Cambio de rumbo: Argentina en el espejo de Alberdi.
Transcurridos casi dos años de los cuatro del gobierno de turno, Argentina se apresta a nuevas elecciones de medio término. Se renovará la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio del Senado. Lo que está en juego, sin embargo, es mucho más profundo.
Las principales organizaciones políticas del país, agrupadas en el Frente de Todos (oficialismo) y en Juntos por el Cambio (principal oposición) no gozan de buena salud. Sus máximos líderes, incluyendo al binomio presidencial y al ex presidente, registran una imagen negativa pavorosa.
A la desastrosa situación que viene arrastrando el país desde hace décadas, se suma la pandemia del COVID-19, provocando una realidad intolerable.
¿Tocaremos fondo? Tal vez, no lo sé, pero está claro que, a tenor de su conducta, la clase política en su conjunto no siente que la situación sea tan crítica.
Muchos argentinos nos preguntamos cómo es posible que el país no cambie su inercia.
Está claro que las cosas no van bien, y no aparenta que vayan a cambiar para mejor.
Algunos argentinos se van, migran a otros destinos. Otros, la enorme mayoría, simplemente se resigna. Pero no todos pensamos igual. Hay muchos argentinos que creen en la gesta de un gran movimiento nacional y popular que los cobije en un Estado que les garantice sus necesidades básicas en materia de ingresos -por medio de empleo público o subvenciones-, alimento y vivienda, salud y educación, entretenimiento, turismo, deportes y demás. El problema es que lamentablemente los supuestos defensores de un gran Estado omnipotente que lo puede todo fallaron. La realidad muestra niveles de ineficiencia e ineficacia muy altos y generalizados en el Estados nacional y en muchos de los estados provinciales y municipales, en los tres niveles de gobierno –ejecutivo, legislativo y judicial-, con efectos totalmente contrarios a los prometidos: escandalosos niveles de indigencia y de pobreza; servicios públicos insuficientes y brindados en forma deficiente; y fuertes inequidades, resultando inaccesible para los pobres e indigentes no sólo el trabajo decente, una salud de calidad, una vivienda asequible, sino inclusive una educación básica. Las ayudas estatales mantienen a un número cada vez más grande de argentinos en situación de supervivencia, con nula capacidad para salir del pozo en el que se encuentran sumidos, sin espacio ni esperanza –si se mantienen estas condiciones- para alcanzar un futuro mejor.
Es lógico y saludable que en un país cuya Constitución Nacional sostiene la defensa de las libertades básicas y los derechos políticos cada cual tenga sus propias ideas, pensamientos y posturas respecto al pasado, presente y futuro del país.
Estas reflexiones, en consecuencia, están dirigidas a quien quiera escuchar, no suponiendo ni un intento de imponer nada –no tengo esa capacidad y tampoco la ejercería-, ni de convencer, sino simplemente de “pensar” juntos, aunque el resultado sea que el lector se exprese en desacuerdo.
Eso sí, tomaré prestadas ideas de un tercero, Juan Bautista Alberdi (1810-1884), la persona más influyente en la redacción de nuestra “Ley de Leyes”, con la ilusión de que el lector se anime a transitar el viaje hasta arribar al final de esta publicación.
Mi tesis es que en el pasado -durante el siglo XIX-, hubo situaciones que condenaron al país a un largo y tedioso fracaso; y que actualmente venimos de otro largo período de fracasos recurrentes que llevan casi 90 años, desde la década de los años 30´ del siglo pasado hasta la actualidad.
Decía Alberdi que “El tiempo por sí solo no remedia nada. El tiempo no sabe hacer más que una cosa: afirmar y robustecer lo que encuentra hecho” … “No hay sanción más irrevocable que la sanción del tiempo” (La revolución del 80, 1881:35).
Se refería al estatus de la “provincia-metrópoli” de Buenos Aires y al enfrentamiento entre unitarios y federales que condenó al país al estancamiento, a la anarquía, a las guerras civiles, y a un escaso desarrollo hasta 1880. La federalización de la ciudad de Buenos Aires contribuyó al despegue económico y social de una Nación que para entonces cumplía nada menos que 70 años, “erigida en Estado libre y soberano, el 25 de mayo de 1810” (ob.cit.:51), el día de la revolución que le diera origen.
Decía Alberdi que “… la cuestión de capital en el Plata no es cuestión de geografía, sino cuestión de poder y de gobierno fuerte. Lo que falta al gobierno argentino no es una capital, es el poder. Nos falta un gobierno, porque nos falta nuestra capital-gobierno, nuestra ciudad-nación” (ob.cit.:46).
