DEJÉMONOS LLEVAR POR LA CRUZ HACIA LA LUZ
DOMINGO DE CUARESMA 2C Gn 15,5-12.17-18 / Sal 26 / Fil 3,17-4,1 / Vers: Mt 17,5 / Lc 9,28-36

DEJÉMONOS LLEVAR POR LA CRUZ HACIA LA LUZ

“¡Vieron la gloria de Jesús!”. Lo que vivieron aquel día los tres apóstoles en el Monte Tabor, hoy la Iglesia quiere que místicamente sea también revivido por todos nosotros mediante el misterio litúrgico.

El primer domingo, el evangelio de las tentaciones nos habló de prueba y de lucha, de renuncia y de esfuerzo: un anticipo de la cruz. En este segundo domingo de cuaresma se nos presenta, en cambio, la meta de ese arduo camino: la Transfiguración nos muestra “hacia” donde caminamos, “hasta” donde tenemos que luchar... Si por la tentación puede asomar el desánimo, por la Transfiguración renace en cambio nuestra fuerte esperanza: “Yo creo, es decir, estoy seguro de que lo voy a ver al Señor en la tierra de los vivientes”, dice hoy el Salmo 26. Lo mismo que les decía también Job a sus amigos, aun en medio de sus dolores: Yo sé que voy contemplar el rostro del Señor con mis propios ojos, ya no voy a necesitar que nadie me lo cuente…

“Esperamos ardientemente” -dice el apóstol- ver esa gloria del Señor Jesús que un día vamos a poder compartir juntos. La gloria es una dimensión esencial del cristianismo, tanto como la cruz; pero la gloria es la última palabra, la que da sentido a toda cruz. “La religión fundamentada en Jesucristo es la religión de la gloria”, decía San Juan Pablo II (TMA 6).

En la segunda lectura, Pablo nos invita a ser “amigos de la Cruz”, imitando atentamente a quienes ya siguen el buen camino. ¡Cuántos testigos tenemos en la historia de los santos -incluidos “los de al lado”- y los heroicos mártires de la actualidad! Por eso, esa lectura termina invitándonos a la perseverancia firme, a ser constantes hasta esa transformación gloriosa que nos espera también a nosotros si somos fieles seguidores de Jesús.[1] Pero el apóstol denuncia también la postura opuesta, la de los “enemigos de la Cruz”, la conducta de quienes “no aprecian sino las cosas de la tierra”, aquellos que no tienen como Dios más que a su propia panza.[2] Con sinceridad y valentía tenemos que preguntarnos si acaso nosotros a veces no entramos también en esa categoría…

Pero en realidad lo nuestro apunta más alto, somos “ciudadanos del cielo”, somos “hijos de la luz” dice el mismo Pablo en otra carta (1Tes 5,5). Y por eso tenemos hoy también inspiración en la figura del Patriarca Abrahám, el que “creyó en el Señor”, como escuchamos en el Génesis. El emigrado de Caldea desalentado hace bien en quejarse a Dios (Gn 15,2), y así el Señor lo consuela dándole un signo para seguir creyendo. Antes de presentarle el signo de su alianza, Dios le hace levantar a Abrahám su mirada hacia el cielo: sólo después de mirar hacia arriba se puede apreciar la verdadera dimensión de lo de abajo: la tierra y la descendencia (las dos promesas que se le hacen al anciano). Ese consuelo dado a Abrahám, para alentar su confianza, es parecido al que en el Tabor se les ofreció a los apóstoles para que -en su momento- pudiesen dimensionar el escándalo de la cruz, ya entonces inminente. También al Santo Patriarca, en medio de la oscuridad y el temor, se le apareció la luz divina, el fuego de la antorcha de Dios. Por eso, confiados aun medio de “nuestras propias sombras”, hoy también nosotros decimos con el Salmo: “El Señor es mi luz”.

