EL CUADRADO DEL FRAUDE
Ha pasado más de medio siglo desde que el Dr. Donald Cressey dio a conocer los tres elementos clave que aumentan la probabilidad de un fraude.#
El primer elemento, es la motivación, es decir, el beneficio o la necesidad de satisfacción que el defraudador persigue. Por ejemplo, una persona puede anhelar un mejor estilo de vida (mejor vivienda, mejor vehículo, mejor vestimenta) o mejorar sus ingresos para afrontar gastos de la enfermedad de un familiar. En ambos casos se trata de anhelos legítimos y no convierte a nadie en defraudador. Sin embargo, en la medida en que haya carencia de valores éticos u otros impulsos a cometer actos delictivos, se verá tentada de abusar de la buena fe y defraudar. En resumen, aumentará la probabilidad de ocurrencia del fraude.
El segundo elemento que aumenta la probabilidad de fraude es la oportunidad, es decir, la facilidad con la que se puede ejecutar el acto de mala fe. Por ejemplo, si usted deja dinero en una gaveta, no lo cuenta y no le pone seguro, el defraudador se verá tentado de cometer el robo. Es decir, tendrá mayores oportunidades de hacerlo y por consiguiente, aumenta la probabilidad de ocurrencia del fraude.
El tercer elemento, es la justificación, es decir, la razón que encuentra el defraudador para justificar la deshonestidad cometida, usando su propio criterio “lógico”. Por ejemplo, si una persona considera que otra le debe dinero o compensación por daños, puede considerar que “merece” tomar justicia “con sus propias manos”. Por lo tanto, la existencia de esta percepción (sobre situaciones legítimas o no) también aumenta la probabilidad del fraude.
Las conclusiones del trabajo realizado por el Dr. Donald Cressey en la década de los 60 se basaron en entrevistas y estudios psiquiátricos a criminales y defraudadores con la finalidad de encontrar los principales factores detonantes de los actos de mala fe, desde una perspectiva científica. El aporte del Dr. Donald Cressey ha sido de gran ayuda para que organizaciones establezcan acciones preventivas y detectivas en la gestión del riesgo de fraude. Sus conclusiones se han mantenido (y se mantendrán) vigentes. No obstante, luego de varias décadas, los especialistas vienen mencionando la presencia de un cuarto elemento que aumenta la posibilidad de fraude.
El cuatro elemento, es la capacidad del defraudador, es decir, su habilidad para identificar los controles y vulnerarlos. Los rápidos cambios tecnológicos, abundancia de datos, conectividad permanente, desarrollo de inteligencia artificial, entre otros elementos, potencian la capacidad del defraudador para cometer su acto delictivo. Por ejemplo, cuando se mencionó previamente que un dinero en gaveta sin llave o seguridad ofrecía una oportunidad para el defraudador, el cuarto elemento estaría relacionado con la habilidad del defraudador de descubrir que hay una gaveta con dinero y cuánto hay, averiguar cuál es la gaveta, saber cómo vulnerar la seguridad de la gaveta, e identificar quiénes podrían ser sus cómplices. Este cuarto elemento convierte al denominado “triángulo del fraude” en el “cuadrado del fraude”.
Tengamos en cuenta que este concepto (el cuarto elemento) toma mayor vigencia en la actualidad con la acelerada evolución del riesgo cibernético, considerado como el mayor riesgo (principal amenaza) de todos a los que se están expuestos las entidades financieras.
De acuerdo con mi experiencia, el fraude (interno y externo) suele tener una consecuencia cuantitativa que fluctúa entre el 60% y 70% de las pérdidas de riesgo operacional en una entidad financiera promedio. Esto pone en perspectiva el grado de relevancia que debe tener la gestión de fraude, principalmente en la labor preventiva y de los recursos que la organización debe asignar (personal competente, equipamiento e infraestructura, capacitaciones, herramientas tecnológicas, sensibilizaciones recurrentes y sistemas de información) con la finalidad de establecer controles eficaces y eficientes.