A ello agregaba: “Sacar la capital Argentina de Buenos Aires es invertir toda la constitución, no sólo escrita, sino real y virtual; toda la historia política argentina de que la capital en Buenos Aires, es todo el resumen y expresión” (ob.cit:60).
“En 1818, en 1826, en 1853, en 1860, por fin hoy mismo, la cuestión de capital viene a ser la llave de la organización de una autoridad general y común para toda la República Argentina” (ob.cit.:61).
“La última guerra” –en referencia a la revolución de 1880- “ha nacido precisamente de este origen, y la intuición nacional del país se ha percibido que no tendremos paz estable, si continúa sin la solución natural y única de su cuestión de capital argentina en Buenos Aires, que no es otra cosa que la de un gobierno federal y común para todos los pueblos argentinos” (ob.cit.:61).
Lo que hacía falta, en opinión de Alberdi, era “La demolición de ese edificio de opresión”, constituido por la unidad de la provincia de Buenos Aires y la ciudad, y los desequilibrios que ello provocaba en la gobernabilidad del país.
¿Porqué traemos a colación hechos del siglo XIX?
Porque como señala el propio Alberdi, “Para comprender lo actual, tenemos que volver continuamente a lo pasado. Hemos tenido imitadores de Tocqueville, en su estudio de la Democracia en América, sin recordar que para completar ese estudio se ocupó del antiguo régimen en Francia” (ob.cit.:66).
Paralelismo entre 1880 y 2021.
Llegado a este punto podemos hacer un primer paralelismo entre los hechos históricos aludidos y la situación actual del país.
Entre 1930 y 1983 Argentina sufrió seis golpes de Estado: en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Qué duda cabe que ello produjo una ruptura con el período de bonanza que se vivió entre 1880 y 1930, durante el cual, el país llegó a ser uno de los de mayor PBI per cápita del mundo –más allá de la situación compleja a la que quedaría sometida nuestra economía con motivo del crack de 1929-, abriéndose en 1930 un factor de desestabilización político-institucional que logró erradicarse recién en 1983.
Transcurridos casi 38 años desde entonces, Argentina ha logrado sostener en forma ininterrumpida su democracia, lo cual constituye un activo invaluable y totalmente necesario para la reconstrucción del país.
Sin embargo, desde 1930 a la fecha, la posición de Argentina en el concierto de las naciones del mundo - medida por el PBI - ha oscilado de modo incoherente y descabellado entre los primeros puestos y el lugar 39º. Otros países mantienen su PBI constante en el tiempo. Canadá, por ejemplo, entre los primeros diez u once países del mundo; Australia, entre los primeros quince o dieciséis.
Además, nuestras crisis económico-financieras y de carácter político-social han sido recurrentes, llegando la pobreza en 2020 al 42% de la población, y la indigencia al 10,5%.
A ello se suma que desde que Argentina se sometió por primera vez a un programa del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1955 transcurrieron 66 años, siendo el actual endeudamiento equivalente al 104% de nuestro PBI, el más alto de Latinoamérica (Cepal:2021).
Alberdi también tenía algo que decir sobre el particular, ya que los primeros empréstitos externos tomados en los orígenes de nuestra patria datan de 1822. Sobre el particular, expresó lo siguiente: “El interés de la deuda cuando es exorbitante y absorbe la mitad de las entradas del tesoro, es el peor y más desastroso enemigo público. Es más temible que un conquistador poderoso con sus ejércitos y escuadras; es el aliado natural del conquistador extranjero … La América del Sur emancipada de España, gime bajo el yugo de su deuda pública. San Martín y Bolívar le dieron su independencia, los imitadores modernos de esos modelos la han puesto bajo el yugo de Londres”.
¿A qué se deben los tropiezos, la falta de crecimiento, el insoportable nivel de endeudamiento público y la inestabilidad socio-económica del país? Sin entrar en la politización de los unos y los otros -peronistas y anti-peronistas- existe cierto consenso en asignar responsabilidades a la adopción de políticas totalmente antagónicas en períodos relativamente cortos de tiempo por parte de gobiernos de distinto signo político que se alternan en democracia, lo que produce marchas y contramarchas que generan incertidumbre y desconfianza, situación acompañada de una pésima administración del Estado y una ausencia absoluta de planeamiento estratégico.
Para algunos argentinos también influyen condiciones de gobernabilidad ciertamente complejas, en democracia, cuando el peronismo es oposición, tal como ocurrió durante las presidencias radicales de Alfonsín (1983-1989) y de Fernando de la Rúa (1999-2001), quienes no terminaron sus mandatos, fenómeno que sin embargo no ocurrió durante la presidencia de Macri (2015-2019).
