Deconstrucción, empatía y la generación de cultura en la virtualidad
La humanidad, en líneas generales, viene progresando en casi todos los ámbitos en estos últimos siglos. Siguen existiendo la violencia, la guerra, el hambre, la discriminación y nos encontramos con el gran peligro de un desastre ecológico irreversible. Sin embargo, cuando vamos a los números, hay evidencia concreta de que hemos mejorado sustancialmente en casi cualquier eje que elijamos. Recomiendo fervientemente los libros “Progreso” de Norberg y “Factfulness” de Hans Rosling para desafiar nuestro sesgo de negatividad.
Entre las revoluciones o evoluciones que podemos señalar muchas tienen que ver con nuestra ética y moral, las cosas que aceptamos y las que hemos dejado de aceptar. Nuestras ideas sobre temas como la esclavitud, las elecciones sexuales o religiosas y nuestra forma de organizarnos como sociedad. Todo eso forma una serie de códigos compartidos que de alguna manera denominamos cultura.
Estos cambios culturales que venimos experimentando como sociedad nos están llevando a un lugar más libre y armónico donde las diferencias no simplemente se toleran sino que se valoran. Es claro que muchos grupos han sido históricamente relegados o discriminados y que en ciertos momentos o coyunturas puede tener sentido políticas como la de la acción afirmativa desarrolladas en Sudáfrica luego de la caída del Apartheid o iniciativas como las de cupo femenino. Estas políticas, sostenidas en el largo plazo, considero que terminan siendo igual de nocivas al imponer trabas artificiales, pero temporariamente pueden ser súper valiosas para ayudar a visibilizar temas y corregir desequilibrios que se arrastran desde hace mucho tiempo. Se necesitan de estas políticas fuertes para darle impulso al cambio. Sin embargo, en varios casos veo que muchas de esas batallas, tan necesarias, se terminan radicalizando y se pretende dividir al mundo en buenos y malos. Sus postulados se transforman en dogmas inobjetables y sus defensores se transforman en yihadistas que proclaman que cualquier mínimo cuestionamiento o matiz que uno pueda plantear a esa verdad revelada lo asimila a uno instantáneamente con un infiel, un genocida, insensible y brutal.
Dentro de esa suerte de jihadismo moral también veo un reduccionismo de análisis que implica que se juzga con los valores y la moral actual o propia a hechos del pasado o de culturas ajenas a la nuestra (lo que en un punto es bastante asimilable ya que implica distancia cultural en lugar de temporal). Es cierto que hay gente que se adelantó a su tiempo, se destacó por sobre su generación, se desmarcó de su propio momento histórico y generó cambios. Pensadores como Spinoza o Nietzsche o gente que rechazó la segregación racial o la esclavitud por mas que fuese la norma durante su época. Sin embargo no me resulta justo evaluar con nuestra mirada actual hechos como el descubrimiento de América, la Campaña del desierto de Roca, el casamiento de San Martín con Remedios de Escalada (que tenía solo 14 años) o actitudes de grandes figuras de la historia que hoy sin duda calificaríamos como misóginas o racistas.
La aparente solución para incorporar estos nuevos valores, estaría ligada a un verbo que está de moda: deconstruirse. Conceptualmente plantea una propuesta interesante: desafiar lo establecido, mirar de nuevo, volver a pensar al mundo y a uno mismo. Esto habilita a generar una genuina ampliación de derechos a partir de iniciativas como la ley de talles, el reconocimiento de enfermedades cuyos tratamientos se integran al Plan Médico Obligatorio, inclusión de minorías, acciones para el cuidado del medio ambiente y la adecuación de las ciudades para hacerlas amigables hacia personas con distintos tipos de discapacidad. Al mismo tiempo veo que se genera un manual de corrección política que termina desdibujando el sentido original del cambio propuesto o transformándose en banderas políticas, o de no sé bien qué cosa, mientras nos vamos quedando sin colores para hacer pañuelos que identifiquen nuestra posición y nos diferencien del otro. Se mezclan y confunden conceptos tan valiosos como la equidad, la igualdad, la diversidad y la libertad . No se habilitan las distinciones y se acepta solamente una sola visión del mundo.