Pasa que la promesa de Dios siempre apunta al futuro incierto… Abrahám tuvo que seguir caminando en la fe y en la esperanza, así como los discípulos -nosotros- no pudieron quedarse acampando en la cima de la gloria sin antes bajar a enfrentarse con el drama de la Pasión.

Para hacer experiencia de esa consolación, fijémonos mejor en otro detalle del evangelio. Este año el relato de Lucas nos dice que Jesús no sube al monte “para transfigurarse”. Sube como tantas otras veces “para orar” (una constante del evangelio de Lucas), y es “durante la oración” cuando se manifiesta lo que realmente sucede cuando intimamos con el Padre (orando cada cual donde le guste o le venga bien). En la oración hacemos experiencia de ser también nosotros “hijos amados”, y esa verdad nos transfigura, transforma nuestra identidad y toda nuestra existencia. Por eso hoy comenzamos la misa pidiéndole al Padre, ya que nos ha mandado escuchar a su amado Hijo, que nos dé la gracia de alimentarnos con el gozo interior de su palabra.

Moisés y Elías, síntesis de todo el Antiguo Testamento, también en su momento subieron a las montañas para encontrarse con Dios. El salmo de hoy expresa también ese rasgo tan típico de la espiritualidad judía: “Yo busco tu rostro Señor,[3] no lo apartes de mí”. Por eso son esos dos testigos gloriosos quienes hablan con Jesús respecto a su propio éxodo, su próxima partida, su Pascua inminente.

Sin embargo, todavía a los apóstoles -como a Abrahám- los cubre la oscuridad y el temor: Sólo aceptando la voz del Padre podrán también ellos ser testigos de la gloria. El Padre no sólo declara la identidad del Hijo (tipo recomendación publicitaria de spot en off) sino que nos manda escucharlo sólo a él. En efecto, tras oír aquellas palabras ya no se vieron más a Moisés ni a Elías, ni se volvió tampoco a escuchar la voz del Padre Eterno: Sólo quedó Jesús, el que iba a ser crucificado. Y es que en eso consiste propiamente la fe: En la escucha obediente, como la de Cristo (ob-audire es saber escuchar para aceptar y decidir)-. Se trata de creer-le al Dios hecho Hombre, seguir al Crucificado confiando que por esa vía nos lleva a la Resurrección. Por tanto, si como dice Santa Rosa de Lima, “la Cruz es la única escalera para subir al cielo”, entonces perseveremos en nuestro camino cuaresmal; comencemos la segunda semana, reavivando nuestra fe y nuestra esperanza de gloria. Amén.

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[1] Dos ejemplos cercanos: Akash Bashir, 20 años (nacido en el 94), primer Siervo de Dios de Pakistán desde fines de enero pasado. Martirizado por talibanes el 15 de marzo de 2015 (¿vos qué estabas haciendo por entonces?). Fue impidiendo el ingreso de un hombre-bomba a su parroquia repleta para la misa. Salvo a cientos de vecinos y su ejemplo empezó a cundir incluso entre los islámicos pacíficos que aún hoy hacen guardias voluntarias de prevención.

Otro testimonio: Esta semana “de la mujer” fue elegida una bella húngara, madre y política de 44 años, como primera presidenta de su país. Katalin Novak ya había sido ministra de Familia y Juventud, y va a seguir acompañando a su Primer Ministro tan controvertido, sobre todo por su postura cristiana y pro-vida... ¡Agarrate Catalina!

Todo lo contrario de aquellos que toman como gloria lo que en realidad los cubre de vergüenza (la ministra de la mujer ante la violación en masa, de hace un par de semanas; aquella médica orgullosa del primer aborto legal a comienzos de 2021; ese diputado besándose con su “esposo” en 2019; y tantos más…).

[2] Más exactamente el bajo vientre, no se trata siquiera del estómago como dice la traducción inglesa, sino más bien del intestino grueso, lit. el “colon” -de donde viene cólico, colitis, etc.-.

[3] Mi corazón sabe que dijiste: Busquen mi rostro; por eso está inquieto, hasta que no descanse en vos Señor…

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