El día que me entrevistó mi hija

El día que me entrevistó mi hija

El mes pasado me despidieron. Las razones son muchas o una sola. Al final todo se reduce a una sola. El dinero.

Inmediatamente me puse a buscar trabajo, sabiendo que no iba a resultar fácil, pero con la esperanza del que no tiene otro remedio que tener esperanza.

Mi hija, recién licenciada, trabaja en una de esas empresas de selección de personal que intentan hacer ver que son distintas a las demás y que, en realidad, hacen lo mismo que todas las demás: poner anuncios y entrevistar candidatos.

Uno de esos anuncios hacía una radiografía perfecta de mi trayectoria profesional, formación académica, funciones desempeñadas en el pasado y conocimientos. Así que decidí pedirle a mi hija un "empujoncito" para asomar la cabeza entre los cientos de solicitantes.

Me llamó una compañera suya, de la edad de mi hija (la edad media de los empleados no llega a los 30 años), para citarme a la entrevista. Muy amable, la verdad, no creo que por ser el padre de su compañera sino porque es un rasgo muy característico de los entrevistadores.

La mayoría de los entrevistadores no saben demasiado sobre el puesto ni sobre el perfil necesario para cubrirlo, así que conviene no aburrirlos con aspectos que, si bien son importantes, no te servirán para captar su atención. Ellos tienen unos requisitos, una lista de preguntas dadas por su cliente, en las que van a marcar SÍ o NO y sólo debes preocuparte de que marque todos los síes posibles. En mi experiencia en decenas y decenas de entrevistas he de decir que la mayoría de los entrevistadores que he conocido son amables, competentes y están saturados de trabajo. Lo que no les permite hacerlo de la manera que a ellos les gustaría.

La entrevista fue perfecta, de esas en las que la entrevistadora te adelanta que contactará contigo para agendar entrevista con su cliente. Pero, claro, eso no pasó. Mi hija me llamó, al cabo de unos días y me dijo que no avanzaba en el proceso.

La ventaja de que sea tu hija es que puedes saber la verdad de lo sucedido, así que me lo contó todo sin paños calientes, como yo le pedí que hiciera:

—Mira, papá, al cliente le ha gustado mucho tu perfil, tu experiencia... todo. Pero es que resulta que tu jefe sería más joven que tú y se ve que eso no le gusta. Lo ve como una amenaza. Nos ha dicho que la gente mayor, si no ha llegado a puestos elevados, alguna tara tendrán. Y que no son moldeables y que están resabiados y que...

—¿Y vosotros, que sois los expertos, no le hacéis ver lo equivocado que está?

—Bueno... nosotros, ya ves, somos todos junior menos los jefes, claro.

—María, me quedan 20 años para jubilarme, ¿tú crees que tiene sentido esto que hacéis?

—No papá, claro que no, pero nosotros sólo queremos conservar al cliente, no enfadarlo. Los clientes, en realidad, no buscan talento. No buscan a alguien que llegue con nuevas ideas.

—Evidentemente, porque para traer nuevas ideas hay que tener la experiencia de años repitiendo ideas viejas. Sino no sabes si son nuevas, sólo sabes que son tuyas y ni siquiera tienes un mínimo indicio de que puedan llegar a funcionar.

—Eso es, papá, en eso estamos de acuerdo. Los clientes te dicen que buscan talento y creatividad, pero acaban definiendo un perfil con el que triunfa el que tiene experiencia en el sector, en la competencia, con experiencia pero no demasiada, el que no cobra mucho, el que parece moldeable.

En definitiva, estimado lector, con 47 años, dos carreras, un máster, 20 años de experiencia... ya soy un viejo al que no merece la pena contratar. Esperemos que esta crisis descomunal que está empezando, haga entrar en razón a empresas y consultoras de selección y empiecen a valorar, como se merecen, a los que lo tenemos todo, menos trabajo.

PD. Si esta historia de ficción sirve para que alguno de los miles de desempleados que deben mantener una familia encuentren trabajo, habrá merecido la pena.


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