El espejo del padre en el espejo del hijo, el reflejo ǝbnƎEnde
La vida de Edgar Ende (1901-1965), como la de tantos artistas o de cualquier otra persona que se empeña por hacer algo de provecho, trascender a sus circunstancias, no fue fácil.
Desde niño tuvo que cargar con una culpa impuesta por los adultos: el accidente de su hermano menor que cayó por una ventana. Helmuth (1902-1986) sobrevivió con cicatrices profundas en la cabeza. Edgar tuvo que vivir con la culpa, asumir la irresponsabilidad de los adultos pues, cuando ocurrió el accidente, ambos niños se encontraban sin supervisión.
Durante su infancia, la escuela fue una época de sufrimiento para él pues no era buen alumno.
Al cumplir la mayoría de edad -un año después de acabar la primera guerra mundial-, contrajo matrimonio para abandonar el hogar familiar. Fue su forma de enfrentar a su madre, quien se oponía a su formación como artista en la escuela de artes y oficios de Altona, Hamburgo.
Este primer matrimonio duraría cuatro años. Tres años después de la ruptura, ya en Baviera, se casaría con Luise Bartholomä, la madre de Michael (1929). Por entonces Edgar combinaba la producción individual, las comisiones por retratos y la administración junto a su esposa de una tienda de encajes y piedras semipreciosas. La mala situación económica general, el hecho de que no eran buenos empresarios y las deudas derivadas del parto por cesárea, les obligó a dejar Baviera.
Desde que empezó a trabajar, se dio a conocer gradualmente y, del mismo modo, hizo crecer su círculo de amigos artistas e intelectuales. Hacia 1931, los museos empezaron a comprar sus obras y empezó a labrarse una reputación internacional. Pero esta luz de prosperidad duraría poco.
“Esta época relativamente feliz llegó a un abrupto final en 1933. Todas mis posibilidades de participar en exposiciones fueron destruidas. Solo a puerta cerrada, algunos vendedores de arte se atrevían a mostrar mis cuadros. Una vez más me quedé sin nada.”
La entrada del nazismo al poder le quitó lo poco que había conseguido. Es decir, todo.
Un juez supremo del partido publicó un artículo en el que amenazó a Ende con arrestarlo si seguía pintando como lo hacía.
La tristeza le invadió. No podía trabajar, ni pagar el alquiler. Su esposa consiguió un trabajo como masajista en una clínica, pero los ingresos no eran suficientes.
Los nazis le prohibieron exhibir sus obras, le negaron los cupones para adquirir los materiales, le excluyeron de su profesión. Consideraron su arte como "degenerado". Confiscaron sus pinturas que eran propiedad de los museos. Y no contentos con esta opresión, le obligaron a coger las armas.
“Mientras tanto, la guerra había comenzado. En la Navidad de 1940, me llamaron y tuve que presentarme para el servicio como recluta en la artillería de tanques en Bonn un día después de Año Nuevo. Aquí estaba para sufrir el peor momento de mi vida. Como persona introvertida, fue horrible ser arrastrada repentinamente hacia afuera; como hombre respetado, pasé a ser abusado por en el tono habitual del mando”. Edgar tenía 39 años, Michael tenía 11.
Y este artista obligado a convertirse en soldado de una guerra ajena a él, fue hecho prisionero.
“En Liezen, en el río Enns, conocimos a los primeros estadounidenses que no querían permitirnos cruzar el puente, ya que se suponía que todos los que estaban en ese lado del río caerían en el cautiverio ruso. Así que no nos quedó más remedio que cruzar el río, lo que provocó que mucha gente se ahogara. Yo estaba muy feliz, de escapar ileso hacia los americanos, aunque sin una prenda de vestir”. Edgar tenía 44 años, Michael tenía 16.
El horror de la guerra destruyó casi el setenta por ciento de su obra. “Ciertamente, esto fue difícil para él. Esos fueron verdaderos golpes. Pero de una manera extraña, no estaba muy apegado a sus imágenes. Quiero decir, por lo general, solo estaba interesado en sus imágenes mientras trabajaba en ellas”. Michael Ende.
El artista al que sometieron desde la fuerza en todos los sentidos ¿podía volver a empezar sin que su interior fuera tocado? ¿Podría alguien?
Después de la guerra, el pintor siguió trabajando, reconstruyéndose, a su obra. El proceso de buscar la inspiración en una habitación oscura, quizás fuera también una forma de encontrar cierto alivio, una forma de apagar los estímulos internos, los recuerdos de la guerra. Es por esta época cuando ambos, padre e hijo, se inspiran mutuamente.
