¿Cómo aprenden las personas?
Reflexión desde el documental "La Educación Prohibida"
Para contestar a la pregunta cómo aprenden las personas, es imposible no hacerse la pregunta de manera personal: ¿cómo aprendí en el colegio?, ¿cómo aprendí en la Universidad?, ¿cómo he aprendido en mi desarrollo profesional?, ¿cómo aprendo en el día a día, en lo cotidiano? Porque aprender no es sólo el tecnicismo de incorporar conocimiento desde un libro, una charla, una conferencia, de alguna manera todo se aprende.
Sin lugar a dudas como aprendieron mis papás, es distinto a cómo aprendí yo y cómo está aprendiendo mi hijo. Se trata de distintas generaciones, contextos diferentes, historias distintas, en donde se generan inmensas brechas que distancian el aprendizaje de la década de 1940, a 1980 y los 2010. ¿Pero qué es lo que hace distinto el aprendizaje? Seguramente si vemos fotos de estas tres generaciones no encontraremos tanta diferencia. Destaco que tanto mi padre, yo como mi hijo estudiamos en el mismo colegio. Sí, el mismo colegio, el mismo edificio, las mismas salas de clases con ciertos cambios, como por ejemplo la tecnología. Pero la gran diferencia se produce que los tres somos personas distintas, enmarcadas en épocas distintas, en una historia del país diferente, que por supuesto marca la forma de enseñar y en consecuencia la forma de aprender. Sin embargo, el sistema educativo sigue, en su mayoría, siendo el mismo. Los alumnos sentados ordenadamente frente a una pizarra que pasó de ser madera y tiza, a convertirse en una pizarra blanca con plumón y hasta hoy en que incluso puede ser interactiva. Cambiaron en algo los uniformes, agregando un poco más de color en las actuales generaciones. No obstante, hay timbres que marcan las horas, una persona que nos intenta demostrar que sabe mucho y que, parado adelante, se transforma en una especie de conferencista. El alumno tiene sus cuadernos, hoy también puede ver videos y power points además de los libros. La tarea investigativa cambió desde el libro al teclado y pantalla. Con todo esto se puede decir que hay cambios, pero me atrevería a decir que los cambios son más de forma que de fondo.
Si extendemos esta pregunta a lo que es la educación superior hay mucho más que reflexionar. No podemos pasar por alto que los estudiantes que reciben los CFTs, IPs y universidades son el producto que se trabajó en la educación básica y media, con todas sus falencias y también con sus fortalezas. Para muchos el cambio es radical, no sólo por lo que pasa dentro del aula, sino más bien por el cambio cultural al que se ven enfrentados. Algo tan simple como dejar el uniforme te comienza a hacer sentir de una manera diferente, pues ya no hay un formato que cumplir, y los estudiantes se comienzan a mostrar tal cual son y a compartir, en muchos casos, con personas de otras realidades sociales y culturales.
Vuelvo a hacerme la pregunta ¿cómo aprenden las personas? Ahora desde los zapatos del docente.
Mi inicio como profesora de educación superior fue hace 17 años, la forma de enseñar la basé en la forma en que yo aprendí en la universidad. Apoyo de literatura, clases expositivas y algunos casos cuando la materia de mi área así lo ameritaba. Sin embargo, siempre había algo pendiente. Comencé a pensar en cuales habían sido los profesores que me habían marcado en la universidad, sin querer hice una especie de ranking.
¿Por qué pensar en esto?, porque para aprender alguien te debe enseñar, pero hay que considerar que el aprendizaje va mucho más allá de lo que se dice, también es actitudinal… Sería un error pensar que los seres humanos nos disociamos. ¿qué es lo que ve un alumno cuando ve en frente de la sala?, ¿ve al profesor? No, ve a una persona, y esa persona es un todo, con su conocimiento, con su forma de transmitirlo y sobretodo con sus actitudes. En ese contexto, tuve profesores desinteresados, que se notaba que sus clases no eran muy preparadas, tuve profesores apasionados con su área de conocimiento, tuve profesores que eran tan exigentes y de tan mal trato que cada clase era un estrés y aprobar una hazaña, tuve profesores que eran eminencias en el conocimiento y todo lo contrario como personas. Finalmente, lo que tenía frente a mí era un “modelo” de ingeniero comercial o del área de negocios. Con esta reflexión me hace mucho sentido una frase planteada en la película-documental “La Educación Prohibida” en donde un estudiante dice lo que realmente importa no se anota en los cuadernos, no está en los libros. Me atrevería a decir que lo que importa está en la vida, en lo que se transmite, en el cómo se transmite, en ser consecuente entre lo que exijo y lo que hago, pues nos enfrentamos a generaciones más críticas, con más información.
Hace pocos días atrás leí un comentario de un amigo Psicólogo Clínico profesor de la Universidad Católica de Guayaquil – Ecuador, quien decía que hace años atrás se decía y creía que la “letra con sangre entra”, pero que él está convencido que “la letra transmitida con pasión es la que queda”. Esta reflexión me hizo muchísimo sentido, pues cuando se transmite con pasión queda, porque cuando se transmite con pasión sale mucho más que conocimiento, sale actitud, sale vida.
Hoy como profesionales de la educación superior, ya seamos directivos o docentes tenemos una tremenda responsabilidad, quizás la misma de antes, pero con mucha más conciencia. No estamos formando profesionales y técnicos, estamos formando personas, estamos preparando personas para la vida para enfrentar retos, desafíos, estamos formando seres sociales, que finalmente construirán la sociedad.
La clave no está en los materiales, en las capacitaciones, la clave está en las personas, el secreto es la mirada del ser humano… Entonces el desafío está, no sólo en educar para formar profesionales y técnicos, sino para formar buenas personas, que sepan discernir, tomar decisiones, resilientes, pues mucho de lo técnico está a un click de distancia, lo demás se entrega a través de las experiencias.
Finalmente, puedo concluir que hoy el aprendizaje debe ser mucho más integral, que él preguntarse cómo aprenden las personas debe ir de la mano del cómo, yo como docente, puedo o más bien debo enseñar. Las mallas curriculares, el perfil de egreso, los programas de cada asignatura vienen dados, no es una variable que puedo alterar, sino que debo tomarlas y trabajar con ellas. En cambio, la preparación de las clases, las pautas de comportamiento que dé, las experiencias profesionales que entrego, el acercar los contenidos a la realidad, eso está dentro de lo que puedo hacer y para ello tengo muchas posibilidades, sólo debo tener la voluntad de hacerlo. Debemos dejar de mirar al estudiante con un número, debemos detenernos en su individualidad, es importante conocer sus expectativas y no tratarlos con un ser inferior en conocimiento, si no darle el valor que merece como persona y futuro profesional.
Me quedo con una reflexión que aprendí en mi primer trabajo: educar es el proceso de transformación de un ser humano. Tal como los productos entran en una línea de producción, las personas también lo hacen de cierta forma. Los colegios, centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades reciben a la persona como “materia prima”, se va moldeando (formando), agregando valor (conocimiento) y finalmente se transforma en un técnico o profesional. La persona que entra en este proceso no es la misma que salió, tal cual como ocurre con los productos. Entonces la tarea está en tratar de la mejor manera a la nobleza de la materia prima, conocerla, ver qué es lo mejor que puedo sacar de ella y transformarla en la mejor persona y profesional posible. Si somos capaces de ver esa nobleza del material que nos llega para trabajar, sin lugar a dudas estaremos construyendo un mundo mejor.