En ese contexto donde todo tiene que ser políticamente correcto veo que en muchos casos se tiende a ese discurso único, no por convicción sino, por temor al rechazo social que puede generar el no hacerlo. La tan vigente cultura de la cancelación. Esto lleva en ciertos casos a una impostura, una acción forzada, hipócrita o sobreactuada que se concentra en la declamación y no en el fondo del asunto. Me retrotrae a las conversiones forzadas al cristianismo que se impulsaban en la edad media o los juicios a las brujas donde tenían que confesar públicamente sus pecados. Vemos todos los días personas públicas que luego de ser señaladas por alguna actitud expresan cual mantra “estoy arrepentido, entiendo que tengo mucho que aprender para convertirme en la persona que quiero ser”. No importa lo que realmente piensen en el fuero íntimo, o lo que se haya sostenido en otro contexto, mientras se proclame públicamente el arrepentimiento y el mensaje esperado. No existen atenuantes o explicaciones que valgan como fue el caso de Edinson Cavani, el futbolista uruguayo, que escribio en redes sociales “gracias negrito!”, una frase completamente cariñosa y lejos de cualquier intención de discriminación (como puede atestiguar cualquier rioplatense) pero que le generó grandes problemas en Europa por ser considerada violencia racial. Lo políticamente correcto nos lleva a que no se pueda discutir sobre ciertos temas. Cualquier comentario puede llevar a que uno sea tildado de, autoritario, de estar discriminando a las personas mayores, a las que tienen piel amarilla, gris o verde o que el hacer que una nena de 6 años se disfrace de negrita mazamorrera para un acto del 25 de mayo constituya un aberrante acto de apropiación cultural y una apología de la esclavitud. La sola sospecha de que alguien se sienta ofendido o considere que se haya generado un desliz implicará que habrá un Ministerio que te perseguiría o un colectivo que se ocupará de conseguir su escarnio público. Mientras escribía estas líneas de hecho llegue a sopesar si no era conveniente desistir abordar estos temas públicamente para evitar que sean malinterpretados y me generen problemas.
Esta sobreactuación opaca muchas de las verdaderas y loables conquistas de derechos y genera que en la otra vereda se generen reacciones contrarias, también reduccionistas. Referencias a la “generación de cristal” que de todo se ofende, y a la que todo la lastima “no como en nuestra época donde bla bla bla y no pasaba nada, nadie se escandalizaba, te la bancabas y salías adelante!”. No es asi. Claro que pasaban cosas tremendas en el pasado que no todos superaban y debían convivir con secuelas durante toda su vida. Existían abusos, bullying, desequilibrios de poder inaceptables, discriminacion, grupos de la sociedad invisibilizados y tantas cosas más, que como planteo al principio, por suerte hemos ido mejorando como sociedad. En líneas generales no es una generación de cristal, es una generación más abierta y consciente de muchas cosas. Es tan ridículo tildar a las generaciones actuales de tibias por no tener la templanza que genera el haber sobrevivido a una guerra (bienvenido sea que resolvamos las cosas de otra manera) como considerar que hoy todo hombre blanco tiene que cargar con una suerte de pecado original por acciones o actitudes de antepasados que la sociedad occidental consideraba naturales siglos o décadas atrás. Pensar a cada uno con su contexto y sus acciones.
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¿Y entonces? La solución, como casi siempre, es encontrar un equilibrio. Ni convalidar actitudes trogloditas, ni subirse al tren de una policía del pensamiento que define taxativamente que está bien y que está mal y procede al juicio y condena en un mismo acto. No necesitamos que alguien nos diga lo que está bien y lo que está mal. No necesitamos deconstruirnos completamente. Simplemente necesitamos hacer uso de un concepto, muy humano, que me encanta que es la empatía. Es bucear un poquito dentro de uno, conectarse con nuestra humanidad y revisar: “¿me gustaría estar del otro lado de este comentario, de esta actitud?”
La empatía implica asimismo leer el entorno. Las cosas no están bien o mal en forma unívoca y absoluta. El humor es un claro ejemplo de esto y uno de los blancos preferidos de la cultura de la cancelación. Conceptualmente considero que no hay temas tabúes para el humor. Es válido hacer chistes religiosos, de humor negro, relacionados con características corporales, preferencias sexuales y hasta tragedias o genocidios. En general el humor se basa en resaltar o agrandar aspectos un poco ridículos o trágicos de nuestras vidas. Un recurso muy utilizado en el stand-up es el “self deprecating”: está el dicho que dice “aprende a reírte de ti mismo y no te faltará nunca motivo de risa”. Moldavsky, a quien nadie puede a tildar de antisemita o gordofóbico, se ríe permanentemente de la cultura judía y bromea sobre su cuerpo. También en una actividad que hice una vez con un grupo de chicos ciegos ellos se morían de risa de lo ridículo del término “no videntes” o “capacidades diferentes”. Nos decían “¡No!, no tenemos capacidades diferentes: ¡somos ciegos! ¡No vemos nada!” . Se mofaban de nosotros cuando se nos escapaba alguna frase como “van a ver que bueno esto” y nos respondían serios “no, no lo vamos a poder ver...” y luego se reían de la incomodidad que nos generaban. ¿Entonces quiere decir que se puede hacer cualquier chiste en cualquier lugar? No, justamente ahí entran a jugar el concepto de empatía que planteaba anteriormente al que le sumo el de la responsabilidad y en definitiva el del criterio. Es lo que permite discernir qué exactamente el mismo chiste en un contexto sea ocurrente y en otro completamente desubicado.
