Día 4
Hoy me ha dado por el optimismo, será que he hecho deporte. Nada heroico, unas cuantas sentadillas, flexiones y abdominales. Visto desde fuera creo que habré rozado el ridículo en más de una bajada. A pesar del esperpento, las endorfinas de después han provocado en mi cabeza pensamientos positivos sobre el ser humano. ¿Y si esa gente que sale en fotos y vídeos con los carros llenos en realidad está haciendo una labor social? ¿Y si toda esa comida no es para una sola familia sino que es para algún banco de alimentos gestionado por personas mayores que no se pueden exponer en la compra? Lo mismo con el dichoso papel higiénico. ¿Y si las fotos del estanterías vacías en realidad son totalmente normales? Pensadlo, hay gente trabajando desde casa, con más tiempo para cocinar, que quizá antes comían en restaurantes cercanos a su trabajo. La verdad está en los ojos del que mira. Ahora también en los dedos de quien comparte por WhatsApp o Instagram.
Yo ahora mismo estoy sin curro. Con todos los procesos de selección parados tenía la oportunidad perfecta para bajar a Alicante y desconectar un tiempo del frenesí madrileño. Pero algo despertó (por suerte) en la conciencia de los ciudadanos y la red se empezó a llenar de mensajes sobre responsabilidad social y no salir de la capital. A ver quién es el guapo que se mueve ahora. En un problema de este calado suele primar el individualismo. “Total, si yo estoy bien, no tengo ningún síntoma. Me piro de aquí”. No te engaño, es muy posible que sin esa presión social me hubiera ido a casa. Al final ha primado la cordura. Entender que esto no es por ti que es por los demás funciona.
Así que hoy, en esta corriente de optimismo, he decidido autoproclamarme mártir salvador de la humanidad. Espero que el karma me devuelva (a poder ser con intereses) en forma de gloria, éxito y lujos este enorme sacrificio que estoy haciendo quedándome encerrado en casa. De la estatua de oro en cada plaza mayor de cada ciudad española ya hablaremos.
Verás qué agujetas mañana.