El corazón de las tinieblas
Leer a Joseph Conrad es adentrarnos en un bosque del que difícilmente saldremos indemnes. The heart of darkness, o El corazón de las tinieblas, es una literatura estructurada como un mecanismo que funciona con la lectura pausada y atenta de una escritura que debió hacerse igual, escogiendo lenta y concienzudamente el lenguaje para embarcarnos en el viaje que Marlow hace y en el que el propio Conrad realizó años atrás.
La línea dentro de un círculo
El corazón de las tinieblas es la historia de una historia dentro de otra: un marinero que ahora está en la cubierta de un barco cuenta a otros cuatro lo que vivió años atrás. La escena se abre con Marlow hablando a sus compañeros y se cierra igual, un círculo que tiene dentro el verdadero relato, el cual sigue una estructura lineal. El marinero cuenta paso a paso lo que sucedió hasta su encuentro con el enigma Kurtz, sin adelantarse al tiempo ni dar marcha atrás en su relato, aunque desde el principio esté codificado todo el argumento que se irá desvelando poco a poco, y en buena parte gracias a la figura de un arlequín.
¿Por qué esa forma de narrar?, ¿por qué una historia dentro de otra historia?, ¿para qué Conrad planta los oídos de unos narratarios entre la voz de Marlow y los ojos del lector? Para poder cargar de subjetividad el texto a través de un narrador al que no identifiquemos con el autor, puesto que lo que nos va a contar no es fácil de asimilar. Y para dirigirse directamente a nosotros, los lectores, usando a los otros, a los marineros que van con Marlow en el barco:
“¿Lo veis? ¿Veis el relato? ¿Veis algo? Tengo la sensación de estaros contando un sueño, pero inútilmente, porque ningún relato de un sueño puede transmitir la sensación del sueño, esa mezcla del absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble, que constituyó la esencia de los sueños…” (169).
El narrador de la historia de fuera, que al mismo tiempo es uno de los narratarios (en la cubierta del barco) y a mi modo de ver el propio lector responde a Marlow:
“Desde hacía ya bastante tiempo, él, sentado aparte, no era para nosotros más que una voz. Nadie pronunció una sola palabra. Los otros tal vez estuvieran dormidos, pero yo estaba despierto. Escuchaba, escuchaba atentamente a la espera de la frase, de la palabra que me ayudara a comprender la lánguida inquietud que inspiraba esta narración, que parecía tomar forma, sin la ayuda de labios humanos, en el aire denso de la noche sobre el río…” (170).
Ni siquiera conocemos los nombres de los que están en el barco con Marlow, representantes de cualquier sociedad: un capitán, un abogado, un contable y el otro narrador que interviene a veces y es el único que no duerme. Los que escuchan, y los que no, somos nosotros, los lectores, que oímos la experiencia de Conrad en el Congo en boca de Marlow, quien, por otra parte, de vez en cuando nos aclara que si entramos al libro buscando un relato de aventuras nos hemos equivocado de ficción. El uso de un narratario explícito y colectivo por parte del autor viene a subrayar el carácter comunicativo de la literatura. El escritor quiere contar algo, la barbarie de la colonización y el embrutecimiento por la codicia del ser humano en este caso, no sólo mostrar una sensación (tan bien conseguida) y rodearnos de una atmósfera lúgubre de la que es imposible escapar.
Tres entregas, tres capítulos y tres estados
El Corazón de las tinieblas fue publicado por primera vez por entregas, en febrero, marzo y abril de 1899, en la revista londinense Blackwood's Magazine. No es casual, así, que sean tres los capítulos en los que se divide el viaje al infierno del ser humano mientras nos vamos adentrando en el Congo, ni que los momentos de mayor tensión dramática se den al final de cada episodio del viaje hacia dentro mientras un río nos lleva hacia más allá. Se justifica así la estructura externa, y también la interna, el fondo y la forma trabajan juntos para que la naviera funcione.
