El "efecto-David"​

El "efecto-David"

Paz y Bien: Ellos nos enseñan mucho… Esta mañana iba enfoscado, una vez más, con mis cosas, pero al levantar la mirada sufrí un “grave accidente”: choqué frontalmente con la inmensa sonrisa de David. Ya conocéis a David. No deja a nadie indiferente, tan dispuesto siempre a recoger abrazos de todos aquellos que se le cruzan en su camino, aunque solo hayan transcurrido diez minutos desde la última vez que te ha visto. Del “grave suceso” salí con una sonrisa impresa en mi cara, como es lógico, e inconscientemente quedé contagiado de un extraño virus que “reseteó mi disco duro” (o mi dura cabeza) y os tengo que anunciar a pleno pulmón que creo que he descubierto el “efectoDavid”. El “efecto-David” se ocasiona tan solo por el hecho de ver a una persona, provocando inmediatamente un sentimiento de bienestar porque sabes que te van a dedicar un abrazo de corazón y una sonrisa sincera y transparente. Este efecto se desencadena desde el mismo momento que David te ve por el pasillo. Esto puede ser incluso estando a 10 metros de distancia (metro arriba, metro abajo), cuando levantas la mirada y ves la sonrisa y unos brazos abiertos expectantes. En ese momento dejas todo lo que te ocupa y preocupa, apartas todo lo que llevas dándole vueltas en la cabeza… ¡Sííí! esas ideas pesadas, melancólicas y grises, pintadas día a día por tantas noticias y charlas entre pasillos y bares… Esas ideas que siguen arrastrándose entre las neuronas de nuestro presunto raciocinio, minando todo atisbo de luz o imaginación. Necesitamos el “efecto-David” de forma urgente en nuestras vidas y también en nuestra sociedad. Yo pediría una pandemia de “efecto-David”, pues ya va siendo hora de que entre todos abramos nuestros brazos para acoger sin prejuzgar con ternura. Que nadie que quiera entrar en nuestro corazón se quede colgado, atrapado por nuestras propias concertinas, en nuestras vallas mentales. Esa gran sonrisa sincera hará el resto, irá minando la desesperanza para convertirla en la primavera deseada. Deberíamos dedicar tiempo y esfuerzo en cuidar nuestro interior como quien cuida un jardín, y luego dejar que su hiedra vaya invadiendo el resto de color, olor, luz y vida. Dejémonos invadir por los gestos que nos regalan los “davides” de nuestro día a día. Traslademos esos espacios a nuestra Casa Familiar, a nuestro Centro Hermano Isidoro, a cada proyecto y a cada ser que forman parte de ellos. Seamos portadores y transmisores del “efecto-David” y seremos más la Cruz Blanca que un día el Hno. Isidoro nos animó a ser. En esta revista vais a poder leer muchos “efectoDavid” y al finalizarla deseo que la sonrisa no se os borre en mucho tiempo o por lo menos hasta el próximo número. Un abrazo. No hay tregua para el “efecto-David”.

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