Contra la pandemia de desinformación
La desinformación es un agente desestabilizador. La causa común y original de cualquier proyecto encaminado a romper un estatus quo. Cualquiera que este sea. Puede ser el modelo de gobernanza de un país, hacer de lo lógico una anomalía, distorsionar lo ilógico hasta hacerlo popular y admirado por unos y temido por otros o hacer de la desestabilización un permanente modus operandi.
Sea lo que fuere, desinformar es la horma perfecta que se adapta y saca partido de las debilidades de un sistema de convivencia, de las carencias de los decisores, de la cada vez más baja y de peor calidad cuota de atención y capacidad de comprensión de las nuevas generaciones.
Las nuevas generaciones vienen con nuevas capacidades, especialmente digitales, pero arrastran una disfunción cognitiva asociada a una disminución de la capacidad para comprender y decodificar situaciones y discursos complejos. A esto se le une una corriente global y transversal: las espasmódicas, simples y encapsuladas tendencias digitales encajan mal con la frecuente complejidad de los acontecimientos de la vida real.
Lo virtual y lo digital nos hace cada vez menos presentes en el mundo tangible y, en ese desapego progresivo de lo genuino, lo complejo y lo experiencial, adquiere, sin embargo, un protagonismo extraordinario el efecto de la desinformación. Esta es el vehículo más eficaz para romper el tablero de juego y destrozar las normas sin alternativa aparente. Lo que surge del erial que deja la desinformación no suele ser ni mejor, ni más sostenible, ni más integrador que lo que ofrecía la pieza abatida sobre la que ha actuado, el estatus quo al que ataca, contra el que despliega sus ataques hasta desestabilizarlo y hacerlo descarrilar.
Desinformar es fácil. Basta con omitir información, tergiversarla, inventarla o retorcerla. Es posible desinformar interviniendo en el canal, en el proceso de edición o amplificando la mentira o la invención. En la cadena lógica de la comunicación el emisor, el canal, el mensaje y el receptor pueden ser corresponsables de la desinformación. De hecho, en los procesos de desinformación actuales, más allá del inductor intelectual, existe una corresponsabilidad de actores en toda la cadena de la comunicación.
Desde una perspectiva técnica, la intención de desinformar es el origen del problema. Quien tiene intención de desinformar lo hace porque tiene intención de desestabilizar o de romper el equilibrio en un determinado ecosistema. Y quien tiene intención de desestabilizar aprovecha las debilidades del sistema. Unas debilidades que podemos encontrarlas en la torpeza puntual o permanente de los decisores pero que, sin embargo, estos no son más que un reflejo de la debilidad de un cada vez mayor sustrato social provocado, normalmente, por la polarización y por la erosión del pensamiento crítico en favor del impulso ideológico.
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La fragmentación de canales, la sobreabundancia de contenidos, la multiplicación exponencial de identidades digitales, la caída de la cuota de atención hasta los 8 segundos en los nacidos después del año 2000, por ejemplo, son el caldo de cultivo necesario para la diseminación de la desinformación.
Ante esta avalancha, muchos gobiernos y empresas persisten en mantener sus posiciones públicas con herramientas y soluciones tradicionales revestidas de tono adaptado a nuevos códigos visuales y creativos. Sin embargo, esto es insuficiente. La batalla informativa actual es una batalla de verdades o mentiras enmarcadas semánticamente. En semejante torbellino de conceptos se impone quien enmarca, sistematiza, automatiza y logra colarse simplificadamente en los filtros reduccionistas de los individuos con el fin de activar marcos cognitivos de miedo, ira y servidumbre.
La desinformación y sus efectos son un enorme problema, por no decir uno de los mayores problemas, a los que se enfrentan las sociedades en el siglo XXI. Y, aunque afortunadamente el concepto empieza a instalarse en el imaginario social como algo a lo que hay combatir, sin embargo, su carácter intangible, la resistencia social a asumir que de una manera o de otra todos somos corresponsables de la desinformación, hace que sea difícil avanzar en la concienciación para combatir la desinformación.
Es absolutamente necesario y urgente aunar esfuerzos y crear nodos que contribuyan a hacer aflorar las corrientes de desinformación y las campañas de desestabilización y manipulación, generar conciencia del problema a través de la divulgación y casos y aplicar la investigación para ayudar a empresas y gobiernos a combatir este fenómeno.
La desinformación es un virus silencioso que poco a poco va debilitando sistemas que funcionan y que hasta ahora tenían capacidades y herramientas suficientes para corregir errores. Sin embargo, ahora se enfrentan a una situación de incertidumbre porque, una vez encallados en el barrizal de la desinformación, llega el despiste general, el de la conciencia de haber sucumbido al canto de sirena de un ‘algo mejor’ que simplemente se ha demostrado ser falso. Ya acumulamos muchos casos muy notorios de lo que implica no intervenir contra la desinformación. En breve iré compartiendo alguna iniciativa que contribuya a impulsar un nuevo frente contra la desinformación.
Director General en Advice Strategic Consultants
3 mesesQue análisis tan concreto y al mismo tiempo completo y conciso del fenómeno de la desinformación y de sus causas, una de las grandes aportaciones de Ignacio Jiménez Soler . Muy interesante lo que hace notar Ignacio sobre que quien desinforma “lo hace intencionalmente”… a más de uno se nos habrán caído “los palos del sombrajo”, porque frente a regímenes totalitarios como el comunismo en la URSS (extinta) o China desde 1949 nosotros vivimos en una “apariencia de democracia “, donde información y desinformación están controladas… muchas gracias y felicidades Ignacio Jiménez Soler !!! Brillante análisis!!! Abrazos. Jorge
Comunicación Corporativa at BBVA
2 años👏 La tormenta perfecta. Receptores cognitivamente perezosos que no discriminan + Emisores automatizados que diseminan exponencialmente (fakes news, odio y manipulación). Ciertamente, un peligroso caldo de cultivo de nuestras sociedades.
CMO, CRO, Advertising and Digital Director, Professor, Steering Comitee member
2 añosBrillante y al punto como siempre. Especialmente interesante la idea de que no solo desinforma el que lo pretende sino que también el contexto y la avidez por información desestructurada y desconextualizada nos hace hasta cierto punto “cómplices” pasivos a todos. Grande Nacho!!!
Regional Director at Blue Apple Education Iberia #UnearthTheRemarkable
2 años“Desinformar es fácil”, y consumir un contenido que omite, tergiversa o retuerce la realidad (citando esta frase del artículo) lo es todavía más. En 8 o menos segundos pretendemos consumir un contenido [y formar una opinión sobre ella] sin haber validado previamente su valor informativo. Y cuando esa misma idea se repite mil veces (como las mentiras que se convierten en realidad) y nos ‘retarguetea’ a través de los diversos canales, entonces, nos reafirmamos en esa opinión inicial formada con el mínimo esfuerzo cognitivo. Genial artículo de mi gran amigo Nacho Jiménez.