Culpemos a la lluvia

Culpemos a la lluvia

Había llovido bastante el día anterior por lo que me esperaba caminar un buen rato por el fango para llegar hasta mi casa. Antes de continuar me detuve por momento en la tienda para comprar algunos dulces y galletas.

Cuando estaba comprando y conversando con el dependiente escuche detrás de mí algunas voces. Miré para ver de quienes se trataba. Sentí alegría a ver que en el grupo estaba Martica que era la chiquilla con más admiradores en la zona y yo era uno de ellos. Interrumpió la conversación que tenía y se acercó para saludarme.

—    Espérame para ir contigo.

—    Hay bastante fango.

—    No importa. Tú me ayudas.

Martica vive por el mismo rumbo de mi casa. Es muy alegre y dispuesta y yo siempre he estado prendado de su belleza. No sé cuando voy a perder el miedo para hablarle.

Al salir se despidió de las otras muchachitas y noté que usaron alguna broma y se rieron. Era lo que me faltaba para sentirme con más pena.

Yo andaba con unas botas nuevas y eso me ayudaba para enfrentar el camino pero ella traía unos tenis muy bonitos que tendría que cuidar muy bien para no enfangarlos demasiado.

El trayecto que teníamos que andar era bastante largo. Salimos caminando despacio. Cada vez que se complicaba el paso yo la tenía que tomar de la mano para ayudarla. Yo guardaba silencio pero aquellos detalles me hacían sentirme bien.

Por suerte ella fue quien rompió el silencio.

—    ¿Cómo va la escuela?

—    Hasta ahora me va bien.

—    Yo me imagino.

—    ¿Qué te imaginas?

—    Un guajirito en la ciudad.

—    Bueno eso me gusta.

—    Y seguro que enamorado.

Con aquel comentario final me estaba dando la oportunidad de hablarle y ya era tiempo de dejar atrás el miedo. El camino se puso mucho más difícil y teníamos que ver como pasábamos ese tramo.

Busque el mejor lugar y pasé al otro lado. Le extendí mis dos manos para ayudarla a pasar sin que se enfangara. Tenía que saltar hacia mí. Lo conseguimos muy bien. Mucho mejor de lo que yo pensaba pues en el salto cayó accidentalmente en mis brazos.

Nos sonreímos y seguimos caminando. Esta vez fui yo el que inicie la conversación.

—    ¿Y a ti por el pueblo como te va?

—    A mí me va bien… pero.

—    ¿Qué te pasa?

—    Me aburro un poco.

—    ¿Con lo alegre que tú eres?

—    El problema es otra cosa.

—    ¿Y entonces?

—    Voy a dejar la escuela.

—    Piénsalo bien antes.

Estas decisiones de dejar las escuelas eran muy frecuentes por este tiempo sobre todo para quienes tanto nos gustaba la vida libre de los campos.

Ahora delante de nosotros entró al camino un guajiro de la zona con una rastra tirada por una yunta de bueyes. Nos invito a que subiéramos y nos adelantaría un poco.

El hombre es uno de esos campesinos que no pierde mucho el tiempo y en seguida me hace una pregunta.

—    ¿Qué vas a hacer mañana?

—    Lo que haga falta ¿Por qué?

—    Voy para el palmar.

—    ¿A recoger guano?

—    Si, pa cobijar un rancho.

—    Cuenta conmigo.

Desde el camino se puede ver su casa y además a un lado el rancho sin cobijar. Me dice que él fue quien lo hizo y que cuando yo quiera me fabrica mi casita. Se sonríe con picardía y mira para Martica. Ella se da cuenta y cae en la broma.

—    Me gusta esa idea.

—    Pues yo soy el carpintero.

Ya donde nos quedamos el camino está más seco. Pienso rápido en la casita que me dijo el hombre y en el comentario de Martica.

—    ¿Entonces te gusto la idea?

—    No se te escapa nada.

Le digo que yo estoy aprendiendo un poco y que si no me espabilo me van a levantar la paloma. Ella se turba un poco pero veo que le gusta el tema.

—    Pues si tienes que tener cuidado.

—    ¿Tú crees que hay peligro?

—    Hay muchos gavilanes.

Ya voy perdiendo el miedo y le digo que tengo muchos planes pero que me gustaría no estar solo. Ella se queda en silencio como esperando a que yo continuara. Y no me detengo… ahora le digo que a quien siempre he querido tener conmigo es a ella. Mis palabras parece que la pusieron nerviosa.

—    Me sorprendiste.

—    ¿Por qué está mal?

—    No, no es eso… pero.

—    ¿Qué pasa entonces?

—    Tengo que pensar bien.

Estas palabras me dan buen ánimo. Pues al menos me dijo que tenía que pensarlo bien. Le dije que esperaría por su respuesta.

Falta poco para llegar al portón que lleva hasta su casa y donde nos tendremos que separar. Llegamos y le abro la puerta de golpe y me quedo mirándole fijamente como si con aquella mirada le estuviera hablando y suplicándole por su amor. Sonríe y me dice adiós mientras se aleja con rumbo a su casa.

Sigo mi camino solo pero con grandes esperanzas. Por el primer recodo escucho muchas voces y perros ladrando. Paso al otro lado de la cerca pues se que son los monteros con un lote de ganado.

Algunos de los monteros me saludan al pasar sin embargo hay uno de ellos que hace como que no me está viendo. Siempre con ese mal carácter. Desde hace tiempo yo le caigo mal y yo adivino cuales son los motivos.

Esta guerra está apenas por comenzar pero no voy a rendirme ni mucho menos tener miedo. Sé que es hombre violento y lo ha mostrado en las fiestas cuando se da algunos tragos.

Voy llegando a mi casa y llevo conmigo una gran alegría. No voy a adelantarme a contar estas cosas pues eso no está bien.

Me reciben todos a la mejor hora pues ya está listo el almuerzo y por cierto parece que estar enamorado me está abriendo el apetito.

 

Javier Sánchez Guerrero

Esperando, lo mejor siempre está por llegar. Ser positivo me ayuda a vivir y ayudar al prójimo.Dependiente venta hidrocarburos.

2 meses

Un hermoso relato de verdadera amistad y complicidad… una historia muy interesante. Gracias por compartir Miguel Ángel Perera Jiménez

Inicia sesión para ver o añadir un comentario.

Otros usuarios han visto

Ver temas