Capítulos finales, 23 y 24 (Novela 'Julio y las viejas')
Capítulo 23
Soto comenzó a leer el informe psiquiátrico. Ese día le iban a dar el alta en el hospital y la inspectora Marín, tras mucho insistirle él, le había traído el documento al hospital donde se terminaba de recuperar del ataque del sacristán. El subinspector quería terminar de comprender, de interiorizar el perfil de este individuo que ya era toda una celebridad, que había matada a decenas de mujeres, al cura don Esteban, al inspector Santamarta y que casi acaba también con él. El sacristán se recuperaba también del ataque de Blanca en otra habitación custodiada del mismo hospital de Cabueñes.
Leyó:
Javier Domínguez - Psiquiatra Criminal y Forense
Historia Clínica nº 13
El informado responde a las iniciales A.O.C. y tiene 58 años de edad.
Natural de Tarazona (provincia de Zaragoza).
Soltero y barrendero de profesión.
Su padre falleció cuando él tenía 9 años a causa de un accidente laboral en Alemania, a donde había emigrado en solitario para trabajar. La pérdida del progenitor marcó el carácter y evolución psicológica del informado. Quedó al cuidado de su madre, que regentaba una peluquería. Refiere de ella que cada vez fue más una figura ausente, que se sintió abandonado, que tuvo que hacerse cargo él de muchas tareas del hogar que incluían el cuidado de su abuela materna, una mujer dependiente a la que tuvo que atender (lo que incluía su alimentación y su higiene íntima).
No ha tenido hermanos.
En el resto de familiares no se han hallado datos de herencias psicopatológicas.
Comenta que en el pueblo se murmuraba que “no era normal” que un muchacho de su edad tuviera que “encargarse de la casa y de la abuela, que era como un trozo de carne”.
Nació el 4 de diciembre de 1966 y desconoce las circunstancias perinatales. Relata haber pasado la varicela. Sufrió frecuentes anginas que no supusieron mayores complicaciones en el ámbito de su salud.
Crecimiento y desarrollo psicomotor aparentemente ordinarios.
No se han encontrado ni relata antecedentes quirúrgicos, comiciales, venéreos, hepatíticos ni psiquiátricos.
Presentó onicofagia hasta los 33 años.
No relata ni constan consumos de sustancias tóxicas.
Describe su infancia como “un tiempo cerrado en el que trataba sobre todo con unas pocas personas mayores”.
A los 12 años tuvo una experiencia sexual con la mujer que atendía la tienda de ultramarinos donde acudía a hacer los recados. Una viuda de 52 años por aquel entonces, a la que conocía de siempre. “Un día empezó a abrazarme y tocarme y me cogió la mano y me pidió que le tocara el pecho y el sexo, que tenía algunos pelos ya canosos”. La experiencia se repitió de forma parecida en dos ocasiones más. Después, ella rechazó sus intentos de repetir. Él comenzó a masturbarse “casi todos los días” y la limpieza de la vagina de su abuela le “recordaba al sexo de la viuda”, lo que también le daba “algo de placer”.
A los 14 años recuerda haber tenido un enorme deseo sexual hacia su madre, sobre todo cada vez que ella se quedaba en la peluquería para su cita con algún hombre, aunque reconoce que eso le producía “como gusto y vergüenza a la vez”.
Fue escolarizado hasta 8º de E.G.B., con rendimiento escolar mediocre. No tuvo amistades con sus compañeros de clase porque las tareas del hogar y el cuidado de su abuela le llevaban mucho tiempo. Tampoco relata conflictos ni enfrentamientos graves con los chicos de su edad en aquella época, aunque sí era considerado en algunas ocasiones como “un bicho raro”. Su única socialización ajena a su entorno cerrado fue la iglesia, a la que acudía frecuentemente en calidad de monaguillo. Después fue sacristán antes de emigrar desde Tarazona hasta Gijón.
Comenzó a trabajar con 14 años al morir su abuela y acabar la E.G.B. Entró como aprendiz en una fábrica de quesos pero fue despedido después de saltarse dos veces por olvido los protocolos de higiene y obligar a tirar a la basura dos lotes de producción semanal. Al ser despedido y dirigirse a su casa relata un accidente en el que fue atropellado por un turismo de un vecino del pueblo. Recibió un trauma craneal en la zona frontal y perdió “unos dos o tres minutos” el conocimiento. Se negó a ser asistido o acudir al hospital. Desde entonces sufre cefaleas en esa zona frontal que se mantienen intermitentemente hasta hoy día.
