El alquimista, el gato y la sirena
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Había una vez un alquimista que me concedió 7 vidas
y un cuerpo diferente al mío donde poder desarrollarlas.
Así, me subí encima cuando el juego comenzó:
me arrojó un ovillo sobre aquella complexión
a la que, al mismo tiempo, apuntaba con un láser parpadeantemente: me volví loca.
Mi boca le recorrió de principio a fin
para tocar con los labios la luz de cada rincón;
creí, ilusa de mí,
que era yo la que jugaba con un cerebro
al que le imponía mis reglas.
Sus ojos pamperos por vez primera fueron parada obligatoria
y el alquimista me echó la bronca porque
aquella figura ahora ve el mundo de color rosa.
Al día siguiente no comprendí nada
-era como padecer resaca por pasión-
y creí haberlo soñado todo,
fruto de un texto de Calderón,
hasta que observé en mi cuerpo las marcas del amor: arañazos.
Pero, ¿la gata no era yo?
Alquimista, ¿me permites que de nuevo entre en su cuello y en su corazón?
Su respuesta fue recordarme lo que sucedió después,
lo que me hizo sustituir mi teoría sobre que la respuesta está en el interior…
¡me equivocaba!
¡la respuesta está en el espejo!
Tengo pavor pues lo vi claro:
la imagen reflejada es lo que quiere para siempre mi alma.
Transmuté y ahora soy sirena
ya que con los dientes aquel organismo me arrancó las piernas.
He decidido no guiarme por el alquimista
y luchar por mis puntos de vista.
Mi casa favorita tiene por paredes
las botellas de elixir cuya altura sobresalía por nuestras cabezas;
por escaleras sibilinas siempre, siempre,
a tus dulces venas.
Acepta esta propuesta de mudanza
y te prometo un tántrico tictac de reloj,
una vida de esencias, la luna
y el sol.