mucho mayor. Pero rápidamente el anciano prosiguió y la imaginación de Many se detuvo.
-Pero no es tan sencillo como suena, quienes allí se dirijan tendrán que enfrentarse a un bravo monstruo que custodia la entrada de la cueva. Muchos han partido allí, pero no han regresado jamás.
Many se estremeció con las palabras del anciano, pero no había alternativa, era eso o el fin de la aldea tal como la conocían. Many agradeció al anciano su consejo y se marchó.
A la mañana siguiente, Many cogió un bote y cruzo el río en dirección al viejo volcán. El joven decidió ir solo y no contar su plan para no arriesgar la vida de nadie más. Many solo llevaba consigo un saco con las dos raíces y una espada para defenderse del monstruo.
El viaje fue largo, pero se hizo corto. Many avistó la cueva a lo lejos y junto a ella, el monstruo.
El ser era horrible y feroz, parecía muy peligroso. Many, que era muy valiente, se acercó a él de frente de manera tranquila y sin vacilar.
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Una vez lo vio, el monstruo lanzó un feroz rugido. -¿Quién eres tú y qué haces aquí?- preguntó la fiera.
Many, tras unos segundos de silencio, le respondió:
-Necesito la ayuda de la cueva mágica, de ello depende la vida de todos los pobladores de mi aldea.
El monstruo sonrió con malicia y respondió:
- Pues mala suerte, esta es mi cueva y no te permitiré ingresar en ella.
El corazón de Many por poco se detuvo, pero el joven que siempre fue muy sagaz, le respondió:
-Y si la cueva es tuya, ¿qué haces afuera?, Mejor que ingreses así te aseguras que nadie pueda correrte de la entrada e ingrese, ¿no crees?.
-Tienes razón, humano, lo haré, así que olvídate de tu tonta aldea-. Así el feroz monstruo le dio la espalda a Many y se metió en su cueva.
Mientras Many contemplaba la escena, en su cabeza resonaban las palabras del sabio anciano: “todo lo que ingrese en la cueva se convierte en algo mejor”. Y así fue, el malvado monstruo comenzó a sacudirse en el momento que todo su cuerpo estuvo dentro de la cueva, hasta que finalmente se convirtió en un amable joven de buen corazón.
El joven, que aún recordaba lo que Many le había dicho que necesitaba, lo invitó a entrar a la cueva. Juntos, colocaron las dos raíces sobre el suelo, estas comenzaron a crecer rápidamente hasta convertirse en frondosos arbustos de arándanos. Luego se concentraron en reproducir los arbustos, y cientos de ellos fueron apareciendo.
Finalmente, Many y su nuevo amigo, poco a poco transportaron todos los arbustos a la aldea. Y con la ayuda de los sorprendidos y felices habitantes del lugar, los plantaron nuevamente en sus tierras.
La aldea rápidamente se recuperó del desafortunado incendio, y ganó además un nuevo y bondadoso habitante.