DANA DE VALENCIA, EL RIESGO DE CAER EN LA CURVA DEL OLVIDO
La reciente DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) que afectó a Valencia nos dejó imágenes impactantes: calles anegadas, viviendas destrozadas y familias desconsoladas. Sin embargo, apenas semanas después, el eco mediático se apaga y la sociedad parece haber pasado página. Este fenómeno, conocido como "la curva del olvido", es especialmente pronunciado en los desastres naturales. En el momento del desastre, las emociones están a flor de piel. Nos conmueve la tragedia y las imágenes de solidaridad despiertan nuestra empatía. Sin embargo, el impacto emocional suele ser de corta duración, desplazado rápidamente por las urgencias cotidianas. Esta desconexión emocional reduce nuestra capacidad para transformar el dolor colectivo en acción concreta y sostenible.
El olvido no solo es un fenómeno individual; es también institucional. Las administraciones públicas, las empresas y las entidades educativas tienden a actuar de forma reactiva. Las soluciones se limitan a parches temporales en lugar de abordar problemas estructurales. La falta de planificación preventiva y de infraestructuras resilientes se evidencia con cada desastre. Se anuncian medidas tras cada crisis, pero pocas llegan a materializarse en políticas vinculantes.
Las empresas siguen sin gestionar los riesgos naturales en el ámbito de las seguridad y salud laboral y sus planes de autoprotección no integran protocolos adecuados frente a riesgos climáticos. La sostenibilidad sigue siendo percibida más como un costo que como una inversión.
Las instituciones educativas aún no priorizan la enseñanza de competencias para la adaptación climática. La conciencia ambiental es insuficiente en el currículo escolar y siguen sin incorporar la adaptación y mitigación del cambio climático como eje transversal en todos los niveles educativos.
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La respuesta solidaria durante los desastres tiende a diluirse en la normalidad. La acción ciudadana no siempre se traduce en presión constante hacia los actores responsables. Es necesario fomentar una ciudadanía que no solo actúe en la emergencia, sino que exija responsabilidad antes de que los desastres ocurran.
La DANA de Valencia debe ser un recordatorio de que el cambio climático no es una amenaza futura; es una realidad presente. Nuestra capacidad de aprender y actuar de manera colectiva determinará si los desastres naturales se convierten en oportunidades de cambio o en una lista creciente de tragedias olvidadas.
Si queremos evitar que la curva del olvido nos lleve a un futuro más vulnerable, debemos priorizar la memoria activa: no solo recordar las imágenes del desastre, sino transformarlas en decisiones rápidas, vinculantes y sostenibles para todos los actores implicados. La próxima vez que nos enfrentemos a un desastre, preguntémonos: ¿qué hemos aprendido y qué hemos hecho diferente desde la última tragedia? La memoria no debe ser efímera; debe ser el motor de un cambio necesario y urgente.