Cuando (re)conocí a Elsa
Iba en un autobús camino a Santiago. Luego de la primera, esta era la segunda entrega más importante de las tantas Marchas Verdes que realizamos un número importante de dominicanos y dominicanas hartos de por como iban las cosas en el país.
Yo estaba en un asiento del medio y ella estaba junto a otras muchachas desplegando toda su energía, gracia y alegría. Algo en ella llamó mucho mi atención. Era una mujer madura llena de una vitalidad envidiable. Digamos que entre ella y las otras chicas sumaban casi dos siglos. Pero el asunto iba por otro lado: ella me sonaba. Sí, así como decimos cuando damos con alguien que por seguro conocemos pero no tenemos la mínima idea de dónde. Como buena atrevida que soy, me acerqué y me presenté. No recuerdo si ella comentó haber leído alguna publicación mía o que mi nombre le parecía conocido. Le pregunté si era maestra de la universidad donde estudié, le hablé de posibles lugares comunes, donde viví, pero ninguna dio con algo que siquiera nos acercara.
El click entre ambas fue evidente y se extendió en parte del trayecto hasta que llegamos. Luego cada quien tomó su ruta. Yo iba por mi cuenta, pero ella tenía un entourage digno de cualquier celebridad. Su pandilla era única. Elsa era de las chicas que se voltean de rodillas en el asiento para hacer el coro a las otras. Yo la miraba desde el mío tratando de descubrir de dónde venía esa sensación inequívoca de "yo conozco a esta mujer".
La marcha pasó. Fue un exitazo en asistencia. La resaca de las borracheras ciudadanas que resultaban de cada una de las marchas a las que asistí me duraba días. Y no, no hablo de una provocada por la ingesta de ron o cerveza, era la emoción que se vivía en cada evento. Mi efervescencia post marcha podía compararse con la de una jarra de SevenUp. Un espíritu victorioso me ocupaba desde el inicio, me atravesaba en el proceso y continuaba por días.
Ya sabía que insistir en recordar algo equivalía justo a lo contrario, de manera que desistí. Pero soy muy terca y de vez en cuando me sorprendía queriendo entender por qué aquella mujer me parecía tan familiar, y de forma peculiar, conocida. Ya había peinado los pasillos de mi memoria hasta que definitivamente desistí. Luego caí en la cuenta de que éramos contacto en Facebook, con muchos conocidos en común, pero la sensación de que faltaba una pieza continuaba.
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Una noche, de la cuál mantengo fotografía en la retina de mis ojos, leía una crónica que había publicado en su página de la red social. Elsa contaba con detalle la situación que vivió cuando asesinaron a su esposo. Con desconsuelo leí cada letra ante mis ojos, que ya húmedos, no terminaban de dar crédito a lo que estaba entendiendo. Fue el momento en que todo encajó. Yo conocía la historia de Homero Hernández, pero no había conectado a Elsa con él en ningún momento.
Suelen pasarme cosas de este tipo más de lo habitual. Cuando compartí con Elsa en el autobús, de forma que no puedo explicar, la sentí, la reconocí por lo que he leído de ella, de lo que vivió, y como siempre ha sido en mi caso, todo lo relacionado a los crímenes y asesinatos ocurridos durante el balaguerato tocan fibras muy profundas de mi ser. Esta vez no sería distinto.
No puedo asegurar si la historia de Elsa y Homero está contenida en el libro Las Viudas de los 12 años, libro que leí hace muchos años y que, por cierto, no he encontrado en ningún lugar. Pareciera que recogieron cada ejemplar y los quemaron. He sabido que "hacen eso". Lo he buscado en librerías, he preguntado en distintas celebraciones de la Feria del Libro a quienes me han jurado que ni lo han oído nombrar. Lo leí prestado de mi padre y todos mis intentos de robárselo han sido infructuosos. Fue allí que conocí a Elsa Peña, o a partir de ahí. No lo sé, pero ahí está mi respuesta.
Esa noche le envié un mensaje privado a Elsa. Lloraba. No podía creerlo. No se si ella tiene una idea de lo mucho que la admiro y la respeto. Desde mi mirada, Elsa Peña Nadal representa la resiliencia en estado puro, la coherencia que tanta falta hace a nuestra sociedad, y es herencia viva de una memoria, que sigue doliendo y no debe quedar como simple estadística.
3 de diciembre de 2021