Es un hecho cierto que la mayoría de los gobiernos democráticos de las últimas casi cuatro décadas estuvieron en manos del peronismo en sus diversas expresiones (Menem en 1989-1999; Duhalde en 2002-2003; Kirchner en 2003-2007; Fernández de Kirchner en 2007-2015; y actualmente Fernández desde el 10 de diciembre de 2019).
Debe resultar bastante curioso para los historiadores que después de la crisis de diciembre de 2001, que derivó en la renuncia de un presidente radical y la sucesión de tres presidentes peronistas en menos de dos semanas (Puerta, Rodríguez Saa y Eduardo Camaño), hasta que se oficializó la designación parlamentaria –no electoral- de un presidente provisional (Duhalde), también peronista, el país no haya realizado un cambio profundo en su institucionalidad y en el modo de gestionar el Estado.
En definitiva, es este asunto -el mal funcionamiento del Estado nacional y de muchos de los estados provinciales y municipales; la falta de cultura en la formulación de políticas de Estado, y los cambios bruscos en las políticas públicas cada vez que cambia un gobierno-, el que queremos mirar con los ojos de Alberdi, un “edificio de opresión” que es necesario “demoler” lo más pronto posible, como lo era la cuestión de la sede del gobierno nacional en la ciudad de Buenos Aires y la división entre unitarios y federales, o entre interior y provincia de Buenos Aires en el siglo XIX.
Estatismo, concentración de poder, militarización de la política, y apropiación del Estado. No alcanza sólo con un cambio en los liderazgos. Resulta necesario cambiar el sistema de raíz.
Señala Alberdi que “… Como la institución hace al hombre, y no el hombre a la institución, será preciso, como decía el doctor Moreno de 1810, quitar al gobernador el poder de ser déspota, aunque quisiera serlo. Esto es lo que acaba de hacer la ley que divide a la provincia-metrópoli monarquista, haciendo de la ciudad de Buenos Aires la capital exclusiva de la República Argentina” (ob.cit:25).
A ello agrega: “Todas las libertades personales están ausentes del país en que falta la libertad del hombre. No puede haber ciudadano que se gobierne a sí mismo, donde el poder del Estado lo gobierna todo. La omnipotencia, es decir, el absolutismo admitido y constituido en principio fundamental del Estado, está en cada provincia o subdivisión del Estado, en cada partido, en cada circulo, en cada reunión de personas, en cada hombre, por decirlo así, respecto de los que por algún vínculo le están ligados. En el partido político, el poder de su mayoría tiene absorbidos los derechos y libertades individuales de sus miembros, y el hombre o comité que lo dirige como su jefe, pone a cada uno de los miembros la opinión, la actitud, la conducta, que ha de tener en la política, la manera en que ha de votar, la causa por qué ha de verter su dinero y su sangre cuando llegue el caso, a juicio del jefe en que el partido se personifica. El partido será una especie de Estado en miniatura, y la omnipotencia del partido encarnado en su jefe será la negación de los derechos políticos de sus miembros personales. Obrará el partido todo entero como un solo hombre, sin discusión, sin examen, sin debate, entre sí mismos, ni entre sus jefes y sus subordinados. Ésta es la palabra de orden, la subordinación jurada, la obediencia prometida, la fe guardada. Como el soldado de línea, el solo galardón de su disciplina será la concesión de algún empleo, algún favor, algún honor esperado; y las más veces ni eso mismo, con tal que su jefe o jefes los alcancen y disfruten a la salud y en honra del partido. Como el principio del poder omnímodo y absoluto que preside a la organización del país en todo su organismo, no es incompatible en la democracia, o el poder de todos personificado en unos pocos, la democracia de esos países constituidos sobre el principio del absolutismo de la patria o del Estado, se parece más a un ejército de línea que a un Estado libre, por la disciplina que gobierna la conducta de sus miembros. Son soldados, más bien que ciudadanos. La obediencia mecánica de la consigna de su jefe es su honor. Tales partidos no son partidos políticos, en el sentido que esta calificación tiene; esos países libres son batallones, y batallones de línea, organizados para hacer campañas desarmadas, cuando el interés de sus jefes no prefiere que sean armadas y sangrientas” (ob.cit.:33).
“Los jefes de semejantes partidos no aseguran la estabilidad y goce su omnipotencia sobre sus miembros, sino al favor de una ficción que ellos cuidan de mantener siempre viva; es la de suponer que la autoridad del partido es la que gobierna a sus jefes, y no los jefes al partido”. Este artificio de liberalismo aparente y ficticio es el que más afirma y robustece el poder absoluto y omnímodo de los jefes en sus partidos, vasallos fieles, en forma de ciudadanos libres” (ob.cit.:33).