Y para poder hacer uso del criterio vuelve también el primer concepto que plantee: el de la cultura y los códigos compartidos. ¿Conozco a mi público? ¿Me conocen? ¿Van a poder interpretar con qué intención hago el chiste o comentario? ¿Cuándo es que una frase puede ser ofensiva o hiriente?. Depende. Depende justamente de los códigos compartidos. De la cultura macro de una sociedad, que define ciertos códigos generales compartidos por toda una sociedad y también de los códigos internos de una familia, un grupo de amigos o una empresa. Esa cultura se genera a partir de compartir y conocernos y es la que nos permite darnos cuenta de si un comentario estará o no fuera de lugar. Y aquí es donde, ante la duda, menos es más. Sin caer en la censura previa, evaluar cómo podría ser interpretado lo que digo entendiendo que no todos tenemos el mismo camino recorrido en conjunto ni las mismas historias personales. Uno no comparte todos los memes que recibe en todos los grupos de whatsapp que tiene. Tampoco hace un juicio de valor sobre el chiste en abstracto sino que evalúa, caso por caso, conociendo las características de cada grupo donde ese chiste puede ser apreciado y donde, por el contrario, puede generar incomodidad o directamente no ser comprendido. El mismo chiste (“entra e a la x a un bar…”).
Entonces empatía y criterio nos pueden ayudar a guiar nuestras palabras en una forma saludable y de genuino cuidado con el otro. Al mismo tiempo, al momento de interpretar las palabras o acciones que recibimos tenemos también un arma poderosísima y al alcance de todos: la elección. Si considero que el teatro de revista cosifica a la mujer lo evito. Si el humor de Ricky Gervais me resulta demasiado ácido: no lo selecciono en Netflix. Si acabo de sufrir una perdida de un ser querido probablemente no elegiré ir un espectáculo de humor negro pero no por eso generaré una cruzada para que prohiban los chiste que hablan de la muerte. Y si, infelizmente, alguien no sabe de mi pérdida y me hace un comentario que me molesta no lo condeno automáticamente. Intentaré entender que no había forma de que el otro lo supiese y lo dejaré pasar o le señalaré mi situación para que la tenga en cuenta a partir de ahora. O entenderé que se equivocó y no fue lo suficientemente cuidadoso como también puedo equivocarme yo en el futuro.
Y con esto llegó de hecho al punto que me generó toda esta disquisición: ¿qué sucede con la cultura de una empresa en tiempos de virtualidad? Se pierden muchas veces esas oportunidades de conocer en forma más profunda al otro. No sabemos cómo se siente, cómo vive, qué cosas lo sensibilizan por su historia, su origen o sus luchas personales. Se nos dificulta la empatía porque no tenemos datos. Y ahí tienen que entrar a jugar fuerte entonces los conceptos anteriores de criterio, precaución y responsabilidad. Y en el mientras tanto hacer todo lo posible para que podamos conocernos mejor.
Que ciertas cuestiones fuesen naturales en un momento no implica que haya que seguir sosteniéndolas. Sin embargo es necesario entender que los cambios culturales son procesos y evitar condenar tan rápidamente las actitudes ajenas. En definitiva, celebro el progreso y el movimiento. Podemos y debemos deconstruirnos genuinamente, pensar de nuevo ciertas cosas, acomodar nuestras acciones, nuestro lenguaje y nuestra forma de expresarnos pero recordar que cada uno procesa las cosas a su tiempo y tiene aciertos y errores. Reconocer que existen visiones diferentes y que es imprescindible ser gentiles y compasivos con nosotros y con los demás mientras nos transformamos, de a poco, en la persona y la sociedad que queremos ser.
C-LEVEL BOARD MEMBER Never stop playing and learning. Founder TITICOM, DREAM VENTURES. DEL PLATA GREEN CHICAS TIC POLLERA PANTALON.TIA AMIGOS&VINO
1 añoMe encanto Alberto y comparto todo, ese revisionismo histórico fuera de contexto y tantas otras discusiones estériles en nuestros días, una guerra imposible de discernir y me encanta la frase de mis sobrinos descontracturate tía