El Escudo del Caballero y la Espada de la Envidia
La verdadera fuerza de una persona no proviene de lo que posee, sino de su propio carácter y habilidades.
En un reino medieval, lejano en tiempo, había dos caballeros que competían en todos los torneos y justas, conocidos tanto por su valor como por su rivalidad. Sir Aldric, un caballero de gran fuerza y destreza, poseía un escudo legendario, forjado en los fuegos del monte Gryphon y bendecido por la doncella del lago. Sir Bertrand, igualmente valiente pero menos afortunado en herencias, envidiaba profundamente el escudo de Sir Aldric, convencido de que todo su éxito provenía de aquel artefacto mágico.
Un día, antes de un gran torneo que decidiría la mano de la princesa del reino, Sir Bertrand no pudo soportar más su envidia. Aprovechando la oscuridad de la noche, se deslizó sigilosamente en la tienda de Sir Aldric y robó el escudo, convencido de que con él en mano, sería invencible.
Al día siguiente, durante el torneo, Sir Bertrand portaba el escudo con un orgullo mal disfrazado. Sin embargo, para su sorpresa y desesperación, descubrió que el escudo no le confería la habilidad ni la fuerza de Sir Aldric. A pesar de su nueva posesión, fue rápidamente derribado de su montura en la justa, ante la mirada atónita de todos.
Sir Aldric, que había tenido que competir sin su escudo, demostró ser un adversario formidable. Con habilidad y valentía, derrotó a cada uno de sus oponentes, incluso a Sir Bertrand, utilizando un escudo prestado. Al final del torneo, fue Sir Aldric quien ganó el torneo y la mano de la princesa, no por la magia de su escudo, sino por su destreza y coraje.
Humillado, Sir Bertrand se acercó a Sir Aldric para devolverle el escudo y pedir disculpas. Sir Aldric, con una sonrisa sabia, aceptó ambas, diciendo: "No es el escudo lo que hace al caballero, sino su corazón y su brazo. La envidia te cegó al verdadero origen de la fuerza de un hombre."
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Sir Bertrand aprendió esa tarde que no eran las armas o los talismanes los que garantizaban la victoria, sino el espíritu y el entrenamiento del caballero. Desde ese día, trabajó para mejorar sus habilidades y, lo más importante, su carácter.
Moraleja: La verdadera fuerza de una persona no proviene de lo que posee, sino de su propio carácter y habilidades. La envidia es un velo que oscurece nuestro juicio y debilita nuestras propias virtudes.
Luis de la Miyar