En el primer capítulo, Marlow cuenta a sus compañeros por qué decidió ir hasta ese espacio en blanco que vio en el mapa, cómo lo consiguió (los trámites resueltos a través de la ayuda de su tía), el inicio desde Bruselas (ciudad que define como “el sepulcro blanqueado”) y la llegada a la primera estación donde tenía que hacerse con el barco que lo llevaría hasta Kurtz, un barco hundido adrede. El clima de conspiración está muy bien conseguido y lo que supone el primer contacto con esa realidad. A medida que va avanzando el capítulo, Marlow se vuelve más introspectivo en su narración, usando más reflexiones, un tono que se deja ver, sobre todo, en el segundo capítulo, pero que ya aparece en el primero:
“Tenía tiempo de sobra para meditar, y de vez en cuando me dedicaba a pensar en Kurtz. No estaba demasiado interesado en él. No. Sin embargo, sentía curiosidad por ver si este hombre, que había venido aquí equipado con ideas morales de alguna clase, llegaría a la cúspide después de todo, y qué haría una vez allí”. (175).
“Una tarde, estando yo tumbado en la cubierta de mi vapor, oí unas voces que se aproximaban, y allí estaban el sobrino y el tío deambulando por la orilla”. (176). Así comienza el segundo capítulo, con la conspiración fraguada entre ambos personajes (tío y sobrino), que mandan en la estación interior y cuya única misión es retrasar la llegada hasta la estación principal, gobernada por Kurtz, enfermo desde hace tiempo y padeciendo. Así parece la travesía del barco adentrándose en el Congo, como una agonía y una muerte lenta. Hasta la tensión es concienzudamente retardada:
“Palos, unos palos pequeños, volaban alrededor a montones: pasaban zumbando por delante de mis narices, caían a mis pies, iban a estrellarse detrás de mí contra mi garita de timonel. Durante este tiempo, el río, la orilla, los bosques, todo estaba en perfecto silencio. Sólo oía el chapoteante batir de las aspas del timón y el zumbido de aquellas cosas. Esquivamos el obstáculo a duras penas. ¡Flechas por Júpiter! ¡Nos estaban disparando!” (199).
La batalla entre las flechas inofensivas, como las define, y los rifles de los peregrinos termina con la muerte del timonel y la incomodidad de unos zapatos manchados de sangre que arroja por la borda. La ironía es otra constante del relato, por mucho que algunos estudiosos hayan querido ver en él un texto que enarbola el racismo, cuando lo único que hace, y no es poco, es denunciar lo que sucede con la crudeza con la que se da. De hecho, hay multitud de referencias a la barbarie del hombre blanco sobre el negro, del hombre supuestamente civilizado que dispara al aire para abrir el camino matando, por si acaso, aun cuando hay escenas en las que se encuentran treinta negros y cinco blancos y los primeros no atacan.
El segundo capítulo finaliza con el encuentro entre Marlow y el arlequín una vez en la estación que dirige Kurtz. El arlequín es un tipo vestido de harapos llenos de colorines, como el mapa que vio Marlow en Bruselas de los territorios colonizados antes de partir. El chico entristece cuándo le pregunta de dónde es, porque ya ni lo sabe.
En el tercer capítulo se resuelve el enigma de Kurtz, por fin Marlow lo conoce, físicamente. La narración es más precipitada y tensa, dándose más situaciones de conflicto: la aparición de la mujer negra, que se va y envuelve la escena de un terrible silencio, la huida del arlequín, el fuego y “¡el horror y el horror!” con el que Kurtz acaba muriendo en mitad de la nada y como si nada. Marlow vuelve a la ciudad muerta y se encuentra con la viuda de Kurtz a la que entrega las cartas de éste y engaña diciéndole que fue su nombre, y no el horror, lo que el hombre poderoso hecho trizas mencionó antes de morir, pese a que el marinero odiaba la mentira.