“La puerta de evasión de todas las responsabilidades de sus determinaciones tiránicas, despóticas y caprichosas, está en una de estas fórmulas: así lo quiere mi partido, tengo que ser leal a los mandatos de mi partido” (ob.cit.:33).
La descripción de Alberdi tiene tanta actualidad que parece haber viajado a través del tiempo. Sentado y con su pluma en mano, describe la realidad argentina en el siglo XXI.
¿Cómo nacen los impulsos de cambio?
Volviendo al siglo XIX, Alberdi señalaba que “Un sentimiento general se ha formado en nuestro país, de que toda solución es preferible a la continuación del statu-quo”; y que “El mal no podía ser más grande, y el remedio más urgente” (ob.cit.:35).
“La guerra empezó sin declaración de ninguna de las partes y se hizo toda entera sin que el público viese explicados sus motivos, ni propósitos, en manifiestos ni documento alguno oficial, de los que son de rigor en los usos de la guerra, aun de la guerra civil. Jamás hubo una guerra menos explicada, porque jamás hubo guerra más obvia y comprensible. Baste decir que, lejos de ser nueva, era una continuación de la que existía hace sesenta años, entre los mismos dos factores, por los mismos motivos, con el mismo propósito” (ob.cit.:65).
“Sin la ausencia de una capital, no habría tenido lugar ni razón de ser el acaecimiento de la guerra de 1880 en Buenos Aires” (ob.cit.:65).
Pero había llevado demasiado tiempo dar fin a una clara disfuncionalidad que dividía al país en interior y Buenos Aires, lo que obstaculizaba su desarrollo, además de ponerlo en riesgo ante las naciones extranjeras.
Por eso titula uno de los capítulos de su libro como “¡70 años perdidos!”, y expresa: “¡Setenta años perdidos para nosotros y por nosotros! ¿En qué sentido? ¡En que no estamos a la altura de los Estados Unidos de América, habiendo estado más alto que ellos, bajo el período de nuestra común dependencia colonial! En efecto, la superioridad que hoy nos llevan, no la tuvieron cuando eran colonias de Inglaterra. Adam Smith hacía notar, hace un siglo, que las principales capitales de la América española eran más pobladas y más ricas que las principales de la América del Norte, entonces” (ob.cit.:85).
En diciembre de 2019 Argentina registraba un PBI per cápita de US$ 9.912 –equivalente a US$826 mensuales-, ubicándonos en el puesto 68 del mundo. Muy malo.
Sin embargo ¿saben cuánto estima la OCDE (mayo:2021) que recuperaremos esos valores pre-pandemia? En 2026, dentro de cinco años. Ya en 2020, el año pasado, el PBI per cápita se redujo a US$ 8.433 –equivalente a US$ 702,75 mensuales-. La situación ya no es mala, es dolorosamente dramática, y será aún peor.
¿Qué nos pasó? ¿Qué nos faltó para lograr mejores resultados?
Para Alberdi, “Lo que ha sobrado a nuestros hermanos del Norte, la costumbre secular de gobernarse a sí mismos, desde el primer día de su fundación como colonia de un país libre, y la inteligencia de los propios intereses, que su libertad añeja les permitió estudiar, entender y practicar”.
“Ellos han tenido hombres de Estado, es decir, hombres de gobierno, desde el primer día de su independencia, porque los tuvieron desde el primer día de su establecimiento colonial en América. Nosotros no hemos sabido gobernarnos bajo la independencia, porque no lo hicimos jamás durante nuestra dependencia de España. Emancipados por la acción de los acontecimientos, hemos obedecido a su impulsión, en la dirección incierta, ciega, instintiva, que han traído nuestros pueblos. Los norteamericanos no necesitaron inventar sus instituciones de gobierno libre, les bastó abrazar las de sus padres y adaptarlas a su condición natural de republicanos. Nosotros tampoco hemos inventado tradiciones y hábitos de gobierno sin libertad; nos ha bastado seguir la corriente que nos imprimían las instituciones del despotismo colonial, en que nacimos y nos educamos, tomando la precaución de vestir nuestros actos con el traje de instituciones libres del extranjero” (ob.cit.:86).
¿Cuenta la Argentina de hoy con “hombres de Estado, hombres de Gobierno” con capacidad para sacarnos del pozo en el que nos encontramos?
La respuesta, mi respuesta, es que no.
