DE LA ESFERA DE PARMÉNIDES A LA INUNDACIÓN DE ÁTOMOS
Aunque los doxógrafos y filólogos rastrearon y cotejaron fragmentos de aquí y allá, resulta imposible diferenciar cuál fue el aporte de cada uno de ellos a la doctrina del atomismo. Para mí, además, en el siglo XXI resulta superfluo diferenciar el qué de cada cual. Lo importante es que la doctrina atómica de los primeros filósofos atomistas nos llegó casi íntegra a través de comentarios, escolios y la difusión que de ella hicieron Simplicio, Epifanio de Constancia, Clemente de Alejandría, Jámblico, Aecio, Hipólito, Aulio Gelio, Aristóteles, Eusebio de Cesarea, Plutarco, Apuleyo. Y otros. El acuerdo general entre filólogos y doxógrafos admite que Leucipo fue el fundador, y Demócrito el teorizador del atomismo.
La enseñanza de Parménides había caído en la trampa eleática: si solo existe el Ser y todo el resto son apariencias, se cae en una de las variantes del panteísmo.
Supongamos que nos hallamos (y esto es real, mientras escribo leo las estadísticas de la pandemia de Covid 19 que están asolando el planeta en este inicio del año 2020) en medio de una epidemia. El Ser (para el creyente será Dios) es todo. El Ser entonces es Dios, es también el microbio que trasmite la peste, soy también yo, que enfermo y termino muriendo de la epidemia.
Ergo, Dios me mató pero al mismo tiempo se suicidó.
Todas las consecuencias lógicas del panteísmo terminan empantanándose en una cadena de absurdos que la razón rehúsa aceptar. Eso es lo que llamo la “trampa eleática” en la que sucumbe el pensamiento cuando acepta las consecuencias del razonamiento parmenídeo en su totalidad.
Para Demócrito y su maestro Leucipo solamente había dos cosas reales: los átomos que eran seres, y el vacío, que era un no-ser. Pero ese vacío era un no ser necesario sin el cual los seres no podían ser. Créame la perpleja lectora, créame el cauto lector, no estoy haciendo un juego de palabras de los que tanto me persiguen. Esta vez no. Cuando aclaremos más verán que es así como plantearon la teoría atómica.
La primera solución provino de Meliso a quien seguramente Leucipo pudo leer o se enteró en alguna discusión pública de la propuesta de Meliso. Recordemos que Meliso era eleata. Razonó que, «si el Ser fuese múltiple y no uno, debería tener las mismas características que el Ser único de Parménides, pero distribuidas en esa multiplicidad».
Está claro que en el mundo existe una pluralidad de seres y no un solo Ser como predicaban los eleatas. La naturaleza se ocupó de dividir perfectamente las cosas, no es lo mismo San Juan Bautista que yo. Hay una separación tan neta y ontológica que todo es diferente entre nosotros. No compartimos ni el tiempo ni el espacio. No hace falta destacar las diferencias espirituales entre los dos. Si me implantaran algún tejido vivo de San Juan Bautista (por algún milagro) mis propios órganos no lo reconocerían y el sistema inmunológico rechazaría el tejido ajeno, con una batalla plena de leucocitos, interferones y monocitos que terminaría acabando conmigo.
San Juan Bautista seguiría plácidamente en su cielo, pero yo no.
Leucipo, para salir de la trampa, propuso que el Ser parmenídeo fuera un infinito número de partículas corpóreas inalterables, minúsculas, indivisibles, impenetrables y que tienen idéntica naturaleza pero distintas figuras. Eso conforma el Ser. El no-ser, que también debe existir, es un vasto espacio infinito llamado vacío, que es perfectamente penetrable como todo espacio que nada contiene.
Los átomos son la materia de los entes. Siguiendo la triple diferencia de Figura, Posición y Orden de los átomos se van configurando las distintas materias. La moderna estructura molecular sigue teniendo la misma expresión para explicar la diferencia de sustancias por los distintos elementos que intervienen en su composición. (...)
DE: LOS SUEÑOS DE LA ETERNIDAD, EN PRENSA 2020
Escritor en obras en autonomo
4 añosGracias Vanesa.