El narrador público regresa en el último párrafo para definir cómo Marlow se sienta aparte y sigue meditando, atormentado por lo vivido, mientras el director de la embarcación dice que han perdido el comienzo de la marea. Tal vez algún lector se perdió en la narración, entregado a la sensación del hecho narrado entre sus manos. Si no es así, y sigue ahí, podríamos decir también que las tres partes externas responden a tres partes internas de la siguiente forma: el principio es el inicio de un viaje, preparativos incluidos. El nudo es el descubrimiento de la injusticia a través de ese viaje, el mundo por descubrir no es tan bonito a medida que se va descubriendo. El final es el desnudo de esa mente humana codiciosa que pierde el sentido de todo, el todo se convierte en nada, y el poder en horror.
De la ilusión al desengaño
En la primera parte se sientan las bases de la narración, se cuenta cómo y por qué Marlow decide hacer ese viaje, usando elementos que componen las escenas de intensidad dramática no resueltas hasta más tarde: dos mujeres tejiendo lana negra no pueden augurar nada bueno antes de entrar a la consulta de un doctor que mide las cabezas a los marineros antes de embarcar al mundo que colonizan porque siempre regresan más pequeñas. “Me sentí como si en vez de ir al centro de un continente estuviera a punto de partir al centro de la tierra” (143). Y así es. “Zarpé”. Así es como comienza a describir todo el viaje hasta el corazón de las tinieblas, hasta el encuentro con Kurtz. Va enlazando descripciones del entorno que consiguen la sensación tenebrosa que se quiere, como una agonía prolongada, con situaciones terroríficas que ocurren como si nada y que el autor expone como un hacha, irónico en muchas ocasiones: un hombre ahorcado por “demasiado sol”, un negro con una bala en la frente, un enfermo muriéndose mientras al jefe le molestan los alaridos de sufrimiento para seguir siendo eficiente o la muerte del timonel tras el ataque de las flechas y él fijándose en sus zapatos. En este punto en concreto, también se anuncia ya el desenlace del viaje:
“Está muerto. Y a propósito imagino que el señor Kurtz también estará muerto a estas alturas. Tenía una sensación de enorme decepción, como si acabara de descubrir que había estado afanándose por algo desprovisto de todo fundamento. Una voz, la de Kurt, ahora ya no lo oiré jamás” (203).
Más tarde, cuando ya están llegando a la estación, al encuentro con Kurtz y por ende al final de la historia, el narrador habla de cómo echa de menos al timonel y se queja de la vida que han perdido en el camino. El arlequín, “algo que ya había visto”, como lo define, es quien los recibe y dota de significado muchos elementos ya expuestos en la historia.
“El arlequín, el aventurero remendado, habla entusiasmado de cómo empezó y cómo nunca regresará tras ir tan lejos” (215), como Marlow y como Conrad. Cuando eran niños soñaban entusiasmados con viajar lejos a territorios no conocidos, no conquistados, y en sus sueños ninguna conquista se parecía a la que emprendieron, más que conquistar territorios, la barbarie los atrapó a ellos.
“Un barco se asemeja mucho a otro, y el mar es siempre el mismo. En la inmutabilidad de lo que les rodea, las costas extranjeras, las caras extranjeras, la cambiante inmensidad de la vida resbala sobre ellos, velados no por una sensación de misterio, sino por una ignorancia ligeramente desdeñosa, ya que no hay nada que resulte misterioso a un marino, salvo la propia mar, que es la dueña de su existencia y tan inescrutable como el destino. Por lo demás, después de su jornada de trabajo, un despreocupado paseo o una borrachera accidental en tierra bastan para desvelarse los secretos de todo un continente, y con frecuencia descubre que el secreto no vale la pena. Las historias de los marinos son de una simplicidad directa, cuyo significado cabe todo en una cáscara de nuez”. (129).
Jamás vi cáscara de nuez guardar tanta carne hecha huesos. “Pocas historias han logrado expresar, como esta, el mal, entendido en sus connotaciones metafísicas, individuales y en sus proyecciones sociales”, dijo Vargas Llosa. La muerte es aquí lo de menos. Es cruda y se va, a golpe de rifle o de flecha. Y queda la historia oscura que todos llevamos dentro, a la que da luz El corazón de las tinieblas.