Conexiones y serendipia

No quiero encontrarme aún con una explicación de la generación de ideas. Y hago énfasis en la palabra “aún” porque igual estoy atento, ávido y lejos de ser renuente o resistente de las iniciativas del cerebro, de sus publicaciones y resultados y quisiera pensar que el seguir leyendo e investigando del tema me va a permitir contextualizar y sentir, lo que vamos a seguir aprendiendo de la relación mente/cerebro en la innovación. La explicación puede esperar porque estoy abierto a las sorpresas desde muchos frentes: por ahora, conecto.

El ser adolescente en la década de los 80 en un país en desarrollo y con escasos recursos destinados a medios públicos, en ese momento, para la Apropiación Social de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación (semejante término es de uso reciente… antes era televisión cultural y educativa) me convertía en mi propio sujeto de prueba para buscar aleatoriamente fuentes de información. No había una ruta pre-establecida y el agotamiento y la pérdida de foco eran pan de cada día. Por eso, el estar pasivo frente a un televisor en espera del siguiente programa era también un comportamiento frecuente. Y en el accidente/sorpresa llegó un día el programa Conexiones co-producido y presentado por James Burke.

No creo haber visto todas las temporadas en secuencia. A la fecha no sé si alguna vez se emitieron así en la televisión colombiana. El caso es que sólo bastó un capítulo para que yo quedara prendado de por vida y me hiciera a la idea de una profesión: ser conexionista. O el término que usaba Burke para referirse a las personas que él había identificado en la historia, que creían en la existencia de redes de conocimiento que se cruzaban constantemente creando nodos temporales de innovación.

Burke podía conectar las rutas comerciales, con el cambio climático y la peste negra (capítulo Faith in Numbers) y al presentarlo de manera sencilla, directa y generosa, la sensación de elevación confirmaba la existencia de un tejido de pertenencia y participación. Era posible hacer parte de, aún desde las goteras del planeta, de las periferias del desarrollo, de algo mayor. Burke cree en una “mirada alternativa del cambio” (Alternative View of Change) o una lectura distinta “que contradice la mirada convencional y teleológica del progreso en la historia”.

La teleología -y esto no deja de ser una reducción de un concepto amplio- invita a la identificación de una finalidad latente en situaciones específicas y puede ser usada como una herramienta de argumentación. “Todo tiene una razón que desconocemos” o su variación “Las cosas pasan por una razón” es la apropiación cotidiana. De ahí, a la asociación de creadores ausentes, a la asistencia de pneumas para la explicación de nuestra realidad hay pasos pequeños. Por eso, hay que estar atentos y ampliar la mirada, tomar distancia, revisar el propio constructo que tenemos de una idea y buscar las conexiones que a veces están a simple vista.

La complejidad nos acerca a los grises cuando supera las explicaciones mecanicistas, o la descripción de una realidad en términos binarios. Y eso está bien porque puede ser el momento de poneros en paz con la existencia de matices intermedios que hacen parte de una red amplia de relaciones que exige una interpretación (o una sensación) distinta. Todos somos víctimas y victimarios de eso: hace poco escribía sobre una epifanía que había tenido en la preparación de una exposición y hoy reviso ese “Aha moment” de manera crítica y quiero tomar distancia de una “explicación”.

A falta de explicaciones buenas son acciones. Y por eso mente/cerebro celebra la llegada del cuerpo: hacer. Esa es mi interpretación temporal del libro de Kevin Ashton “How to Fly a Horse” donde el autor no ahorra esfuerzos para invitar a una revisión crítica de los momentos mágicos de la ideación; de reducir la creatividad a un accidente, a una casualidad; de pensar que hay personas geniales que se les dan las ideas; nada de eso es real desde la propuesta de Ashton. Lo que está ahí es el trabajo constante, frecuente, crítico, atento, lleno de equivocaciones y causal en la medida que desata otras cosas a partir del hacer. De hacer mucho.

El hacer con un ritmo sostenible y constante confronta el talento y lo lleva a una instancia superior: la disciplina de crear. O crearnos con lo que hacemos. Que no es creer en lo que hacemos. Es crear, con el trabajo constante, una red que empieza a conectarse con otras. Para que la serendipia no sea un accidente sino la condición propia del hacer sin freno. Invitamos las conexiones con las creaciones.

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