Tuvo una relación estable con una novia a los 18 años que era 15 años mayor que él. Las relaciones sexuales fueron muy problemáticas porque los requerimientos de él eran abruptos e incomodaban a su pareja, lo que provocó “constantes riñas y malas palabras y algún empujón”. Esta relación duró año y medio. Después ha tenido otras pero ninguna ha superado el medio año de duración.
Así continuó hasta que con 33 años comenzaron los hechos luctuosos por los que ha sido detenido. El informado admite haber tenido relación con 21 víctimas, aunque solo se han encontrado restos capilares en pequeños botes de cristal escondidos en el sagrario de la iglesia de El Carmen de Gijón de 16 de ellas.
Estos son algunos de los extractos de su relato de los hechos en el sumario:
1) “De las primeras no guardé el pelo ni apunté nada, así que igual no me acuerdo bien de todo. Yo saqué la oposición de barrendero en el Ayuntamiento un poco tarde, con casi 30 años. Hasta entonces hice algunos trabajillos para sobrevivir. Me vine desde Tarazona cuando murió mi madre. Conocí a don Esteban y le caí bien. Le acompañaba porque le ayudaba mucho en la parroquia y él no conducía y yo le llevaba y le traía en el coche cuando visitaba las casas de la gente. Con la primera no sé cómo ocurrió. Había estado de visita con don Esteban y luego subí yo solo, más tarde, que me entró la agresividad esa, me entraron unas ganas de tocarla y metérsela, que no lo hice. Bueno, sí la toqué pero nada más. Primero hablé con ella y no iba a hacer nada más, pero ella se empezó a reír y le temblaban las carnes del cuerpo y me excité y le tapé la boca. No la dejé que chillara, yo notaba como quejidos. Recogí luego las cosas, la dejé bien arregladita y dormida y me marché.”
2) “Luego con las siguientes fue igual, las tapaba la boca por alguna cosa. Fue todo igual o parecido hasta que a una la toqué cuando se quedó dormida. La ataqué sin saber por qué cuando se puso a quejarse de su vida ay a suspirar, que me entró otra vez la agresividad. A esta después la subí las faldas y la toqué por todas partes. Luego la coloqué todo bien para que siguiera durmiendo bien y me marché. Bueno, antes la corté un poco de pelo, que fue la primera a la que corté un poco de pelo y lo guardé.”
3) “Me entraban los agravamientos y las visitaba primero con don Esteban y luego yo solo. Los agravamientos no me entraban si estaba don Esteban. Era después, al quedarme solo. Ellas me abrían la puerta porque ya me conocían. Yo les tapaba la boca y la nariz y se dormían. Luego las tocaba, un rato. Y las arreglaba bien, para que estuvieran curiositas, que estuvieran dormidas pero bien peinaditas. Y cortaba un poco de pelo y lo guardaba apuntando el nombre y el día. Nunca robé nada, yo nunca las he hecho daño, ni soy un ladrón.”
4) “Con doña Paca sentí la agresividad y no sé qué me pasó cuando se quedó dormida. La toqué mucho rato pero las furias no se me pasaban. Me saqué lo mío y lo usé. Ella estaba dormidita y no se movía. Y después ya sí, me calmé y la arreglé, le corté un poco de pelo y me marché.”
Preguntado por si eyaculó, responde que no pudo y que al final le dolía el pene porque “rozaba mucho y me cansé y lo dejé”. En el último caso, refiere un modus operandi similar con doble penetración e imposibilidad de eyacular.
Estamos ante un individuo con tipo de personalidad leptosomático (clasificación de Krestschmer) que ingresó en el Centro Psiquiátrico de la penitenciaría con enorme grado de inquietud, refiriendo amenazas del resto de internos. Solicitó ser internado en el Área de Agudos para tener protección ante posibles agresiones. Esta inquietud fue calmándose al día siguiente de su ingreso de forma espontánea y se adaptó de forma razonable a su nuevo entorno.
Ha protagonizado buena orientación en tiempo, persona y lugar.
Verbaliza buen orden cronológico y hace un relato coherente de su línea vital.
El curso de su pensamiento no presenta quiebras, rupturas ni sonorizaciones.
No presenta ideas delirantes, deliroides o sobrevaloradas en su contenido. Su relato tiene relación de sentido. También tiene continuidad de sentido.
La memoria (de evocación y fijación) está conservada y es coherente.
