Banalidad, un mal de nuestro tiempo

Banalidad, un mal de nuestro tiempo

Nuestra naturaleza comunal nos mueve a comunicar y compartir, lo que deseamos comunicar y compartir es aquello a lo que le damos valor, no es de extrañar que en la actual configuración social tan inclinada al consumo lo valioso es lo que compramos, sea un producto o un servicio, de tal suerte que incluso las personas se quieran convertir en articulos de consumo para sentirse valiosas, el afán por tener más likes o seguidores, el dar nuestra imagen a los negocios y emprendimientos para que marca y persona se fusionen y sean uno mismo obedece en buena parte a esta tendencia.

Obviamente esto tiene un costo, la persona que no consume o que no tiene algo que vender esta fuera de cualquier estrategia, queda eventualmente descartada, los artistas, los deportistas, los empresarios, los políticos cada vez buscan mas el reflector que desempeñar su trabajo, o por lo menos deben dedicar parte de sus esfuerzos a estar en las redes sociales y tener reconocimiento.

Estos esfuerzos los pueden desviar eventualmente de sus objetivos originales y desnaturalizar su vocación, y vamos que vocación es un llamado, siempre orientado a edificar la casa común que es nuestra sociedad, asi vemos médicos, pintores, escritores o sacerdotes que se han vuelto influencers o influencers que se vuelven los especialistas en temas de salud, seguridad u otras ramas del saber aun sin contar con credenciales al respecto, y en un momento donde la verdad no goza de buena salud y es preferida la opinión y la moda para normar lo conveniente o lo deseable, bajo la bandera de la defensa de la libertad individual, pues estamos mas confundidos que nunca.

El problema no es el mercado, ni el consumo, ni siquiera la economía per se, es definir a la persona como solo un homo economicus, abandonando cualquier otra dimensión humana como innecesaria, y hablo de su naturaleza dialogal, su vida interior y espiritual, se capacidad proyectiva y amorosa, hoy reducidas y ajustadas a lo económico, basta ver como nos empacan cursos de espiritualidad, de relaciones humanas, de hablar y comunicar -siempre claro esta, para ser comprado de mejor manera en el mercado de la vida-, la felicidad a tu alcance y a 12 meses sin intereses.

El daño de este enfoque es evidente, se pierde el sentido original de cada vida y los esfuerzos se van a la envoltura, la superficie sustituye el contenido, en política es especialmente visible, si los parámetros de lo que nos es valioso son la fama, la fortuna, el glamour, la belleza o lo cool, pues entones los mejor capacitados para gobernar son los influencers, y pues ya sabemos que nos viene en los próximos años.

Los propios políticos de vocación -si es que los hay- buscan migrar a estrategias digitales para acercarse a sus consumidores, y al fina establecer una relación exitosa producto-consumidor, que como sabemos es una cosificación, y la relación gobernante-ciudadano queda anulada.

Como con lo que compramos, cuando no resulta bueno el producto lo desechamos, le reclamamos a su fabricante o lo castigamos y denunciamos en la misma vía donde lo encontramos, normalmente en las redes sociales, la relación con el poder se vuelve comercial, ellos también pueden optar por desechar el mercado al que pertenece el consumidor molesto y buscar nuevos mercados y patrocinadores -pensemos en el fácil cambio de partido al que recurren tantos políticos-.

El fin de la política es el bien común, no podemos elegir a nuestros gobernantes desde la actual lógica cosificadora de la publicidad y el marketing, que solo son un instrumento de comunicación, el discernimiento y el pensamiento critico nos permiten dar un valor más correcto a lo que se nos ofrece, el llamado pensamiento débil (Gianni Vattimo) que domina la forma de entender la realidad en la posmodernidad ha permitido verdades a la medida de cada quien, “personalizadas” propias de una mentalidad de consumidor, como respuesta desde la política se ofertan políticos “a la carta” incapaces de propuestas solidas -para evitar perder mercado-, cual teléfonos inteligentes se configuran para cada usuario, lo bueno es sustituido por lo correcto, lo común por lo individual; la mesa esta servida, al final nadie queda conforme y el político dura lo que dura el poder de su marca, ya llegara la nueva versión, quizá igual de mala pero novedosa.

Separar la política -igual aplica para otros quehaceres humanos- de esta lógica de consumo es necesario para que nuestros políticos dejen de jugar a celebridades y los ciudadanos a consumidores y empecemos a ver con responsabilidad lo que vamos a hacer con nuestros gobiernos, sino el enojo, la violencia y el descredito hacia democracia seguirá subiendo.

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