“En ese entonces escribí bastantes poemas, en los que traté de usar temas como los que tenía mi padre en sus dibujos o en sus pinturas y tocarlos con mis palabras como si fueran música. No describía la imagen, sino que trataba de hacer lo mismo que él había hecho en la imagen pero de otra manera. Por lo tanto, nos hemos inspirado mucho mutuamente, sí, él pensó que era muy inspirador”. Michael Ende.
Pero algo ocurrió y Edgar se separó de su familia y se fue a vivir -hasta su fallecimiento- con una alumna. Esto ocurrió cuando Edgar tenía 52 años y Michael 24.
“...cuando tenía poco más de veinte años y de repente estaba a punto de tener mis propias ideas, que comencé a acosarlo un poco, porque en ese entonces estaba desarrollando una opinión bastante diferente sobre el arte, lo cual no tenía nada que ver con sus opiniones. Eso le resultaba insoportable, esa fue una de las razones por las que se fue de casa, al menos eso dijo. Que no aguantaba más (...) Unos años más tarde, habíamos vuelto a llevarnos muy bien. Para entonces había entendido la personalidad única que realmente tiene”. Michael Ende
En “El espejo en el espejo”, libro de historias entrelazadas, laberínticas e infinitas que Michael le dedicara a su padre, el escritor consigue componer imágenes narrativas complejas, a las que antes se habría aproximado desde la poesía, reflejando de esta manera la obra del padre. Como en la pintura de Edgar donde el espectador es quien debe completar la imagen desde la observación, en las narraciones es el lector quien debe completar las historias desde la lectura. El proceso creativo de ambos, padre e hijo, no termina en sus creaciones. Éstas buscan, incitan, apelan a la imaginación del observador/lector provocando el surgimiento de otros procesos creativos.
“(...) Realmente me gustaría decir que, en mi opinión, sería correcto dar a Edgar Ende un lugar dentro del arte de Europa Central que iguale aproximadamente al que ocupa Margritte. También en cuanto a la importancia que sus cuadros tenían entonces para el desarrollo del arte. Porque muchos han aprendido de él sin admitirlo. Algunos, sin embargo, lo admiten. He hablado, por ejemplo, con varios pintores de la Escuela de Viena, y dijeron, por supuesto, Ende es un padre para nosotros. Ernst Fuchs, por ejemplo, que conocía muy bien el trabajo de mi padre y tenía la mayor estima por él. Con Fuchs, hablé personalmente sobre esto durante toda una noche y dijo: todos conoce Ende, para nosotros Ende es una condición previa de enorme importancia para nuestro propio trabajo”.
Antes de terminar, te dejaré uno de los relatos de “El espejo en el espejo”:
“Bajo un cielo negro…
Bajo un cielo negro se extiende un país inhabitable. Un desierto sin fin de cráteres de bombas, bosques petrificados, cauces de ríos secos e interminables cementerios de coches.
En medio de ese desierto se encuentra una ciudad sin gente. Una ciudad llena de sombras y negros huecos de ventanas, el esqueleto de una ciudad.
En medio de esta ciudad hay una feria, allí es donde el silencio es más profundo. Las oxidadas góndolas de la noria gigante se balancean en el frío viento y los caballitos del carrusel están grises de polvo.
No se oye nada, excepto el impacto regular de una gigantesca gota de agua que cae, sin cesar, sin cesar, enorme y tenaz.
¿O es el latido de un corazón? Pero si es un corazón lo que late, ¿de quién es? ¿De un hombre? ¿De un animal? ¿De un ángel, tal vez?
En medio de la feria muerta está un niño. Se encuentra delante de una caseta pintada de colores con innumerables figuras que prometen risa, emoción y prodigios. Al cabo de un rato, como nadie se lo impide, se aventura al interior de la caseta. Allí encuentra un par de bancos de madera desgastados ante un telón cerrado, muchas veces remendado, que en la penumbra se mueve levemente con la corriente. De pronto la luz de las candilejas asciende mágicamente por los pliegues. El niño se sienta atrás del todo en el último banco y espera.
Al cabo de un rato se oye una voz. Viene, al parecer, de detrás del telón y suena un poco ronca, como si no hubiese hablado hace tiempo o como si hablase por primera vez.
