Carta de recomendación
Creo que en general se estará de acuerdo en que la gente espera de sí misma ir progresando y cumpliendo con sus expectativas vitales. En otras palabras, se asume que con el tiempo se mejorará, en tanto y en cuanto se persevere… se esfuerce… se arriesgue… se aproveche de recursos. Dicha “mejora continua” se visualiza como evolución y la percepción humana siempre la encuentra positiva.
Voy a dar un ejemplo: el proceso de aprendizaje formal comienza en la escuela primaria, pasa por estudios secundarios… y su punto máximo de desarrollo se da en la universidad. Convenimos como sociedad en que este camino exige una paulatina exigencia acompañada de un desarrollo en capacidad crítica y de conocimientos (luego podríamos filosofar al respecto, pero no viene al caso ahora).
Años atrás, parte de mi trabajo en el laboratorio fue dar soporte a estudiantes en sus trabajos de fin de grado y máster. Siempre me sentí afortunada por compartir mi tiempo con compañeros que tenían interés real en la investigación científica y aprovechaban al máximo su aprendizaje. Querían insertarse profesionalmente y estaban genuinamente entusiasmados con alcanzar un sitio donde desarrollarse.
Luego de cerrar los objetivos académicos, una parte de ellos lo consiguió… y la otra siguió estudiando Formación Profesional “porque es lo que sale”. Hartos de golpear puertas, buscaron un nuevo título que los “habilite” para llegar a una poyata (porque los suyos “bastan demasiado”).
En una suerte de evolución darwiniana social entendieron que adaptarse al medio implicaba aceptar que su formación alcanzaba y SOBRABA… y que para el sistema cotiza mejor no llegar a más porque eres caro. Lo realmente absurdo es dejar escapar la capacidad, cualquiera sea.
Así que en relación a este proceso que viven muchos colegas frustrados voy a dejar un dato: Esther Galán Higes
Pueden encontrar su perfil en Linkedin. Es una de las personas que pasó por el Laboratorio de ELA del Hospital 12 de Octubre cuando era todavía estudiante de Biología.
Hacía malabares con su tiempo organizando universidad y trabajo en una pizzería… y en sus vacaciones pasaba a cumplir con los meses de prácticas en laboratorio (y de más está decir que lo hizo con responsabilidad y rigor).
Cualquier empresa debiera evaluar positivamente a una persona que sabe ganarse la vida y capitalizar los recursos que obtiene de ella. El ámbito académico tendría que reconocer la vocación. Ambos debieran valorar la perseverancia.
Personas como ella merecen una oportunidad que no sea tomar un vuelo en Barajas.