Comunidades vulnerables post-COVID19: ¿Vulnerabilidad al máximo?
Petare Norte. Caracas. Venezuela. Foto: María Alejandra Gonzalez. 2010.

Comunidades vulnerables post-COVID19: ¿Vulnerabilidad al máximo?

En las últimas dos semanas, se han realizado innumerables sesiones “live”, webinar, conversatorios, cuyos temas son el impacto del COVID_19 en diferentes sectores y cómo será la nueva vida post-pandemia, o mejor dicho “la nueva normalidad”. 

En los países europeos que cuentan con una legislación y una calidad de vida estable es probablemente más fácil hacer el ejercicio de un imaginario colectivo del futuro, no obstante, en Venezuela la realidad es otra. 

Nuestra normalidad ha ido cambiando paulatinamente. La calidad de vida, en descenso, ha decaído vertiginosamente desde hace tres años, cuando la actividad económica se vio forzada a dolarizarse para sobrevivir y cuando los venezolanos comenzaron a percibir que el salario no les alcanzaba para cubrir sus necesidades cotidianas (sin hacer referencia a las básicas porque a las prioridades cambian). 

La vulnerabilidad ante la pandemia. 

Desde la perspectiva de la Gestión de Riesgo, las vulnerabilidades se miden por la ubicación respecto a una amenaza determinada y la exposición ante ella, acceso a la información, identificación de amenazas y riesgos cercanos, acceso a los servicios públicos, entre otros elementos; pero también por los factores que pueden afectar la resiliencia como lo son: el ingreso económico, tipo de empleo, enfermedades pre-exitentes. Estos últimos son los que se han resaltado en estos días de cuarentena. 

 Las poblaciones catalogadas como más vulnerables ante el Riesgo de Desastres, conocidas como barrios, han tenido que padecer privaciones durante la cuarentena. Por ejemplo: no poder salir a trabajar, aunque sea informalmente para ganar lo justo para comprar el alimento del día o del siguiente. Al no poder trasladarse en transporte público han tenido que caminar distancias kilométricas utilizando un tapabocas que dificulta la respiración, para conseguir sus alimentos porque al comprarlos en la misma comunidad son más costosos. 

No hay acceso a los bancos, por lo que no hay cómo obtener bolívares en efectivo o restituir la clave de una tarjeta, todo tiene que hacerse a través de sistemas en-línea que desde hace tiempo funcionan en un horario específico y en un país donde, según datos del Observatorio Venezolano de los Servicios Públicos, el 40.5% de los hogares tienen acceso a internet. 

La pandemia no hache más que aumentar el zoom al ver que no hay posibilidades de permanecer una semana en cuarentena voluntaria, no se cuentan con los recursos económicos para aprovisionarse, fallan los servicios y no puedes conservarlos ni aplicar las medidas preventivas más sencillas como el lavado de manos, y de repente una guerra entre bandas por una semana incrementa la preocupación. 

El día de hoy escuchaba en una Sampablera por Caracas la propuesta de utilizar terrazas y azoteas como el nuevo espacio público e inmediatamente recuerdo las tardes de papagayos en los barrios de Petare y ahora el proyecto #CinePlatabanda de @ZonaD_Descarga 

 La normalidad es relativa. 

Mas que el “normalidad” prefiero utilizar el término cotidianidad. La normalidad es relativa, depende de la perspectiva, en cambio la cotidianidad es más real, expresa la forma en que los individuos desarrollan su vida de acuerdo a sus posibilidades. 

Cuando la cotidianidad es vivir expuesto a Riesgo no va a ser una pandemia la que te cambie la perspectiva, el riesgo es asumido ante la necesidad. 

Por años se han realizado intentos de legalizar la propiedad de la tierra y formalizar las comunidades a través de planes y proyectos especiales, el detalle es que para sus habitantes la propiedad de lo que vienen poseyendo desde hace 5, 10, 20, o 40 años no es prioridad. En el barrio la casa primero se arregla por dentro, la fachada es secundaria, aunque el friso sea un elemento de protección al deterioro de los bloques. 

La ciudad formal ha financiado los servicios de la informal, lo cual ha desmejorado la prestación de los mismos al ciudadano que lo financia. La consideración de fuentes energéticas sostenibles y energías limpias son una alternativa para cubrir necesidades de alumbrado público, ambulatorios, centros comunitarios, pero pareciera que el ahorro a largo plazo no es opción para los gobiernos locales.  

¿A qué pueden aspirar los habitantes de las comunidades más vulnerables después de la pandemia? ¿A conseguir un empleo, a la mejora de los servicios públicos, a un mejor sistema de atención primaria de salud? Estas son las interrogantes que deben hacerles a los habitantes los gobiernos locales y regionales. 

¿Qué hacer después de esta pandemia? 

Sería muy eficaz el Gobierno que logre la modificación de conductas, pero es una meta muy ambiciosa. 

Construir una memoria histórica, de lo que pasó en un país que ya estaba viviendo un desastre social y ¡ZAS! aparece otro, es viable. Así como se pasan de generación en generación las recetas y remedios caseros de las abuelas, así deben contarse los desastres vividos para que las generaciones futuras están más informadas. 

Dotar a los barrios de los servicios necesarios para generar una buena dinámica urbana y sostenible para no tener que depender de la ciudad formal que tanto los ha marginado e invisibilizado, es un tarea prioritaria durante la post-pandemia.

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