“Billete mata plomo”
Aquellos que han tenido la oportunidad de trabajar en áreas de seguridad conocen de primera mano el peso específico de la frase “plata o plomo”, saben que ésta no es una mera advertencia y que en los hechos es una oportunidad que les otorga la delincuencia para ser parte de su nómina y seguir vivos o, por el contrario, enfrentar la furia de los sicarios quienes, en pos de afianzarse dentro de la organización, no tienen reparos en explorar los límites de la crueldad.
El 11 de julio pasado, Joaquín El Chapo Guzmán se fugó del Cefereso 1, no sólo sin disparar un solo tiro sino que dejó claro que el debate de “plata o plomo” es cosa juzgada; sus estrategas tenían dos opciones: comprar su salida o sacarlo a sangre y fuego. No es difícil adivinar que toda vez que ningún análisis de escenarios hubiera validado la segunda opción, lo que correspondía era sobornar, obtener los planos de la cárcel, comprar el terreno, construir la vivienda y contar con los expertos que cavaran un túnel para que el señor Guzmán emergiera y (dicen) abordara un helicóptero que lo llevaría a la libertad y al estrellato, lo cual costaría dinero, unos 50 millones de dólares a decir del Popeye Velásquez, exjefe de sicarios de Pablo Escobar.
Debido a esto, la mayor parte de los periodistas han señalado a la corrupción como el elemento que permitió el escape, sin embargo parten de un error esencial: ¿Cómo puedo corromper a un servidor público si no tengo dinero para ello? Por lo tanto, lo que permitió fugarse al señor Guzmán fue el tener su estructura financiera intacta.
Supongamos que si la fuga le costó a El Chapo unos 50 millones de dólares, éstos debieron salir de un fondo de contingencias al más puro estilo de un Business Continuity Plan (o Plan de Continuidad de Negocios) de cualquier banco internacional y, que si damos por bueno el controvertido análisis que hizo la revista Forbes en 2012 en el cual le adjudicó una fortuna aproximada de mil 153 millones de dólares, que ésta ha crecido y que se encuentra fuera del alcance las autoridades mexicanas, entonces el señor Guzmán tuvo acceso al dinero necesario para comprar su libertad.
Como una consecuencia natural a esta evasión se han visto obligados a presentarse ante los medios el secretario de Gobernación, la procuradora general de la República y el comisionado nacional de Seguridad, pero hemos tenido a un gran ausente: el titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, quien es la entidad responsable de combatir el lavado de activos.
En Frentes Políticos de Excélsior del 20 de julio pasado fue señalado que tras su captura en 2014 a El Chapo se le habían asegurado 16 casas, tres relojes con un valor total estimado de 4.5 millones de pesos y 43 vehículos, nada comparado con los famosos mil 153 millones de dólares. Ésa es la realidad que vivimos en el combate a las redes financieras de la delincuencia organizada: se detiene o abate a los capos, pero sus fortunas se mantienen a salvo, no por la corrupción, sino porque se encuentran perfectamente escondidas dentro de bancos, casas de cambio, agencias automotrices, desarrollos inmobiliarios, joyerías, hoteles, Sofomes, casinos, asociaciones sin fines de lucro, casas de Bolsa, aseguradoras, agencias aduanales, clubes de futbol, centros nocturnos y restaurantes entre muchas opciones.
¿Cuántos anuncios ha hecho el gobierno federal para mostrar el desmantelamiento de una red financiera de la delincuencia organizada?
Mientras los analistas se preguntan dónde está el señor Guzmán, yo me pregunto dónde está su fortuna.
*Socio director de ASIMETRICS y catedrático del INACIPE.
@ESEMEJIA