Como en un sueño
Por Cesar Romero
Una tarde en una ciudad común, tres vehículos avanzaban de manera irregular. Todos los vehículos eran guiados por un grupo de jóvenes adolescentes entre hombres y mujeres. De manera intempestiva los tres vehículos se detuvieron y salieron todos los ocupantes, dándose inmediatamente un enfrentamiento con armas cortas, era evidente que se trataba de una pelea entre tres bandas rivales. Pronto la balacera acabo cuando uno de los adolescentes caía herido al suelo producto de un disparo al cuello. Sus compañeros que rápidamente acudieron a socorrerlo comenzaron a llorar desesperadamente y el dolor en seguida los invadió, perdiendo con ello el control de la situación.
El joven aún herido logro sobreponerse y se incorporó caminado hacia la acera junto a sus compañeros y a los otros miembros de las bandas rivales. Todos se concentraron en una plazoleta de manera semicircular y luego de un gran silencio el joven cuya herida había dejado de sangrar se ubicó en el centro y comenzó a visualizar a cada uno de los jóvenes para identificar a su agresor. Observo de manera detallada a cada uno y no conseguía al autor material, hasta que uno de sus compañeros empujándolo le señalo quien le había disparado.
Lo miro fijamente por unos segundos, la tensión en el ambiente era incontrolable, había mucha ansiedad y entonces el joven herido abrazo a su agresor y como si bailarán un vals ambos giraron entre risas y llantos y dieron por terminado el enfrentamiento entre las bandas. Fue tal la emoción que ambos despertaron, que el resto de los jóvenes hicieron lo propio, dejando de un lado la violencia y el odio para reconciliarse todos.
Moraleja
Los vehículos, representan la forma en como guiamos nuestras vidas acompañados de nuestros seres queridos, donde el odio, el resentimiento, la venganza, nuestros temores y la soberbia nos lleva de manera irregular y generalmente nos detenemos solo para enfrentarnos y defendernos quizás de nosotros mismos.
La violencia es la respuesta de escape ante nuestros miedos y se dispara solo a lo que consideramos una amenaza, que en muchos casos somos nosotros mismos reflejados en el otro.
Las heridas son el resultado de los enfrentamientos individuales o colectivos que nos hacen vulnerables, dejándonos marcas que nos hacen caer y dependiendo de la voluntad y actitud de vida que tengamos, nos levantaremos del suelo en el momento adecuado para seguir caminado.
El relacionamiento con nuestros semejantes es vital, ya sea que transitemos diferentes ideales, credos, filosofías de vías, cada cual a su tempo tiene una visión de vida en particular y debemos encontrarnos de manera abierta sin cerrar espacios, los semicírculos integran, sin embargo siempre dan una abertura para el acceso o salida. El vernos a las caras nos da la capacidad de reconocernos y aceptarnos con cada individuo de nuestro entorno (adversario o no).
El reconocer a nuestros agresores nos da la oportunidad única de perdonar, ya que es en el perdón, la única forma de sanar las heridas físicas y espirituales, el que las heridas dejen de sangrar significa que estamos en proceso de cicatrización y cerrarlas por completo, lo que no las elimina pero las integra a tu vida como un aprendizaje.
Por último la danza es un ritual que los seres humanos por siglos lo hemos practicado para compartir, compenetrarnos con el otro y alegrar nuestras vidas. Cuando la danza es voluntaria, entonces simplemente habla de la decisión que tomamos de ser felices y esa energía cuando es verdadera, es realmente contagiosa.
La vida es un vehículo que a veces se topa con la violencia y si entendemos que la respuesta no es enfrentarnos si no encontrarnos para reconocernos, entendernos, aceptarnos y perdonarnos, entonces con ello podremos tomar la mejor decisión, ser felices.