En las entrevistas mantenidas se aprecia una capacidad de concentración aumentada y una actitud hipervigilante. En ocasiones hay fricciones con el entrevistador que se denotan por sequedad en su boca y contracción evidente en sus músculos maseteros.
El rapport es correcto.
Sin embargo, su capacidad empática es muy pobre y casi no se aprecia resonancia afectiva. Su relato resulta hermético, estereotipado y frío.
La inteligencia es ligeramente alta. En los estudios psicométricos realizados arroja un C.I. de 105.
El estado de ánimo del informado es neutro—apático.
Las barreras afectivas son notables y es evidente su falta de compasión, vergüenza y conciencia moral. Su juicio sobre sus propios actos es muy laxo y está convencido de que merece ser puesto en libertad.
La capacidad de juicio y raciocinio es normal, distingue adecuadamente lo que es lícito de lo que no lo es.
Su capacidad emocional presenta serias dificultades, que suple fingiendo expresiones de sentimiento por imitación de quienes le rodean.
Las pruebas analíticas sistemáticas (sangre, orina, etc.) son normales.
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El informado presenta un cariotipo normal (fórmula cromosómica 46XY).
No existen rasgos gráficos de valor patológico en el estudio electroencefalográfico.
Para el diagnóstico del informado se ha empleado el criterio nosológico de Kurt Schneider por la plasticidad de la personalidad.
El informado ha vivido y vive la realidad a través de sujetos y objetos apetecibles, aprovechables y destruibles. El prójimo, incluso su entorno cercano y su familia, son aprehendidos como presas a las que puede victimizar sin límites morales ni remordimientos.
A esto se suma una neurosis vinculada al sexo que potencia su ansiedad y agresividad. La perversión sexual marca un comportamiento en este ámbito, con tintes de deseo incestuoso no satisfecho.
Revisado todo lo anteriormente expuesto, puede establecerse como juicio clínico:
PSICOPATÍAY PERVERSIÓN SEXUAL.
Soto tuvo que coger aire antes de seguir leyendo.
Capítulo 24
Soto había sido un niño torpe y bruto. No un niño malo ni especialmente problemático, pero sí bastante movido. Su madre se acostumbró a que su hijo precisara de puntos de sutura, sobre todo y mucho más a menudo que en el resto del cuerpo, en cualquier lugar de su cabeza, con una frecuencia rutinaria que se presentaba cada dos o tres meses. Su niño Daniel se hacía una brecha en la frente o se abría alguna otra parte de su cabeza con una constancia trimestral fija que solo fue aminorando con la llegada de la adolescencia, momento en el que el mapa de su piel ya presentaba más de una veintena de cicatrices.
No eran más que eso, el legado de los puntos de sutura y alguna grapa, pequeñas cicatrices que marcaban líneas en su frente y calvas entre su pelo únicamente visibles cuando se lo rapaba. No tuvo ninguna rotura de huesos y se podía decir que su torpeza se unía a una especie de fortaleza pasiva, una capacidad para atraer golpes y, a la vez, soportarlos sin quebrarse.
Las roturas de clavícula y de muñeca que le provocó el sacristán habían sido los primeros huesos rotos de su vida y, al margen del dolor, causaron también en él una gran sorpresa. La barrera última de su fortaleza interna, esos huesos que no habían cedido nunca pese a los golpes recibidos, en esta ocasión habían dado muestra de su naturaleza humana quebrándose por los golpes que un asesino les propinó con un pesado candelabro.
El mes y medio que estuvo de baja mientras las fracturas se soldaban le dieron para pensar largamente sobre ese detalle. Por una asociación de ideas obsesiva, relacionó sus huesos rotos con el fin de su mundo tal y como hasta entonces lo había conocido. Soñó muchas veces con vientres de ballena. Se dejó llevar por la bestia de la pena y lloró con abundancia la muerte del inspector Santamarta, la de las mujeres asesinadas y sus propios huesos rotos. Como si pudieran equipararse en la misma categoría de desgracias.
Sara cuidó de él estos días con dedicación amorosa, atenta a cada necesidad, a cada lágrima, a cada gesto de su marido. Soto supo que lo del chaval repartidor de pizzas era una historia acabada. Su mujer insistió en que él fuera a terapia o que, al menos, se dejara ver por algún psiquiatra porque, según le advirtió, estaba coqueteando con la depresión. Al subinspector le llamó la atención que ella usara el verbo coquetear, pero no quiso ahondar en el asunto porque fue la conversación de una tarde en la que se encontraba especialmente cansado. Lo único que alcanzó a contestar fue que todo se le pasaría en cuanto volviera a trabajar.
