Crisis cubana: reguetón, el enemigo menos pensado.
En 1959 comenzó la gestión de los llamados “revolucionarios cubanos”. Aprovechando un escenario de crisis interna, un puñado de 1.000 guerrilleros comunistas anticristianos se hicieron con el poder en el país más rico del Caribe. Gracias a una economía agro exportadora orientada hacia los Estados Unidos, la más grande de las Antillas tenía, antes de esto, una proyección ilimitada. Pero con Fidel Castro y nuestro compatriota Ernesto “Che” Guevara, la oscuridad llegó a la isla. Se inició un proceso de degradación y estatización, en ese tiempo apoyado por la poderosa Unión Soviética, que dura hasta la actualidad. Quienes no pudieron escapar hacia el estado americano de La Florida, fueron obligados a abandonar su Fe y someterse, o ser perseguidos, encarcelados y en muchos casos fusilados.
El mundo trató, de todas las formas posibles, de liberar al pueblo cubano. Hubo intentos concretos a través de las armas, como fue la invasión a la Bahía de los Cochinos de 1961. En esa ocasión, jóvenes católicos apoyados por la comunidad exiliada de Miami dejaron su sangre en aras de la libertad y los Derechos Humanos. El dictador Castro, gracias a informes brindados por los servicios de inteligencia rusos, estaba al tanto del ataque, por lo cual pudo repelerlo. Luego ocurrió la “gran purga”, en la cual Fidel se sacó de encima a todos quienes se atrevían a decirle que no a algo. Camilo Cienfuegos, poseedor de un carisma superior al resto, y naturalmente llamado a liderar la nación, perdió la vida en un extraño accidente aéreo. Más tarde envió al “Che” Guevara a pelear solo a Bolivia, para dar un golpe de estado. La CIA casualmente se enteró, y el rosarino más famoso fue emboscado y muerto a sangre fría. Cada vez que alguno levantaba un poco el copete, los hermanos Castro lo bajaban de un hondazo. Así ocurrió con el general Arnaldo Ochoa Sánchez. Era el equivalente para nosotros a José de San Martín. Un héroe de la revolución. De un día para el otro se enteraron que dejaba aterrizar en territorio cubano aviones del narcotráfico, que iban y venían a los Estados Unidos. Algo que pasó desde 1959, y sigue pasando hoy. En una parodia de juicio lo declararon culpable y sentenciaron a muerte. Así con todos quienes cuestionaban aunque sea el color del sombrero del gran líder supremo.
Cuando sucedió el colapso soviético de los ’90, los americanos intensificaron los bloqueos económicos como herramienta para ahogar al régimen. No pudieron. Juan Pablo II, el arquitecto de la caída de Moscú, tampoco pudo contra el barbudo encantador de serpientes.
Con mayores o menores dificultades, fueron subsistiendo gracias al engaño a terceros países, principalmente de la Unión Europea, quienes le creyeron su papel de víctimas frente al hostigamiento de Washington. Más tarde, ya en este siglo, la Venezuela chavista fue su gran benefactor. Como ese amigo nuestro que siempre se las arregló para vivir sin trabajar, Cuba siempre logra que alguien le tire un salvavidas cuando está por ahogarse.
Desde los relatos bíblicos hasta episodios históricos más recientes, hemos conocido casos de imperios o reinos que caen por enemigos internos. Grandes ciudades de la antigüedad fueron diezmadas por enfermedades contra las cuales nada pudieron hacer los cañones. Luchas fratricidas permitieron que ejércitos vencieran a otros casi sin pelear. Malas ordenes, llegadas a destiempo o que no pudieron ser codificadas correctamente, dieron en la Segunda Guerra Mundial a fuerzas pequeñas la victoria frente a otras mucho más poderosas. Pero el siglo XXI pone a prueba nuestra capacidad de asombro, una vez más.
