Decencia
Uno lee o escucha la palabra “decencia” y le parece algo apolillado, una de esas cosas viejas que dejamos languidecer en viejas cajoneras o en sombríos trasteros y que cuando nos las encontramos nos producen esa ternura sobre la que tan bien nos cantó Joan Manuel Serrat.
Uno busca “decencia” en el magnífico diccionario de la lengua española y halla tres hermosas acepciones, muy similares entre sí, porque al fin y al cabo se refieren a una misma cualidad:
1. Aseo, compostura y adorno correspondiente a cada persona o cosa.
2. Recato, honestidad, modestia.
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3. Dignidad en los actos y en las palabras, conforme al estado o calidad de las personas.
Uno acude entonces a la actual comunicación política, mediática y científica, y comprueba desolado hasta qué punto tales atributos están desapareciendo de nuestro discurso público. Cada vez es más difícil encontrar un político cuyas palabras transmitan un mínimo convencimiento ético que se acomode con su proceder y con actitudes alejadas de la hipocresía, de la soberbia, de la falacia lógica, la inanidad o el respeto a la discrepancia. Como difícil se hace encontrar un periodista que no acabe sometiendo su información u opinión a un filtro externo marcado la ideología de su medio, la tendencia del momento, sus filias, sus fobias. O descubrir un economista que pueda valorar con equidad unos datos positivos que contradigan su corriente teórica o desbaraten sus previsiones y recomendaciones expertas. O, en fin, disfrutar de un analista que huya de la tentación de modelizar su investigación buscando, no ya una hipótesis, sino un resultado previamente decidido.
Todos estos comportamientos, cada vez más frecuentes en nuestro debate público y amplificados por las redes sociales, contribuyen a la perversión del pensamiento crítico, hurtan el conocimiento fiel de las cosas y aniquilan progresivamente la verdadera libertad de expresión, esa que consiste en comunicar de manera clara, firme, honesta y acorde con nuestro conocimiento de la materia y, sobre todo, con nuestra conciencia.
Esforzarnos por la decencia merece la pena. Sentir respeto y pudor por la veracidad; ser conscientes de nuestra inmensa capacidad para el error; resistirnos de manera firme, digna y compuesta a la mentira, la tergiversación y al empeño unificador de la masa, no nos resultará fácil ni nos hará más populares, pero sin duda nos ayudará a ser mejores personas y profesionales.
Senior manager internacionalización en Digital Talent Team
3 añosLo comparto, muy ilustrativo. Gracias y un saludo