No hay en ninguna de las principales alianzas políticas del país que protagonizaron los roles tanto de gobierno como de oposición en los últimos años líderes políticos con la capacidad de diagnosticar la dimensión real de la crisis argentina, su proyección en el tiempo si no hacemos algo para cambiar, y un profundo plan de reforma del Estado en el sentido más amplio posible, que permita revisar todos y cada uno de los resortes que obstaculizan un desempeño eficiente y eficaz que favorezca el desarrollo sustentable del país.
Esas fuerzas políticas hegemónicas que representan la “grieta” gobernaron el país entre 2015-2019 (Cambiemos) y 2003-2015 y, nuevamente, desde diciembre de 2019 (FPV-Frente de Todos) –gobierno actual- sin que se impulsara un debate serio y profundo sobre el fracaso argentino y el rol y responsabilidad del Estado en el mismo; y mucho menos que se desarrollaran políticas de Estado orientadas a revertir esa inercia que venimos arrastrando hace décadas.
¿Qué puede llegar a suceder en Argentina en el futuro cercano?
Escribía Alberdi en 1881 que “Las instituciones humanas son comúnmente la obra de los acontecimientos, más bien que el resultado tranquilo de apacibles deliberaciones. Cuando más grande es el cambio, más parte tiene en él la acción muda y breve del acontecimiento. Un ejemplo de ello fue el cambio que nos libró de la dominación española; y otro fue, más tarde, el que nos sustrajo a la tiranía de Rosas” (ob.cit.: 22).
Como decía al comienzo, no sé qué sucederá en Argentina, pero los augurios no son buenos. ¿Cómo podrían serlo? Todo indica que si no logramos un cambio de rumbo en serio corremos serios riesgos como sociedad.
¿Cuál sería la consecuencia de no hacer nada?
Alberdi expresaba: “Con respecto a la vida de los pueblos, las sanciones o castigos, por cuyo medio se realiza la evolución de su existencia, son la guerra, la revolución, el incendio, el bombardeo, la crisis de empobrecimiento, la miseria, el hambre, la peste, el abandono, la muerte, el deshonor, el olvido del mundo, cuando no el desprecio de la posteridad.”
“Claro que esas sanciones hacen la dicha, no de las víctimas, sino de otros más avisados, que les suceden en el logro de los que no supieron aprovechar, teniéndolo en su mano, los que fueron víctimas de su inercia.”
“Los pueblos que carecen de esta previsión y del don de prevenir sus males, son peores que los animales irracionales, y merecen todos sus padecimientos, hasta, tocar la única felicidad, que puede terminarlos, la muerte (como pueblo, si no individuo), por la descomposición y disolución gradual y sucesiva”.
“Una de las sanciones de esa ley, que renueva destruyendo, que critica y enseña por el castigo, es la falta de caracteres, la relajación moral del poder que vive sometido a otro poder omnipotente y dependiente de él. Tales son los gobiernos que no son de Estado, es decir, nacionales; los gobiernos autónomos o populares” (ob.cit.:94).
Nada que decir, más que prestar mucha atención a las palabras de Alberdi.
¿Qué es lo primero que habría que hacer para cambiar las cosas en Argentina?
Suelo ser muy criticado por “optimista”, por apelar a la esperanza de que algún día una generación de nuevos líderes, honestos y con vocación sincera, se unirán en la tarea que los inmortalizará más allá de sus ideologías y preferencias político-partidarias: salvar a la Argentina mediante un rotundo cambio de rumbo.
Alberdi expresa el problema mucho mejor que yo. Transcribí antes su descripción acerca de la carencia de hombres de Estado y de gobierno en el siglo XIX, previo a la generación del ´80, a lo que agrega: “En la República Argentina (Buenos Aires, diciembre 1879) no está el mal político en la desinteligencia de las personas, sino en un conflicto de cosas, de intereses, de instituciones que determina el de los hombres, gobernados por la corriente de las cosas” (obcit.:39).
“Armonizar las personas y dejar las cosas y los intereses divididos como se hallan, es remediar el mal por un momento o remediarlo en apariencia; mejor dicho, es dejarlo subsistente todo entero. Esta es la medicación de la política personal: el opio para calmar” (ob.cit.:39).
“Desde ese arreglo, y desde ese día empezará a existir la libertad argentina que no es otra cosa que el derecho y el poder del país unido de gobernarse a sí mismo, mediante la posesión directa y completa de la suma de sus recursos y elementos de poder y gobierno nacional” (ob.cit.:51).
Argentina está atrapada en un modelo de apropiación del Estado a través del cual distintas facciones se disputan los espacios y recursos públicos. En esa carrera compiten partidos políticos, sindicatos, empresas, e inclusive líderes de movimientos sociales, en sinergia o mezclados entre sí, pero con un común denominador: controlar la maquinaria del Estado y usufructuar sus recursos y capacidades en beneficio de su parcialidad.