En 2019 comenzó a regir en Cuba el decreto 349. Esta norma atribuye al Ministerio de Cultura la exclusiva potestad de decidir qué expresión artística, musical, literaria, fílmica o estética puede ser considerada como “arte”. Hasta ahí señora, qué se yo, podríamos compararlo a la crítica que hacen los periodistas en Buenos Aires a las películas que se estrenan en los cines. Lo complicado es que aquello que no entra dentro del concepto artístico, queda terminantemente prohibido, por “no estar comprometido con el proyecto cubano”. Anticuados en muchas cosas, los muchachos comunistas son modernísimos en otras. La reglamentación abarca también a todos los contenidos vertidos en páginas de internet o redes sociales. Referentes de todos los ámbitos culturales, como Camila Lobón, Yunior Garcia, Silvio Rodríguez y Tania Bruguera se opusieron, formando un frente común denominado Movimiento San Isidro. El término se debe a la casa donde se llevaron a cabo las primeras reuniones, en el barrio San Isidro, de la parte más antigua de La Habana.
A lo largo de estas décadas tuvieron lugar muchas acciones en contra del sistema, todas sofocadas, a sangre y fuego, por Fidel y Raúl Castro. Fue posible porque, si bien tenían apoyo financiero externo, no eran compartidas por las grandes masas. Ahora pasa algo que nunca nadie jamás se hubiera imaginado. El Movimiento San Isidro tiene cada vez más seguidores en la juventud, antes fiel como ningún otro sector al Partido Comunista. ¿La causa? El decreto 349 dictaminó que el reggaetón o reguetón, ese género fruto de la fusión entre el hip hop y el reggae jamaiquino, no va en sintonía con los ideales del socialismo. Para bien o para mal, es verdad. Al escuchar sus canciones, más allá del ritmo pegadizo, se nos transmiten, y vemos en sus videoclips, valores netamente capitalistas. Nicky Jam, Dady Yankee, Maluma, Wisin & Yandel, Ozuna y J. Balbin, entre otros, se muestran con ropas de marca, cadenas y anillos de oro, en grandes mansiones rodeados de todo tipo de lujos. Tomando champán, en hidromasajes, con dólares y diamantes, viajando en autos de lujo o aviones privados. Elementos que, por definición, los chicos cubanos nunca van a tener, o al menos, nunca deberían aspirar a tener, pues significan “el bienestar lujurioso de unos pocos en detrimento de la pobreza de muchos”, como dijo Alpido Alonso, ministro de cultura de la isla. El tema es que mucha bolilla no le dan. A un muchacho que se le acercó con un celular, mostrándole un video de la colombiana Karol G, se lo tiró al piso e insultó de arriba abajo, para luego hacerlo detener por “sedición”.
Este hecho generó diversas protestas frente a su organismo, protegidas por la cobertura mediática de periodistas de todo el mundo. El presidente Miguel Díaz Canel, ante la presión internacional, tuvo que dar un paso que, a mi entender, marca la caída de comunismo en Cuba: ordenó que los recibieran, escuchen, y dialoguen con ellos. Si Stalin lo viera, se vuelve a morir del disgusto. El comunismo no debe dar lugar al consenso, al intercambio de ideas, si desea subsistir y mantenerse. Como toda fábula, como toda falacia, necesita ser creída sin cuestionamientos, pues si no, se desvanece.
Varios de los más representativos del género han expresado su deseo de hacer recitales en una “Cuba libre”. En respuesta y como agradecimiento, varios disidentes de la isla se han manifestado abiertamente simpatizantes del Partido Republicano de los Estados Unidos. Hace unos días, Yunior Garcia dijo, directamente, que ve en Donald Trump a su líder natural.
No le voy a mentir señora, a nivel personal, estoy harto del reguetón, de las cinco radios que tengo en el equipo de música del auto, lo pasan en seis. Para alguien que se crio escuchando bandas como Virus, Soda Stereo, Los Redondos o White Snake, estos muchachos que cantan sobre pistas de una computadora son una ofensa a la buena música. Y no es que me la agarro con ellos. Tampoco entiendo cómo Palito Ortega vendió 50 millones de discos. No me entra en la cabeza. Pero vaya a decírselo a mi mamá y mis tías. Gustos son gustos. Pero, le voy a decir, que si el régimen genocida anticristiano de Cuba, llega a su final por estos pibes, no solo me van a gustar, sino que estaré en primera fila en todos sus recitales.