—¡Damas y caballeros! —dice —, nuestra función comenzará en seguida, pero les rogamos que tengan aún un poco de paciencia. Nuestro teatro no es como los otros teatros, no funciona mecánicamente como un barco de vapor, semeja más bien a un buque de tres palos que depende de las mareas, del viento y de las corrientes. Y, damas y caballeros, tendrán que reconocer que en comparación con la brutal y obtusa obstinación de un barco de vapor, un barco de tres palos es bello y sensible, aunque, naturalmente, un poco anticuado, como todo lo noble.
»Lo que les mostramos, damas y caballeros, no les hará más inteligentes ni virtuosos, pero nuestro teatro no es escuela ni iglesia. Las desdichas del mundo no disminuirán con nuestra representación, aunque tampoco aumentarán, ¡lo cual no es poco! No tenemos ninguna intención, ni siquiera la de engañarles. Nosotros no argumentamos. No queremos demostrar, denunciar, ni enseñar nada. Ni siquiera queremos convencerles de la realidad de nuestra representación, en el caso de que prefieran considerarla una fantasía. Podría parecer que no les necesitamos en absoluto, damas y caballeros, pero no es así.
Se produce una pausa, en la que se oyen murmullos excitados detrás del telón. El niño del último banco tiene la barbilla apoyada en la mano y espera.
—Henos aquí —prosigue la voz, ahora con fuerza—, ustedes allí abajo y nosotros aquí arriba. Y sin duda empezarán a preguntarse, con todo el derecho de quien ha pagado su entrada, ¿por qué y para qué? ¿Quieren saber, damas y caballeros, por qué no puede empezar aún nuestra función? Tengo el gusto de comunicarles que nadie tiene la culpa.
»Lo que en las circunstancias actuales crea tantas dificultades es la encarnación. Nuestro mago lleva horas trabajando con el sudor de su frente y con los más poderosos conjuros, desde Agripa a Einstein, para condensar hasta la visibilidad la figura que hay detrás de este telón. Sin embargo, hasta ahora sólo es bidimensional y está en constante peligro de deshacerse en un montón de letras. Claro que quizás se debe a que antes haya que hacer desaparecer tantas cosas que han quedado de representaciones anteriores, y que ahora bloquean el escenario.
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Dependemos de su colaboración, damas y caballeros. De modo que si quieren ser tan amables de ayudarnos, les damos las gracias en nombre de la dirección. ¡Presten atención!
»Su misión consiste en imaginar con todas sus fuerzas un funambulista. ¿Lo ven? Arriba del todo, entre dos palos, cintilante y de pies gráciles y debajo nada más que un trocito de cuerda oscilante y el abismo. ¡No, damas y caballeros, no hay red! El deber de un funambulista de verdad es jugarse el cuello y la cabeza. El cuello y la cabeza propios, se comprende, pues al fin y al cabo un funambulista no es un general.
»Pero ¿para qué?
»El funambulista quiere ir de un lado a otro de la cuerda tensada en lo alto. Podría ir al otro lado cómodamente y sin peligro a ras del suelo, eso le llevaría a la misma meta; pero no, tiene que elegir a toda costa el camino por la cuerda. ¿Por qué?
»Por el sueldo no, desde luego, es demasiado escaso. Su temeridad no sirve a nadie y menos a él. La admiración del público pesa poco frente a la amenaza de caer. Y además, un verdadero funambulista cumple también con su deber cuando nadie le mira.
»¿Y le interesa acaso llegar de un lado a otro? ¿Es que no son intercambiables ambos lados? ¿Para qué?, piénsenlo bien, ¿pone en peligro su existencia, ya de por sí precaria? ¿Y eso una y otra vez?
En ese momento empieza a abrirse chirriando, lentamente y a trompicones el andrajoso telón multicolor.
—¡Bravo! —exclama la voz—, no sabemos, damas y caballeros, quién de todos los que están ahí abajo acaba de pensar la respuesta correcta, pero gracias a él se ha producido la encarnación. ¡Allez-hopp! ¡Et voilà! ¡Aquí está!
Sobre el escenario en la penumbra hay un hombre que lleva un sombrero grande y extraño. Con la mano izquierda señala hacia arriba y con la derecha hacia abajo. Así permanece un ratito sin moverse.
Después se dirige de pronto al proscenio, se quita el sombrero y se inclina profundamente, casi hasta el suelo, delante del niño del último banco.
—Gracias —dice—, lo has hecho muy bien.
—¿Quién eres tú? —pregunta el niño.