La Unidad: condición esencial.
Alberdi sostenía en relación al conflicto entre unitarios y federales en torno a la ciudad de Buenos Aires como sede del gobierno nacional que “El país no podía quedar como estaba sin correr el peligro de dividirse, si la constitución seguía sin cumplirse en su fin más esencial, que es el constituir un gobierno nacional” (ob.cit.:34).
Dedicó mucha atención a los habitantes de la provincia-metrópoli de Buenos Aires, que temían convertirse en los principales afectados por las medidas impulsadas. Dijo esto: “La primera víctima de una máquina de opresión es siempre el pueblo en que ella está montada, y en que produce sus efectos” (ob.cit.:38).
Hoy, siglo XXI, lo que mantiene dividido al país es la apropiación del Estado no sólo a nivel nacional sino también provincial y municipal por parte de los partidos políticos que acceden al poder actuando con clientelismo y mediando altos niveles de corrupción, en asociación con sindicatos, proveedores del Estado y funcionarios en todos los estratos del Estado; o manteniendo situaciones ya crónicas de ineficiencia y pasmosa desidia.
Los afectados somos el pueblo de la Nación Argentina, y los beneficiados las élites políticas y sus socios públicos y privados, incluyendo como decía a sindicatos y empresas contratistas del Estado.
Se trata de una generalización. Por supuesto hay excepciones. El problema es el “sistema”.
¿Qué propongo?
Tal vez la crisis en la que vivimos -de tan larga data- y su profundización, despierten la conciencia de un grupo de argentinos que tenga capacidad y claridad suficiente para visualizar el estado de cosas y las agallas para derribar, en palabras de Alberdi, el “edificio de opresión”.
La tarea es demasiado grande para apelar a liderazgos individuales.
No alcanza con un presidente. Ni siquiera con un partido político. Necesitamos a una generación de dirigentes de carácter transversal e intersectorial –políticos, empresarios, y otros referentes de Sociedad Civil provenientes del mundo del trabajo, de la comunidad educativa y la academia, de los consejos profesionales, de la comunidad científica, tecnológica y de la innovación, de los diversos cultos, del arte y demás- con capacidad de generar un diálogo argentino que derive en un gran consenso nacional.
Deberían estar todos sentados en la misma mesa: los “dueños” de las distintas actividades que se desarrollan en el país, de todo tipo, y las organizaciones asociadas a las mismas, y el resto, los afectados por las situaciones disfuncionales que recorren la espina dorsal de nuestros estados nacional, provinciales y municipales.
El diagnóstico y las propuestas deben estar informadas estrictamente en evidencia científica, sin lugar para relatos o declaraciones que contrasten con la realidad, siendo éste un aspecto esencial.
La transparencia de los diagnósticos es clave para que la propuesta funcione. Por tal motivo, los líderes políticos emergentes deben garantizar la apertura de todas las oficinas del Estado, garantizando el acceso a la información por parte de quienes no se encuentran asociados a los intereses en torno a las actividades sujetas a estudio: universidades, centros de estudio, concejos profesionales y otras organizaciones de la sociedad civil, además de sindicatos, cámaras empresarias y demás.
Una amplia participación, plural e interdisciplinaria, garantizaría controles cruzados cuyo fin es acceder a una descripción exacta de la realidad de cada sector.
Como no se puede ni corresponde discriminar a priori, la convocatoria debería incluir a todos sin excepción, garantizando que quienes tengan intereses en una actividad, repartición o institución del Estado en particular no puedan bloquear ni el acceso a la información ni afectar la neutralidad e imparcialidad de los estudios, que repito, deberán elaborarse necesariamente informados en evidencia científica, al igual que las propuestas.
El propio Alberdi menciona en varias oportunidades en sus obras a la ciencia como plataforma esencial para la toma de decisiones.
Dice por ejemplo que “La ciencia nos enseña que toda ciudad que vive de salarios y sueldos pagados por el Estado, es meramente consumidora, improductiva, de goces y placeres; naturalmente pobre, bajo un exterior suntuoso.” (ob.cit.:22).
El lector puede preguntarse legítimamente si esa frase de Alberdi, por ejemplo, no se encuentra cargada de prejuicios respecto a la utilidad de la actividad que desarrolla el Estado y sus agentes. Es que no importa tanto, porque la tarea de diagnóstico no debería formular ni siquiera conclusiones, sino más bien describir la información dura extraída de los datos históricos y, sobre todo, la actualidad de cada actividad, y en todo caso exponer las distintas posiciones de quienes interpreten la evidencia, trátese de expertos o de “partes interesadas”, en forma neutral, imparcial y balanceada.
