#DeleteFacebook?
No es la primera vez que Facebook y su creador, Mark Zuckerberg, están en la picota por el uso de datos que los usuarios de la plataforma proporcionan de manera inocente (sus aficiones, intereses, tendencias ideológicas, etc) a una empresa ajenos al uso que se hace de ellos.
En un momento en que la libertad individual se ha convertido en la bandera que ondea el común de los mortales, no deja de asombrar el descuido, desinterés o, por qué no decirlo, ingenuidad con que la mayor parte de nosotros hacemos uso de las redes sociales, donde no tenemos inconveniente en airear nuestra intimidad y en responder a cualquier pregunta a cambio de una baratija o, incluso, gratis, sin ser conscientes de que estamos dando permiso a terceros para acceder a la información cuando instalamos una aplicación o un juego.
Por un lado, defendemos a ultranza nuestros derechos, nuestra privacidad y nuestra libertad; por otro, consentimos estar sometidos al juicio permanente de los otros y al bombardeo de las marcas que ofrecen sus productos y servicios a los targets más adecuados.
Es evidente que la evolución tecnológica ha supuesto un avance crucial en el desarrollo del marketing digital, especialmente en lo que se refiere a la capacidad de segmentar los públicos y, gracias a eso, de dirigir a cada uno el mensaje que pueda resultarle más atractivo.
Una ventaja que las marcas, vinculadas a grandes compañías, a pequeñas o incluso a personas (los llamados influencers) están sabiendo aprovechar. Del mismo modo, ha servido para que las mismas aplicaciones y empresas surgidas al amparo de estas, encontrarán nuevos nichos de negocio. Hasta aquí, nada nuevo en la historia de la humanidad: el progreso siempre genera nuevas oportunidades.
No obstante, el estallido del escándalo del uso de datos para condicionar resultados electorales por parte de Cambridge Analytica y las imágenes de un más que apurado Zuckerberg declarando ante sus señorías han situado en primer plano el debate acerca del derecho a la intimidad y de los límites éticos del uso del Big Data.
La pregunta es si estamos dispuestos a defender que la privacidad sea un derecho irrenunciable, o a seguir poniéndola en riesgo a cambio de seguir disfrutando de una versión personalizada del mundo y de un altavoz para nuestros egos. Una vez tengamos claro el camino, como todos, tendremos que recorrerlo paso a paso.
Patricia Sánchez
Postgrado en Redes Sociales y Contenidos Digitales. Internacional de Marketing