La inspectora Marín le mandó algún mensaje cariñoso que le hizo sentirse como un soldado jubilado en la reserva, al que se trata con condescendencia. Él le contestó que pronto estaría de vuelta y se sorprendió al añadir que “con ganas de besar a una chica guapa por la calle”. “Porque estás convaleciente, si no iba ahora y te metía una hostia, payaso”, le contestó ella.
El día que fue a entregar el informe de cierre de caso se pasó por el bar de Lola pero ella no estuvo muy habladora y Soto sintió una barrera de hielo entre ambos. Él tampoco se encontraba muy bien porque era la primera vez en dos semanas que salía de casa y su cuerpo desacostumbrado a la actividad normal estaba acusando el esfuerzo.
Cuando se reincorporó, tras despedirse de una Sara entregada a un amor renovado, revisó su sitio de trabajo en la comisaría, deshaciéndose de gran cantidad de papeles y documentos, para tener después una breve charla con el comisario que le dijo que se tomara su tiempo para coger de nuevo ritmo de trabajo. Trujillo le saludó con alegría, intercambiando bromas y risas. Marín le saludó con cariño y, cuando él le tiró un beso desde lejos al marcharse, ella le enseñó el puño de la mano derecha, eso sí, sin dejar de sonreír.
Después, como si se tratara de un mandato al que no podía resistirse, se dirigió al bar de Lola.
—Ponme un café, Lola —dijo Soto con una voz tan desgastada que parecía tener eco.
—¿Un café? ¿Tú no eras de Cola Cao?
—Sí. Era de eso y de muchas cosas. Era.
—¿Uno solo?
—Sí, pero no me lo pongas muy caliente.
—Vale.
—¿Cómo estás, Lola?
—He tenido temporadas mejores, Soto. He echado de menos algún mensaje tuyo.
—¿Mío?
—Sí, joder. Algo sobre Santamarta.
—Estos días te hubiera dicho y hubiera hecho muchas cosas, Lola. Pero pensé que era mejor no revolver más…
—Me parece mentira que lo hayan matado.
—A mí también. A su manera, el hijoputa se hacía querer.
—Vaya… ahora, hasta dices tacos.
—Ya ves.
—Me han contado que se ha arreglado una buena pensión para la mujer.
—Sí, así es. Se portó como un valiente con el cabrón del mataviejas. Si no es por Santamarta, ni su mujer ni yo lo hubiéramos contado. Hasta le han condecorado a título póstumo. Lo bueno es que le ha dejado un pellizquillo de más en la pensión a la viuda.
—Me alegro.
—¿Sabes una cosa, Lola, prenda?
—¿Prenda?
—Ya te dije que algún día te lo llamaría yo a ti.
—No, no sé. No sé una cosa pero tú me la vas a decir, ¿verdad? —contestó ella sintiendo que la caldera de su entrepierna, tantos años fría, comenzaba a entibiarse, lo que le hacía sentirse culpable porque entre ambos estaba, como una presencia inexcusable, el cadáver de Santamarta.
—No quería el café muy caliente porque llevo prisa —explicó Soto mientras notaba que el sudor le pegaba la camisa al cuerpo.
—¿Por?
—Porque me voy para casa, a divorciarme de mi mujer.
Lola no volvió a decir nada más, incapaz de abrir la boca para elaborar una frase inteligible. Soto se tomó el café de un trago, sin echarle azúcar, y abandonó el bar.
Condujo hacia su casa, desviándose sin saber por qué hacia la zona donde vivía el inspector Santamarta. Si le hubieran preguntado por qué hacía eso en lugar de ir directo a hablar con Sara, hubiera podido contestar que era una especie de homenaje a un perfecto impresentable al que, de algún modo, respetaba y al que había cogido enorme cariño entre tanta investigación e insulto. Cerca de la casa de Santamarta, algo impactó en el parabrisas de su coche. Un gorrión reventó contra la luna dejando unas gotas de sangre y alguna pluma encajada en el limpiaparabrisas. El ave cayó después, madeja inerte de alas rotas, junto a la boca de una alcantarilla.
El golpe despertó a Soto de su letargo y ensimismamiento. Marcó el intermitente hacia la izquierda, apretó los dientes agarrando con fuerza el volante y giró el coche. Las ballenas vomitaban letanías ausentes en el océano, muy lejos de aquella ciudad del norte de España. En su casa le esperaba la que pronto sería su exmujer.