Confianza y autenticación en comentarios online de bienes y servicios
La Comisión Europea estudia obligar a los usuarios a identificarse en sus cuentas con sus documentos de identidad a la hora de realizar algún comentario online.
En el PDF de 15 páginas (EN) con el plan hacen un estudio pormenorizado de lo que supone el escenario pseudo-anónimo actual, y el que se dibujaría con la implantación de la medida. Un verdadero repaso a los principios que rigen los sistemas de identificación y autenticación digitales, mezclado con el impacto económico que cabría esperar de un movimiento semejante (desde su punto de vista, todo hay que decirlo).
Y el discurso sencillo para un servidor sería criticar negativamente la propuesta, aludiendo a un hecho inefable (adiós anonimato, ergo mayor control social, ergo menos libertades), pero conviene ser crítico también con uno mismo y atacar el asunto desde diversos puntos de vista. Cosa que además de ser más profesional (que no objetiva), me parece bastante más interesante.
A saber:
¿Qué tenemos a día de hoy?
El medio digital está, para bien y para mal, poblado de opiniones de los usuarios.
Es, de facto, un universo muy rico en información personal, que tiende a volverse hostil por diversos factores ya por todos ustedes conocidos:
- En Internet está lo mejor y lo peor: La red favorece los extremos, en tanto en cuanto, a la hora de organizar la información, tiende a hacerlo bajo este tipo de criterios (el comentario más negativo, el más positivo, el que más útil ha sido,…). Además, la barrera de entrada, que aunque cada vez más mínima, sigue estando presente, y anima a que lo que aparezca en la red sea o muy positivo o muy negativo. Si por ejemplo compramos un artículo, hay que tener mucho interés en volver a la página de compra y dejar un comentario. Interés que fácilmente se consigue cuando el resultado de la compra no es positivo (nos encanta quejarnos), o incentivado por una política de recompensas (ganar puntos en el sistema, optar a premios por comentar en una página de FB,…) que en su propia esencia diluye el verdadero valor de una opinión.
- La burbuja de filtros hace acto de presencia: Por si lo anterior fuera poco, la distribución de ese contenido viene cada vez más segmentada por criterios personales automáticos que no hacen más que lateralizar el contenido que consumimos. Es bastante probable,como ya comentamos en más de una ocasión, que si somos de derechas, a nuestra pantalla llegue información compartida por personas con ideales parecidos, obviando quizás comentarios de otros colectivos que podrían dar más información que los primeros, y que la plataforma de turno (Google, Facebook, Amazon,…) bien se encarga de ocultar para mantenernos contentos.
Así, el valor real de un conjunto de opiniones se ve condicionado por la propia plataforma, por la barrera de entrada a la hora de producirlo, y por los criterios subjetivos que hacen que lleguemos hasta ellos. Aspectos críticos (que el usuario medio generalmente obvia)a los que habría que añadir el posible trolleo que un colectivo específico (clientes descontentos, competencia,…) podría realizar, amparándose en la pseudo-anonimización de su identidad (crear varias cuentas de usuario distintas pasa únicamente por la capacidad de usar varios correos o por tener un correo que gestione los caracteres “.” como distintos alias), y en la tergiversación que el propio interesado o la competencia podría realizar de cara a posicionar más positiva o negativamente un producto.
En el momento en el que la valoración de los usuarios interfiere en el posicionamiento de algo (un producto en venta, una aplicación en un market, un contenido de una página, un comentario en un foro,…), surge de facto un interés que lleva a no pocos a recurrir a técnicas consideradas poco éticas, cuando no directamente ilegales, que interfieren de una u otra manera el alcance que obtendría legítimamente.
Por otra parte, esa capacidad de realizar opiniones pseudo-anónimas, aunque cada día cuenta con mayores limitaciones (ya es raro encontrarespacios verdaderamente anónimos en la red, salvando aquellos que siguen presentes de generaciones anteriores), sigue siendo uno de los principales incentivos que pueden llevar a un usuario a dejar su opinión libre de cualquier presión social, religiosa, demográfica y/o política. A hacer uso de su derecho de expresión sin miedo y sin la esperable auto-censura que la mayoría nos imponemos cuando somos conscientes de que nuestro nombre va enlazado a ese comentario.
Identificación de usuarios digitales en base a su identificación física
Bajo ese escenario, la propuesta de la Unión Europea tiene sus pros y sus contras, que resumiría en los siguientes:
- Por un lado, dota a los sistemas de valoración de un criterio mucho más robusto que el actual, basado generalmente en la suma de muchos: Obligando a que éstos se identifiquen con su NIF, se merma considerablemente el número de trolls, a sabiendas que uno de los principios de esta “despreciable” fauna depende de su anonimato, y quizás se llegue a controlar mejor los efectos secundarios de una tergiversación de las opiniones online (se eliminan posibles automatismos, y el usuario interesado en sacarse unas moneditas realizando opiniones fail para un servicio de tergiversación quizás prefiera dejar de hacerlo, a sabiendas que su nombre y su documento de identidad irán de la mano de ese comentario).
- Por otro, esto derrumba los principios de neutralidad que llevarán a diferentes colectivos a no encontrar en la red un lugar de expresión seguro: Aquellos países (y compañías) interesadas en controlar el discurso tendrán una manera muchísimo más eficiente de hacerlo, como exponía recientemente The Guardian (EN) con el uso del copyright (y demás apaños legales) que permitían a éstos censurar los comentarios que resultaban molestos para sus intereses.
Un sistema pseudo-anónimo como el actual mantiene un equilibrio complejo entre los buenos y los malos usos del mismo, pero la alternativa lleva a la radicalización de la red, dotando al sistema de mayores controles, y de seguro, mayores tergiversaciones por parte de aquellos que tienen acceso a ese control (compañías y gobiernos, principalmente).
Y no soluciona realmente el valor de las opiniones digitales, ya que aunque supuestamente evita el surgimiento de trolls (y digo “supuestamente” con conocimiento de causa…) y algún que otro uso inadecuado del servicio, también favorece la auto-censura del que comenta, a sabiendas del riesgo al que estará expuesto en caso de que haga uso de su legítimo derecho a expresarse.
Un tema verdaderamente interesante de analizar, que lleva trayéndonos por la calle de la amargura mucho antes del surgimiento de la red, y cuya solución dista mucho de ser la contemplada por la Comisión Europea. Acercamientos como el análisis de Big Data, el doble sistema de valoración, la implantación de sistemas híbridos, o si me apura hasta la identificación basada en patrones, han demostrado su valía a la hora de mantener lo bueno y minimizar lo malo, sin llegar a resultar un lastre para las libertades y derechos del usuario.
No hay nada peor que ser consciente de que el medio está siendo constantemente monitorizado, y que todo comentario por nuestra parte podría pasarnos factura el día de mañana.
Sabedores de que este problema no tiene una solución única y universal. A no ser, claro está, que se persiga dotar de mayor control a un colectivo específico.
En ese caso la propuesta esta más que bien formulada :).