Cartas que nunca enviaré (VII)

martes, 19 de mayo de 2020

Hola. Espero y deseo que estés bien.

Sonrío al escribir esto. Qué más da, lo que espere o lo que dese, no lo leerás.

Bueno, la verdad es que sí que da. A mí. A mí me importa ser consciente de lo que espero y deseo.

Imagino que toda esta situación, me está afectando. Trato de buscar mi lugar, y solo lo encuentro en soledad. Iba a añadir, en el silencio, pero no. A veces me gusta algo de música, pero sin saber cuál es. Una melodía desconocida, o simplemente un "hilo musical".

He preparado café y he salido a la terraza. Está amaneciendo. Es un amanecer naranja, como si la timidez pudiera con él. Ese rubor del "hola, soy nuevo aquí".

Mirlo me mira desde la barandilla, ha conseguido despertarme, hace ya un rato largo. Quería conversación, lo sé. Pero yo no. Y él lo sabe.

La luna tiene un mínimo reflejo, despidiéndose, deja paso al sol.

En unos minutos, Isi lloriqueará tras la puerta del pasillo.

Los sonidos, romperán mi espacio. Volveré a esa "normalidad" que todos buscan y no saben construir.

Le cambiaré el agua al hueso de aguacate. Cuando brote, lo plantaré

Otro café y unos minutos apoyado en la barandilla de la terraza, para recordar, para olvidar. Para nada. La vida sigue.

Cuídate mucho.

Animo y suerte

Ahora la soledad se pone oscura,

no le ofrezco resistencia ni le pido tregua,

los vidrios se arrugan y las ventanas

cierran las persianas como párpados...

Los tejados, los techos, la calle entera

bosteza, tan despacio, que cuando todos

están a oscuras, ya no me oigo los pasos

y los gatos se arrullan en un rincón, tan solemnes

como reyes, la casa entera se apaga y me deja solo.

Julio, de hace mil años.

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