—El Pagad —contesta el hombre sentándose en el borde del proscenio y columpia las piernas.
—¿Y qué eres? —pregunta el niño.
—Un mago —responde el hombre— y un prestidigitador. Ambas cosas.
—¿Y cómo te llamas? —quiere saber el niño.
—Tengo muchos nombres —contesta el Pagad—, pero al principio me llamo Ende.
—Es un nombre raro —opina, riéndose, el niño.
—Sí —dice el Pagad—, ¿y tú cómo te llamas?
—Yo sólo me llamo Niño —dice, turbado, el niño.
—Muchas gracias, en todo caso —dice el hombre del sombrero—, por haberme presentado a ti. Así puedo presentarme ahora a ti. Y con esto termina la función —el hombre guiña un ojo.
—¿Ya? —pregunta el niño—. ¿Y qué hacemos ahora?
—Ahora —contesta el hombre desde el proscenio cruzando las piernas—, ahora vamos a hacer algo.
—¿Puedo quedarme contigo? —pregunta el niño.
—Preguntarán por ti —opina, serio, el Pagad.
El niño sacude la cabeza.
—¿Dónde vives? —inquiere el Pagad.
—No se puede vivir ya en ninguna parte —contesta el niño—. Yo, en todo caso, no puedo.
—Entonces yo tampoco —opina el Pagad pensativo—. ¿Qué hacemos?
—Podríamos irnos juntos —propone el niño— y buscar un mundo nuevo, donde podamos vivir los dos.
—¡Buena idea! —dice el Pagad poniéndose su sombrero grande y extraño—. Y si no lo encontramos, inventaremos uno.
—¿Es que tú puedes? —pregunta el niño.
—No lo he intentado aún —responde el Pagad—, pero si tú me ayudas… Por cierto, encuentro que deberías tener un nombre de verdad. Te llamaré Michael.
—Gracias —dice el niño sonriendo—, ahora estamos en paz.
Luego abandonaron juntos la barraca, la feria, la ciudad. Bajo el cielo negro caminan, sumidos en la conversación, hacia el horizonte, haciéndose cada vez más pequeños. Van cogidos de la mano y no se sabe muy bien quién conduce a quién.” (1)
Probablemente nunca sabremos quién condujo a quién entre los laberintos de la oscuridad. Tal vez, como suele ocurrir entre buenos compañeros, padre e hijo se condujeron el uno al otro, inspirándose, complementándose. Los destellos que nos llegan de su relación, son sólo eso. Nosotros somos lejanos observadores y lectores de un legado sin fin (Ende). Y esto, lo inconcluso, era justamente su fin (Ende): apelar a nuestra imaginación, inspirarnos, provocar nuestros procesos creativos. Quizás, el legado de los Ende nos ilumine para trascender a la guerra temporal en la que nos hallamos inmersos desde hace tanto.
Romi Mori
Psicóloga Colegiada CL05389
ΨPsicoLitArt
Referencias
(1) Ende, Michael El espejo en el espejo Traduccion de Anton y Genoveva Dieterich (1986) Editorial Alfaguara, Madrid.
Recursos web
Juntaletras
2 añosBuenísimo post Romi Mori - iroMimoR Gracias por compartirlo. Feliz domingo.
Autora (Ed. Verbum, Europa Ediciones) Guion (Revisión y colaboración) Branding. Social Media Management
2 añosRomi Mori - iroMimoR: Excelente artículo. Maravilloso trabajo el que nos compartes esta semana. Todo un entramado real y emocional de un artista digo merecedor de ser conocido y despertarnos la curiosidad_ y hasta necesidad_ de querer saber más, adentrarnos hasta ese profundo infinito de su alma, su sentir, su ver y crear el mundo. Sinceramente agradecida por el universo artístico-emocional que me descubres con cada nuevo artículo. 🙂 👌 👏 👏 👏
Coach y formadora en consciencia corporal y sexualidad en movimiento|Terapia y talleres de coaching sexual | Sexualidad plena y consciente con mi Método Ave Fénix
2 añosSin querer el hijo nos “pinta” una realidad que pese a ser en sus palabras y mirada, no fue su vivencia Romi Mori - iroMimoR Y con colores y matices diferentes a los de su padre, que dan las palabras al papel, me hace un cuadro triste e inmediato en mi mente al lerrlo y me sumerge en una obra, aún sin conocer la de su padre. Que historia tan dolorosa y tan repetida por un numero gigantesco de artistas. Abrazo mi querida Romi.