A esos efectos, quienes redacten los informes deben ser “brokers” o “intermediarios del conocimiento” coordinados por responsables de “Exchange knowledge” (intercambio de conocimiento e información) designados por consenso por su experiencia técnica, o inclusive, por su potencial para ser fácilmente capacitados y entrenados para la tarea.
Las propuestas, por su parte, deberían formularse con formato de planes estratégicos, con todo lo que ello conlleva, incluyendo al involucramiento de todos los actores asociados a la actividad o al sector de que se trate.
Claro que habrá conflictos y enfrentamientos. Por un lado, nadie quiere perder sus privilegios. Pero por otro, quienes se adueñaron de una determinada actividad, incluyendo a “pedazos” del Estado, seguramente han accedido y mantenido ese estatus a través de complejas redes de poder, interacciones y acuerdos de convivencia con otros protagonistas igual o más poderosos aún que ellos mismos.
Frente a ello, una herramienta útil podría ser que los planes estratégicos planteen cambios progresivos escalonados en el tiempo, tendientes a disminuir las presiones, pero orientados a lograr una solución de fondo en el mediano plazo y largo plazo.
Eso ocurrió, por ejemplo, en el caso abordado por Alberdi que hace referencia a la denominada “Ley del Compromiso”, a través de la cual se autorizaba a las autoridades nacionales a residir en la ciudad de Buenos Aires por un período de cinco años.
La Constitución de 1853 había establecido que la capital de la República Argentina sería la ciudad de Buenos Aires, pero Urquiza, primer presidente constitucional, tuvo que gobernar desde Paraná, Entre Ríos, estando la provincia de Buenos Aires separada del resto del país. Con la reforma de 1860, incorporada aquélla, se modificó dicha cláusula, estableciéndose como requisito previo que la provincia a la que perteneciera el territorio a destinar a dicho fin (ahora sin citar expresamente a la ciudad de Buenos Aires), debía previamente realizar la cesión formalmente a través de su Legislatura.
La ley citada anteriormente, de “Compromiso”, permitió un acuerdo transitorio, vencido el cual, se restableció el problema, hasta estallar primero en 1874, y posteriormente en 1880, hasta la aprobación de la ley que declaró a Buenos Aires capital de la República el 24 de agosto de 1880, durante la presidencia de Avellaneda, siendo promulgada por su sucesor, el presidente Roca.
Destaco la vocación de encontrar soluciones al menos transitorias, si bien la solución llegó de la mano de conflictos armados, lo que por supuesto debería evitarse a toda costa.
¿Qué asuntos debería contener el diálogo argentino y la concertación nacional?
Todos sin excepción, pero principalmente los relativos al rol y funcionamiento del Estado en sus tres dimensiones, nacional, provincial y municipal, y en sus tres poderes –ejecutivo, legislativo y judicial-.
Ello incluye desde el régimen electoral, hasta el régimen de la función pública.
En relación a este último, si tuviera oportunidad de asesorar acerca de la agenda de la reforma, propondría el estudio de la oportunidad, mérito y conveniencia de introducir mejoras sustanciales en los distintos regímenes de empleo y función pública, con el fin de construir un Estado profesional, inteligente, transparente, eficiente, eficaz y cercano a la gente, capaz de desarrollar -dirigido por los líderes políticos de turno- una verdadera revolución de soluciones concretas en beneficio del país y de nuestra gente.
Uno de las condiciones fundamentales del cambio es no sólo una regulación moderna, sino además su estricto cumplimiento. Por sólo poner un ejemplo, el Art. 24 inciso e) de la Ley 24.164 (Marco de Regulación del Empleo Público Nacional) de 1999, prohíbe al personal estatal “valerse directa o indirectamente de facultades o prerrogativas inherentes a sus funciones para fines ajenos a dicha función o para realizar proselitismo o acción política”, algo que claramente no se cumple.
En la experiencia comparada la regulación es muchísimo más estricta, debiendo elegirse entre desarrollar una carrera como “servidor público”, incompatible con cualquier tipo de actividad político-partidaria, y los deseos o vocación de involucrarse en política apoyando a partidos y candidatos durante las campañas o en actividades proselitistas de cualquier tipo.
Son debates que sería muy necesario encarar de cara a la Sociedad.
En mi humilde opinión, el sistema actual contribuye al fenómeno de apropiación del Estado por parte de las distintas facciones políticas, lo que produce graves daños, muchas veces irreparables e inclusive imperceptibles en el funcionamiento del Estado.
