Bibliotecas: pasado anclado, futuro en juego
Hace unos días, vi en redes sociales un meme muy ilustrativo sobre el sistema educativo. Comparaba un aula del siglo XIX con una del siglo XXI, y los cambios eran apenas perceptibles: estudiantes sentados tomando apuntes, un profesor dictando una clase con una pizarra. Esta imagen nos invita a reflexionar sobre la resistencia al cambio que existe en nuestra sociedad. Si algo funciona, solemos mantenerlo por siglos. Cuántas veces hemos dicho a nuestros hijos: “Yo estudié con peores profesores, tomando más apuntes y con más tareas”, sin darnos cuenta de que el contexto actual es completamente diferente.
Pero esto no es exclusivo del sistema escolar. En las bibliotecas, tenemos instalaciones con estructuras del siglo XIX, servicios del XX y usuarios del XXI, mientras que los bibliotecarios encarnamos una mezcla de todas las épocas. Aunque nuestra profesión tiene raíces milenarias, a menudo no logramos adaptarnos con la rapidez que demandan nuestros usuarios. ¿Será por falta de apoyo o financiamiento? ¿Desinterés de las autoridades? ¿O una percepción inadecuada por parte de la sociedad? Probablemente, una combinación de todos estos factores.
Entonces, ¿qué debemos abordar hoy?
El cambio en las bibliotecas
Si buscas en internet “cambio” o “transformación de la biblioteca”, encontrarás que es un tema muy popular, especialmente entre los bibliotecarios. Hablamos de transformación digital en un momento en el que todo ya es digital, pero solo unas pocas bibliotecas tienen los recursos suficientes para implementar cambios significativos en su gestión diaria. Esta es la realidad de muchas bibliotecas en América Latina, donde la mayoría operamos en condiciones precarias y hacemos lo que podemos con los recursos limitados a nuestra disposición.
Atribuyo este abandono a que, al igual que en el sistema educativo, nuestras bibliotecas en muchos países en desarrollo enfrentan problemas como la falta de políticas gubernamentales sólidas que las impulsen como pilares del apoyo al sistema educativo. Sin embargo, contar con una política pública no es suficiente; su existencia no garantiza automáticamente la llegada de recursos. Entonces, ¿qué nos queda?
Lo primero es demostrar el valor que la biblioteca puede aportar a la comunidad. La innovación es clave. No basta con modernizar; hay que enseñar a nuestros usuarios a transformar su realidad. La biblioteca debe ser un espacio donde se aprende a emprender, innovar, diseñar y proyectar el futuro. Es un trabajo a largo plazo, que requiere paciencia y dedicación, pero que otorga a la comunidad herramientas valiosas para su desarrollo.
El bibliotecario como agente de cambio
Para esto, un bibliotecario debe ser, ante todo, innovador. Debe encontrar formas de destacar y liderar un cambio sustancial en su entorno. Pero este es solo el primer paso. También debemos ser los primeros en adoptar y modernizar nuestros propios procesos. ¿Cómo podemos recomendar el uso de herramientas de inteligencia artificial si aún no hemos logrado automatizar nuestra biblioteca o seguimos utilizando los volúmenes de las RCAA2?
Es una paradoja, ¿verdad?
Financiamiento y recursos
Ahora bien, ¿qué hacer cuando no hay recursos? No podemos simplemente esperar que los fondos lleguen por sí solos. Debemos abogar por cambios en las políticas públicas, no solo para obtener más financiamiento, sino para permitir programas de donaciones y crowdfunding que lleguen directamente a las bibliotecas, sin intermediarios que diluyan el dinero. Las políticas públicas deben ser más que promesas; deben traducirse en acciones concretas que fortalezcan a las bibliotecas como centros esenciales de aprendizaje y acceso a la información.
Los bibliotecarios no podemos esperar a que los recursos caigan del cielo. Debemos ser proactivos y presentar proyectos que atraigan financiamiento de entidades privadas. Las alianzas estratégicas con el sector privado son fundamentales. Las empresas, a través de sus programas de responsabilidad social, pueden apoyar proyectos innovadores que beneficien a la comunidad y fortalezcan el rol de la biblioteca como espacio de formación y crecimiento. Presentar propuestas bien estructuradas y demostrar el impacto tangible de estos proyectos es clave para atraer la atención de estas entidades.
Además, es esencial involucrar a la comunidad. Las campañas de crowdfunding no solo aportan recursos, sino que también fortalecen la relación entre la biblioteca y sus usuarios, quienes ven el impacto directo de sus aportes. Este tipo de iniciativas fomentan un sentido de pertenencia y responsabilidad compartida, demostrando que la biblioteca es un espacio de todos, construido con el apoyo de todos. No se trata solo de pedir ayuda, sino de mostrar lo que juntos podemos lograr.
Las oportunidades de financiamiento no se limitan a lo local. Existen muchas becas y fondos internacionales destinados a apoyar el desarrollo de bibliotecas en América Latina. Sin embargo, estos recursos a menudo pasan desapercibidos debido a la falta de difusión o al idioma en el que se presentan. Debemos capacitarnos, aprender inglés si es necesario, y estar atentos a estas oportunidades. No podemos permitir que las barreras lingüísticas o la falta de información nos impidan acceder a recursos valiosos.
Ser bibliotecario en el siglo XXI requiere adaptarse y buscar nuevas formas de sostenibilidad. Debemos ser innovadores, audaces y, sobre todo, perseverantes en la búsqueda de financiamiento. No es suficiente esperar; necesitamos liderar el cambio, demostrar nuestro valor y encontrar las formas de seguir creciendo, incluso en los contextos más difíciles.
El cambio comienza desde adentro. Necesitamos ser los primeros en innovar y liderar la transformación, demostrar el valor de nuestra labor y buscar las oportunidades para hacer realidad nuestra visión de una biblioteca moderna y relevante.
¿Qué cambios has implementado en tu entorno bibliotecario? ¿Qué estrategias has utilizado para adaptarte a los retos actuales? Me encantaría leer tus reflexiones en los comentarios.