EL CALEIDOSCOPIO DEL SIGLO XXI

EL CALEIDOSCOPIO DEL SIGLO XXI

¿Cuántas veces has oído decir eso de que estamos obsesionados con nuestro móvil?

Que vas en el transporte público, y todos están absortos en la pantallita de marras.

Y por la calle más de lo mismo.

Incluso en reuniones con amigos/familiares, que basta con que uno coja el móvil para abrir la veda y que la conversación, durante unos segundos, pase a estar en medios digitales.

Es el gran problema de nuestra sociedad. Una sociedad dependiente de la tecnología, y que ha abrazado sin miramientos las mecánicas FOMO, interiorizándolas hasta el punto de servir de nexo de unión ineludible a los lazos sociales débiles y cercanos que tejemos.

Ah, ¿que no has visto la última serie de Netflix?
¿Que no estás al tanto de lo que dijo el político o famosillo de turno por Twitter el otro día?
¿Que no te has enterado del problema del primer mundo que está en boca de «todo el mundo» (aka los conocidos que te salen en el timeline).

Y, por supuesto, que hay parte de razón, pero de ahí a que, como aseguran cada cierto tiempo supuestos estudios pseudo-académicos, vayamos a quedar todos con joroba, miopes perdidos, cuando no en el otro mundo por cruzar la calle sin mirar a nuestros lados, hay un trecho.

De la mano de Fernando vuelvo a llegar a este artículo de Xataka (ES) de hace unos meses en el que se hacían eco de algunas quejas que recibió el creador del caleidoscopio por parte de la prensa de la época:

El periódico que había tildado de poco original e insustancial la obra de Mary Shelley, también acabó cargando las tintas contra aquel invento, al que le adjudicaba la capacidad de hacer perder el tiempo a la gente. Como si la poseyera. Incluso llegó a escribirse textualmente la siguiente frase sarcástica: “todos los niños que van con su caleidoscopio por la calle terminan chocando contra una pared”. O como abunda en ello Noreena Herz en su libro El siglo de la soledad:
Un grabado de la época (EN), que lleva por título La Kaleidoscomanie où les Amateurs de bijoux Anglais, aborda este tema, representando a unos hombres tan distraídos con el artilugio que ni siquiera se dan cuenta de que sus acompañantes están siendo cortejadas a sus espaldas.

En el mismo artículo hacen un repaso bastante exhaustivo de lo que supuso para algunas sociedades europeas del siglo XVIII la llegada de este «juguete», cambiando para siempre las teorías de la abstracción visual del siglo XIX, y que tuvo reminiscencias en las artes plásticas, la filosofía y e incluso en la producción industrial.

Pero la noticia, por aquel entonces, es que debido a su uso, los niños chocaban por las calles, y los adultos perdían el tiempo, siendo cada vez menos productivos.

Leía todo esto, y no podía más que ver los símiles con la situación actual, ejemplificados esta vez en los videojuegos, o en la televisión, o en los móviles.

Al final, en todos estos casos estamos ante tecnologías que surgen y se masifican lo suficiente como para se vuelvan mainstream. Y al volverse, generan dinámicas nuevas en la sociedad que impactan, positiva y negativamente, en el resto, generando en un porcentaje de la misma ese esperable ludismo tecnológico tan seductor.

Para colmo, entran en juego las dinámicas de grupos marginales y el sentimiento de pertenencia a los mismos, que graba a fuego en el ideario de estas personas la necesidad de hacer suyo el mantra de terceros (haya o no intereses por el medio), y además defenderlo hasta la muerte.

Así, tenemos el caldo de cultivo adecuado para que siempre, da igual la tecnología que haya, todo avance tecnológico acaba siendo nocivo (para estas personas). Si juntas esto a la necesidad de monetizar la creación de contenido por parte de medios de comunicación, y que en líneas generales, muchos de estos medios por la propia mochila histórica no son capaces de seguir el pulso tecnológico de la sociedad, tienes además los canales adecuados, y sobre todo el interés de dar voz a aquellos auto-denominados contrarios a la tecnología de turno.

Así que ya sabes: El móvil, o las redes sociales, o los videojuegos, o lo que quieras que esté de moda, son los caleidoscopios del momento.

Ni más, ni menos.

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