Absolutamente todo lo relacionado al Estado debe revisarse, tanto en términos transversales como por sector. Sería lógico hacerlo. El fracaso más que evidente en el que nos encontramos sumidos lo amerita.
Por supuesto, no corresponde afectar derechos adquiridos, los que deben ser respetados más allá del cumplimiento estricto de las leyes.
Sucede, en realidad, que se cometen muchísimas injusticias e inequidades también en el ámbito de las distintas reparticiones de todas las administraciones públicas.
Respetando los derechos de todos y sin afectar los legítimos derechos de nadie, el país tiene una oportunidad para reconstruir el Estado y ponerlo al servicio del progreso, de un desarrollo justo y sustentable.
Señalaba Alberdi que “Felizmente, los Estados no son precisamente la obra de los hombres de Estado”. “Todas y cada una de las unidades elementales del cuerpo orgánico del Estado, son colaboradores, obreros y autores instintivos de la obra o construcción del edificio del Estado. En este sentido cada individuo de los que constituyen las unidades o partículas elementales del cuerpo político, son hombres de Estado, en cuanto hacen al Estado sin saberlo” (ob.cit.:91).
A ello agrega: “Pena de la vida al gobierno que no sabe defender y conservar la vida del trabajador de las campañas y de las ciudades, es decir, de la industria rural y comercial”.
Debe recuperarse el sentido del Estado, el espíritu que justifica su existencia, que es servir a los ciudadanos, y no al revés.
De los liderazgos que se necesitan.
Si el país puede abrigar la esperanza de cambio y soñar con una Nación de pie -aunque el esfuerzo lleve muchos años o inclusive décadas- será de la mano de liderazgos nobles.
Esos hombres y mujeres que podrían transformar el país no pueden estar sujetos a condicionamientos de parte de quienes fracasaron en la conducción del Estado durante por lo menos los últimos 37 años, es decir, los protagonistas de todos los gobiernos democráticos desde 1983 a la fecha, con excepción de unos pocos, que no son, justamente, quienes ocuparon la jefatura de estado y de gobierno del país.
Nos habla Alberdi a través del túnel del tiempo y nos dice: “No hay que esperar franqueza, brío, veracidad, dignidad, en el carácter del gobernante sin poder real; hará la comedia del poder, será un cómico, un farsante. La farsa es un poder ciertamente, pero es el poder de la mentira, no el poder de un magistrado, cuya primera fuerza consiste en la verdad, en la sinceridad moral” (ob.cit:94).
“La degradación moral de un poder es tanto mayor cuanto más elevado el título o poder nominal, que encubre su impotencia real. Su poder es el de la retórica. No habla mucho el que tiene verdadero poder … El que necesita de la retórica para gobernar no es un poder; es un magistrado desarmado. El discurso es el último de los medios de gobierno” (ob.cit.:95).
“El país sometido a tal gobierno está en realidad acéfalo, y en manos del extranjero, que tiene en cada uno de esos antagonistas al mejor aliado contra el otro. Este es el género de sanciones a que someten los destinos de su país, los que dejan sin resolver por la prudencia sus cuestiones de gobierno, con la esperanza de que el tiempo les dará solución por sí mismo. El tiempo no resuelve nada. Confirma y fortifica lo que existe; si lo que existe es malo, lejos de mejorarlo lo hace más malo” (ob.cit.:95).
¿Alberdi está vivo y nos observa?
En conclusión.
Me parecen inverosímiles las oportunidades que pierde el país para salir de su estancamiento y liberarse de la opresión de unos pocos. Tuvimos profundísimas crisis, por distintos motivos, en 1989, 2001, 2010 y 2020, esta última aún vigente.
Estamos sufriendo nada más y nada menos que una pandemia que lleva casi 15 meses, 85.075 muertos, y que ha contagiado a 4.111.147 personas, cerca del 10% de la población total del país, o una de cada diez personas. Las medidas adoptadas para combatir la pandemia han destrozado a la economía y agravado la ya frágil situación social que veníamos arrastrando.
¿Aprovechamos todos estos meses para unirnos ante la adversidad y pensar la Argentina del futuro? No, para nada. No hay ningún plan ni visión de futuro. Cerramos los ojos y sólo vemos oscuridad. No hay autocrítica de los responsables del fracaso argentino, atribuibles a todos los partidos políticos a los que tocó gobernar; no hay ningún atisbo por revisar la maquinaria del Estado, ninguno. No hay planeamiento estratégico. No hay nada.
Sólo queda una cosa por hacer: exigir un cambio de rumbo, y demandar un futuro mejor.
“Res non verba”. “Hechos, no palabras”.
* “La revolución del 80”. Juan Bautista Alberdi (1881). Editorial Heliasta (2015).